martes, 29 de enero de 2008

Necesidades emocionales y afectivas del bebé



Un artículo de Julia Rodríguez Cambronero extraído de Néixer i Créixer


Julia Rodríguez Cambronero es psicóloga; trabaja como psicoterapeuta infantil y con adolescentes, y en asesoramiento a padres individualmente y en grupo. Ha trabajado así mismo en Escuelas de Padres, en la elaboración y ejecución de proyectos preventivos con niños, adolescentes y padres, así como en trabajo social, como por ejemplo los grupos de niños gitanos. Otros artículos suyos son “Apuntes sobre infancia, educación y autorregulación”, “Entrevista con la escuela Paideia” y “Una revolución de los sentimientos y de la conciencia”.


Si alguien tiene el artículo “Apuntes sobre infancia, educación y autorregulación”, me encantaría leerlo.


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Algunos de los aspectos más característicos, en general, de nuestras vidas para la mayoría de nosotros son la falta de tiempo y la necesidad de hacer cosas, entendiendo este hacer como algo que se puede medir o cuantificar. Por ejemplo, escribir este artículo es algo que se puede ver y se puede valorar, y sin embargo el periodo que uno pasa reflexionando a solas o sintiendo la emoción que produce la música tendemos a considerarlo como una pérdida de tiempo, porque no se puede medir y porque no está valorado.

En la relación con un bebé, la mayor parte del tiempo que estemos con él va a ser un tiempo que muchas veces no es valorado ni reconocido socialmente, porque se supone que cualquiera puede dar de comer a un niño, dormirlo o entretenerlo. Pero el tiempo que se pasa con un bebé es un tiempo que no es fundamentalmente de hacer sino de ESTAR, de la misma manera que cuando queremos o necesitamos estar con alguien no sólo queremos que se nos atienda, sino que se nos vea, que se nos reconozca, se nos escuche y se comparta con nosotros al menos algunas de nuestras emociones, alegrías o preocupaciones. Cuando en la relación con alguna persona percibimos esto, sentimos que nos llenamos, sentimos que se crea una relación y un vínculo, algo íntimo e interno. Y si estas situaciones se repiten nos damos cuenta de que esta relación y este vínculo se hace cada vez más fuerte, más intenso, con la sensación de que nosotros pertenecemos a esa persona y que esa persona nos pertenece, no en el sentido de la propiedad, pero sí en el sentido de formar cada uno parte de la vida del otro, de sus pensamientos y de sus sentimientos.

Esto es lo que pasa con un bebé, fundamentalmente en su relación con la madre, con la diferencia de que un bebé no puede elegir, por ejemplo, de que depende absolutamente de otras personas para poder cubrir sus necesidades vitales (no puede hablar, no puede desplazarse, no puede comer por sí solo, no puede cambiar de postura...) y de las características propias de todos los bebés: ausencia de conciencia, ausencia de orientación espacio temporal, falta de coordinación corporal e integración de funciones, simbiosis con la madre y desarrollo cefalocaudal. Hablaremos de estos aspectos de los bebés y de su significado, centrándonos primero en la conciencia, en cómo es el tiempo para el bebé y en la simbiosis que mantiene con su madre.

Cuando decimos que el bebé no tiene conciencia queremos decir que no tiene capacidad de razonamiento, sólo percibe, se emociona y siente placer o angustia, alegría, tristeza, miedo, dolor... Muchas veces creemos y atribuimos al bebé comportamientos e intenciones que son sólo del adulto, por ejemplo cuando decimos que un bebé quiere engañarnos o manipularnos cuando llora. Si el bebé no puede razonar, sólo puede actuar de acuerdo a sus necesidades y sensaciones más profundas, pero no puede establecer estrategias o tener segundas intenciones.

La ausencia de orientación espacio - temporal está en relación plena con la conciencia y significa que no sabe dónde está, o en qué semana, día u hora, y sólo o fundamentalmente la madre, con la que establece un vínculo desde el embarazo, es la que le calma con su voz, con su olor y con sus cuidados amorosos y con su presencia.

Cuando el niño tiene alguna molestia sólo tiene sensaciones desagradables que le invaden y ante las que no puede pensar, como nosotros, que es un simple resfriado o un cólico que se le pasará. Si tenemos en cuenta que a nosotros un malestar nos resulta comprensible y nos sentimos tranquilos ante éste cuando sabemos qué nos pasa y porqué, e incluso el tiempo que puede durar, podemos suponer que el bebé, al no tener estos recursos, necesita aun más en estos momentos de una presencia con la que pueda establecer un mayor contacto e intimidad, que reconozca, y con la que ya tiene establecido un vínculo para así poder calmarse ante estas sensaciones nuevas que desconoce y le invaden.

Para el bebé sólo existe el presente, no puede pensar “me siento solo y mi mamá no está pero sé que va a venir dentro de un rato” o “ es de noche y por eso todo está oscuro”, “mi mamá está durmiendo, mañana la veré”. Sólo puede sentirse tranquilo y seguro, feliz, o solo y perdido, o bien molesto y con cierto temor ante cosas que no podemos evitar pero sí en las que se puede sentir también íntimamente acompañado y protegido.

Por todas estas razones el bebé necesita fundamentalmente de una vinculación fuerte, segura, estable, sin interrupciones importantes con su madre, en una relación cálida, en estrecho contacto. Para el bebé el cuerpo de la madre es una prolongación del suyo, tienen una relación simbiótica, para él su madre es él mismo, es la parte de él mismo que desde fuera puede calmarle, proporcionarle todo lo que necesita, y si su relación es placentera él se siente feliz, siente placer y satisfacción y esto hará que su madre y el mundo sean poco a poco reconocidos como algo bueno y agradable, y a su vez se sentirá satisfecho consigo mismo. Si su madre no está, sobre todo en los primeros meses, puede sentirse totalmente perdido, quizás con una sensación parecida a la que nosotros podríamos tener si al despertarnos en la noche, de pronto, no tuviésemos ninguna referencia, si no hubiese nadie y no supiésemos dónde estamos ni qué hora o día es o si existen peligros. Sentiríamos miedo o pánico, y esto es lo que puede sentir un bebé cuando está sólo. Por eso la madre es su gran referencia, su norte, el lugar que conoce e identifica en medio de un mundo totalmente desconocido para él, y este regazo es el regazo en el que se siente protegido.

Gracias a esta simbiosis que mantiene el bebé con su madre, la imagen de la madre y sus sensaciones respecto a ésta poco a poco se van quedando dentro del bebé, produciéndose una introyección, ya que empieza a poder simbolizar. Esto significa que también poco a poco puede esperar durante breves espacios de tiempo la presencia de la madre; es en estos momentos cuando al niño le gusta jugar al escondite, cuando comienza a darse cuenta de que algo puede no verse y seguir estando, aunque necesitará aun mucho tiempo y comprobaciones.

Por otra parte la falta de coordinación corporal significa que en su cuerpo no hay una unidad de acción, sino que siente diferentes partes que no se coordinan, mueve un brazo o mueve una pierna pero no es capaz de coordinar los movimientos, no puede dirigir al principio una mano hacia la madre. Esta coordinación se va estableciendo poco a poco, siendo una auténtica fuente de placer cuando las condiciones del desarrollo del bebé y la relación con la madre son adecuadas, porque comienza a conseguir pequeños logros, dirigir los brazos según su voluntad, juntar las manos, coger objetos, etc. no de forma mecánica sino con sentido.

El desarrollo cefalocaudal significa que comenzará este desarrollo desde la cabeza a los pies, coordinando antes los brazos que las piernas, y teniendo mucha importancia la movilidad de los ojos. El bebé reconoce, conoce y explora sobre todo con los ojos y con la boca.

En realidad todas estas características que hemos referido del bebé están íntimamente relacionadas, la coordinación corporal implica el establecimiento de la conciencia, el reconocimiento del “yo” y “no yo” y la orientación espacio - temporal. De ahí la importancia de una satisfactoria relación con la madre, ya que su relación con ésta o con la persona que le sustituya en su función es la que va a hacer que todo este inmenso proceso de evolución, asimilación y aprendizaje se pueda producir. De otra forma puede seguir creciendo pero posiblemente con lagunas más o menos importantes que imposibilitarán que importantes funciones se establezcan adecuadamente.

La relación con la madre se va a producir sobre todo en el amamantamiento, “ser alimentado es el acontecimiento nucleario de la existencia del lactante”, y para que funcione y funcione bien “la madre no debe ver la alimentación como una actividad limitada en el tiempo, orientada a una tarea, una actividad cuyo objetivo principal es dar alimento y que se termina cuando se ha cumplido este propósito, como parece que ocurre con demasiada frecuencia entre nosotros... En muchos otros países el contacto entre las dos pieles se prolonga... la madre permite que el bebé se duerma sobre su pecho, con el pezón en la boca, y le complace que así sea. Todo esto resulta mucho más fácil cuando el bebé comparte una cama con su madre, o con ella y el padre, como es costumbre en muchas culturas” (Bruno Bettelheim). El bebé necesita el contacto piel a piel durante los tres o cuatro primeros meses, tiempo en el que el bebé puede ser el interés exclusivo de la madre. La lactancia debe entenderse como una relación de comunicación íntima, sin horarios y según las demandas del bebé, con contacto epidérmico, que poco a poco irá estableciendo su ritmo en un diálogo íntimo con su madre.

Por otro lado, “la lactancia artificial, cuando se hace bien, puede sustituir en gran medida a la natural... La razón estriba en que la base de la confianza del niño en sí mismo y en el mundo es el amor que por él siente la madre”. “Los mensajes que recibe el bebé al ser alimentado cariñosamente justo en el momento preciso con la cantidad de leche apropiada, que durará todo el tiempo necesario, el ser sostenido de una manera cómoda pero segura, el agradable contacto de su piel con el de su madre” (Bruno Bettelheim, ”No hay padres perfectos”) hace que las cosas marchen sin contratiempos para el bebé.

Otro aspecto importante de la lactancia es el contacto visual y el propiciar que este se produzca cuando estamos alimentando al bebé, ya que entre el primer y el segundo mes el bebé comienza a dirigir sus ojos alternativamente del rostro de la madre al pecho, lo que comienza a ser los rudimentos de la diferenciación entre el “yo” y el “no yo”, entre uno mismo y el mundo, aunque hasta el primer año aproximadamente no se puede hablar del comienzo de la independencia y de la autonomía.

Para entender un poco más la imprescindible y estrecha vinculación que establece el bebé con su madre, gracias a la cual podrá ir haciendo todas las adaptaciones necesarias sin forzar su propio ritmo y de la que ya hablamos antes al hablar de la lactancia, apuntar también que “desde los cuatro meses y medio de vida intrauterina el feto es capaz de reaccionar a los sonidos”, porque el oído está acabado, existiendo una cierta “memoria intrauterina que irá nutriéndose de voces, música y ritmos” (María Montero), con una especial percepción de los agudos, que hace que a su vez perciba sobre todo la voz de la madre. Es decir la vinculación del bebé con su madre comienza a efectuarse en el embarazo incluso en el ámbito auditivo, y es por lo tanto la voz de la madre la que reconocerá el bebé en el nacimiento. Hacia la primera o segunda semana, sin embargo, se produce el vaciado del líquido amniótico que permanecía aun en el oído, por lo que puede haber una mayor irritación o cansancio del bebé que no reconoce en este momento la voz de la madre y debe suplir el contacto a través de los otros sentidos.

Las adaptaciones, pues, que tal y como hemos dicho el bebé tiene que hacer, son por lo tanto muchas: adaptación a la luz, al sonido, la respiración... en un mundo desconocido en el que necesariamente necesita para vivir una persona que responda y cubra todas sus necesidades, que serán expresadas mediante signos que la madre aprende e identifica gracias a su íntima vinculación. En un momento en que las constantes vitales, como la temperatura, aun no están estabilizadas, y en el que sólo se puede hablar de nacimiento en el sentido del comienzo de la independencia hacia el año, cuando comienza a andar, a hablar, a poder desplazarse y dirigirse “hacia”, distinguiendo el “yo” del “no yo”, las frustraciones han de ser mínimas ya que estas tienen un impacto biológico, contrayéndose en vez de expansionarse, (de la misma manera que nosotros ante un peligro o un miedo continuado tendemos a encogernos, a respirar más superficialmente, a estar intranquilos y desasosegados, con una cierta desconfianza permanente hasta que sentimos que el peligro que nos amenazaba, real o imaginario, desaparece), única manera que tiene el bebé de defenderse y de sobrevivir.

Por último hablar del importante papel del padre, el de proteger el vínculo entre la madre y el bebé, proporcionando seguridad y estabilidad afectiva para que este pueda producirse y perdurar, proporcionando una cierta defensa de éste ante los elementos sociales, y proporcionando una nueva referencia desde fuera de ese vínculo a la madre, cuando es necesario empezar a poner cierta distancia o cuando ya no es necesaria tanta solicitud. Seguramente es un papel secundario en estos momentos, no es uno de los actores principales, pero, como en las películas, sin los actores secundarios las películas no pueden ser las mismas, no pueden tener la misma riqueza ni calidad. Más adelante, en el destete, con el comienzo de la independencia del bebé, el padre tiene otro papel también fundamental.

Lo importante de conocer las necesidades del bebé, de aproximarnos a conocer y sentir cómo vive y cómo siente es que podemos buscar y poner los medios para que cada uno con sus propias circunstancias sociales, familiares e históricas, sin pretender exigirnos que las cosas sean perfectas y sin culpabilizarnos, pero sí asumiendo lo que significa ser padre y ser madre, poder poner las bases que nos permitan propiciar la felicidad del niño, la protección de todas sus capacidades, respetándolo, ya que si el bebé es feliz, nosotros somos felices, pero también cuando más felices son los padres, más feliz puede llegar a ser el bebé. Buscar y poner medios para todo esto significa poder compartir, poder pedir ayuda, poder buscar y tener referencias, no sentirse sólo y aislado en la crianza de un hijo, el trabajo más importante y el que más hay que proteger, ya que no siempre que queremos podemos, mediatizados como estamos todos por las mayores o menores fisuras de nuestra historia (ausencias, temores, carencias) y por otro por las actuales circunstancias familiares y sociales.

De acuerdo con lo que ya hemos dicho acerca de las necesidades emocionales y afectivas del bebé podemos decir que lo que el bebé necesita, hasta aproximadamente los 10 ó doce meses es de la presencia de la madre de forma constante, o de la persona que cumpla esta función, en una relación cálida y amorosa, con contacto piel a piel, en el que el tiempo de espera ante las demandas sea lo mínimo posible, tiempo que podrá ir prolongándose poco a poco, permitiendo a su vez la descarga de tensiones, su propia expresión de emociones a través del llanto, de los gritos, de la necesidad de chupar o morder objetos... , de expresar rabia, pena, alegría, angustia... en las que nosotros seguiremos estando presentes. Necesita que la lactancia se produzca sin horarios fijos, sin prisas, con tranquilidad y calidez, en un auténtico acto de comunicación, permitiendo que el niño pueda establecer contacto visual con la madre; necesita así mismo que se le hable, más que por las palabras en sí mismas por la carga afectiva que estas poseen en la forma de decirlas. Recordar que “siempre tiene sentido responder al llanto de un bebé: siempre tiene sentido recorrer las mentalmente las posibles causas del llanto”, e incluso cuando este llanto no puede ser calmado, por ejemplo porque es un desahogo de una tensión o dolor que no hemos podido evitar, estar a su lado escuchándole, compartiendo su situación y tratando de calmarle.

Es también importante que pueda tener oportunidades de llevarse cosas a la boca, de tal forma que sean muchas más las situaciones de aprobación de sus actos que las negativas, que sean muchas más las veces que decimos sí a sus iniciativas que las que decimos ”no” (no cojas esto, no chupes aquello, no vayas allí). Cuando empieza a reconocer objetos y a descubrir el espacio, hay que procurar que estén sobre todo en lugares que les permitan un amplio campo visual, e incluso antes es importante permitir y estimular la movilidad visual.

La atención en todo este tiempo es preferible que sea lo más individualizada posible, y que si la madre no puede hacerse cargo del bebé en este periodo de tiempo, introduzca a la otra persona poco a poco, con la aceptación del bebé, procurando que ésta a su vez tenga capacidad de actuar maternalmente. No es conveniente para el niño el cambio de la persona que está a su cargo, ya que ésta es una importante referencia, signo de seguridad, y cada vez que esta persona desaparece tiene que hacer nuevas adaptaciones, acusando en muchos casos la pérdida de aquella con la que ya había establecido un vínculo afectivo. Si en todo caso el bebé ha de ir a la guardería, se trataría de buscar una en la que la atención sea lo más individualizada posible, con el menor número de niños, y por supuesto sin objetivos educativos de adquisición de hábitos o destrezas, sino en el que las actitudes sean lo más maternales posibles, para cubrir así sus necesidades emocionales. Posteriormente, el bebé tiene que tener nuevas oportunidades de explorar el medio, no sólo de tocar cosas y de llevárselas a la boca, sino también de gatear y de desplazarse en un medio seguro que le permita tomar iniciativas, ya que poco a poco el movimiento será una nueva fuente de placer, de conocimiento y maduración física y emocional.

El bebé es un pequeño cachorro que hacia el final de esta etapa empieza a hacer pequeñas incursiones en el mundo que existe fuera de su relación con la madre, lugar importante donde está más presente el padre, pero necesitando a la madre como lugar de referencia y de vuelta, como lugar de cálida seguridad y protección que siempre permanece.

En todo este tiempo, el medio debería adaptarse a las necesidades del niño, hasta el máximo punto en que esto sea posible, ya que el niño que debe adaptarse demasiado pronto comienza a vivir el mundo como un lugar en el que no es muy agradable y placentero estar, teniendo que llevar un ritmo que no es el suyo, que supone un estrés, y que hace que el niño pierda contacto consigo mismo, con sus sensaciones, con sus sentimientos, con lo que necesita y desea, (de la misma forma que nosotros cuando estamos una larga temporada estresados sentimos que nos cuesta conectar con lo que sentimos, con nuestro estado de ánimo, a la vez que solemos estar más irritados), lo que en el fondo está impidiendo su auténtica independencia, la capacidad de decidir, de elegir, de ser uno mismo y no de obedecer y acostumbrarse a algo porque no quede más remedio o porque sea la única posibilidad de ser aceptado. Posteriormente vendrán los límites, pequeñas frustraciones... y otros muchos e importantes logros; primero hay que proteger la frágil vida de este pequeño cachorro humano. Y así, de esta forma, ESTANDO, permaneceremos dentro de él, energéticamente, como imagen del mundo, como referencia, como cúmulo de sensaciones y de percepciones, de sentimientos que nos hacen tener nuestro propio lugar en el mundo, en la vida, el íntimo sentimiento de pertenencia y de confianza.

BIBLIOGRAFÍA:
Wipfler, Patty. “Cómo escuchar a bebés lactantes”. Parents Leadership Institute. Palo Alto, 1.990
Bettelheim, Bruno. “No hay padres perfectos”. Ed. Crítica. Barcelona, 1988
Serrano, Javier. “Perspectiva orgonterapéutica de la fase oral primaria”. Revista “Energía, Carácter y Sociedad”. Valencia, 1989
Montero, María. “Aproximación al mundo sonoro intrauterino”. Revista “Energía Carácter y Sociedad”. Valencia, 1.988
Montero, María. “Nacer al sonido”. Revista “Energía, Carácter y Sociedad”, Valencia 1.988