Leía hace días una entrada de Myriam hablando del Día de la marmota y me reía porque esa misma mañana estaba yo pensando en la película. Hay trozos de mis días que son iguales un día tras otro, salvo retrasos. También recordaba la película escrita por Paul Auster, Smoke, en la que el protagonista realiza una foto cada día a la misma esquina, a la misma hora. Con el seguimiento de las fotografías se podían conocer retazos de vidas que se cruzaban. Esa es mi sensación habitual en ciertos momentos del día.
Salgo de casa a las 7:45 y tengo 15 minutos de camino hasta el trabajo. Enciendo la radio. Mi calle suele estar vacía, así que aunque muy infiel, suele acompañarme la luna. También está Venus, más visible durante todo el mes y que señala el camino que debo seguir. Así que voy hacia Venus. La calle está vacía, es de noche, y yo no voy mirando las estrellas, sino a todo un planeta.
Antes de llegar a la gran plaza que señala el final de mi camino, paso por un centro de trabajo de Unitono, donde hay teleoperadores, muchos apurando en la calle, mientras fuman el último cigarro. Otros ya están finalizando la jornada nocturna. Siempre son los mismos, tienen turnos bastante estables en la planta que es visible desde la calle. Cada día recuerdo mi etapa de teleoperadora, y sigo adelante.
Al llegar a la plaza paso por un chaflán en el que se sitúan inmigrantes probando suerte, a ver si pasan a recogerles y llevarles a alguna obra, a algún trabajo, sin saber si será un trabajo de un día o de una semana; con la incertidumbre de si trabajarán y de si cobrarán en caso que les recojan. Ya reconozco algunas personas, con algunas incluso he hablado en mi trabajo.
Cruzando la plaza llego a mi trabajo. Cuando me faltan unos cincuenta metros más o menos, en la radio suena el mismo anuncio de seguros cada día, que habla de yogurteras que no son útiles en casa, preludio de las noticias de las ocho. En ese momento, mientras escucho el anuncio, casi cada día me cruzo en el mismo punto con un coche que lleva tres niños sin cinturón y con un padre que lleva a su hija de unos cuatro años en brazos, dormida. Me indigno y me conmuevo en décimas de segundo.
Apago la radio, subo las escaleras, firmo mi entrada.