lunes, 24 de diciembre de 2007

"Ha sido él" Los conflictos ayudan a vivir


Escrito por Miquel Àngel Alabart. Psicopedagog

Publicado en Viure en família y traducido a bote pronto por mí.


Una niña de cuatro años está jugando con un coche de juguete. Se lo acaban de regalar. Viene su hermana pequeña, que aún no tiene dos años y se lo quiere coger. Hay un pequeño tira y afloja, las dos gritan. De pronto, la pequeña muerde a la grande, que grita. Acto seguido, ésta le da una bofetada a la pequeña, que también comienza a gritar. En ese momento, la madre, que medio ha seguido el conflicto mientras hacía otra cosa, está harta, llega y dice enfadada “¿qué ha pasado?”. Después de escuchar las dos partes, la madre dicta sentencia. Puede ser que dirigiéndose a la mayor, le diga: “ya está bien, hay compartir. Y tú que eres mayor lo tendrías que saber” (esto puede parecernos muy cierto). Y le quitará el objeto a la mayor y se lo dará a la pequeña. O bien, dirigiéndose a la pequeña, que quizás se había salido con la suya: “Ya está bien, esto es de ella, las cosas no se quitan” (y esto no nos parecerá menos verdad), y le quitará el coche para restituirlo a su legítima propietaria. La hermana “ganadora” se sentirá contenta de haber vencido la disputa, confirmando así que su único interés valía la pena, y al mismo tiempo, la “perdedora” apuntará en su lista negra personal apuntará un palo más en el nombre de su hermana. Años más tarde, probablemente en medio de un nuevo conflicto irresoluble, es posible que una de las hermanas- la mayor, claro, la pequeña no recordará por qué siente aquello por su hermana…- aún le echará en cara “porque tú una vez me querías quitar el coche que me acababan de regalar”.


El conflicto forma parte de nuestra vida. Ahora vivimos en sociedades muy reguladas, y por tanto vivimos muchos menos conflictos que hace unos siglos, pero olvidamos que antes de llegar a establecer un sistema en el que nos tengamos que ir dando empujones por las calles, ni defendiendo nuestra casa, en el que no haya esclavos o que no se violen las personas en cada esquina, han pasado muchas cosas, ha habido muchas guerras y revueltas y también muchas negociaciones. Y aún así, los conflictos siguen apareciendo, porque las personas a menudo sentimos necesidades que no sólo no coinciden con las de nuestros vecinos, sin que muy a menudo están enfrentadas. ¿O es que nadie no ha discutido nunca con las personas adultas con las que comparte el piso, el trabajo o la vida?

Lo que pasa es que el conflicto está muy mal visto, y parece que una relación no pueda ser satisfactoria si hay conflictos. De forma que hay muchas personas que evitan el conflicto, y otras que evitan directamente la relación con las personas con las que han tenido alguna vez un conflicto. Así pues, aprender a aceptar desde pequeños que los conflictos son inevitables es uno de los aprendizajes más útiles. Encontrar la forma de resolverlos será otra cosa, que no es fácil, pero que los adultos, a menudo, hacemos aún más difícil con nuestra intervención.

Por ejemplo, y volviendo a la situación del comienzo, ¿cuál de las dos “verdades” es la más adecuada? No podemos partir de la idea de que alguien está haciendo algo mal, aunque nosotros fácilmente nos identificamos con el más débil, que no necesariamente es el más pequeño. ¿Os habéis fijado que a menudo tendemos a favorecerlo, quitando el objeto al que ha “ganado” y dándolo al otro?. Por cierto, que si las cosas “no se quitan”, ¿con qué derecho le quitamos nosotros el juguete? Es como cuando nos explican un conflicto en el colegio, y les decimos “vuélvete”. ¿No habíamos quedado en que eso está mal hecho? Esto nos pasa probablemente por el recuerdo de las injusticias sufridas por nosotros mismos de pequeños, pero quizás olvidamos que nuestros padres también estaban allí para “resolvernos” nuestros propios conflictos, y eso no nos ahorró tampoco aquellos sentimientos: de hecho, quizás, su intervención, bienintencionada, es lo que nos los generó. En todo caso, si somos conscientes de que la situación nos está produciendo un malestar a nosotros mismos, quizás habrá que decirlo: “a mí esto también me está haciendo sentir rabia”. ¡Y asumir que hemos entrado en el conflicto!

La justicia es relativa

Seguramente nuestra forma de intervenir tiene mucha relación con nuestra idea sobre la justicia, el conflicto en sí y su resolución. Está muy extendida la tradición “civilizada” de recurrir a un árbitro externo, algo que en lugares como los EEUU da lugar a miles de litigios judiciales que no hacen nada más que animar el fuego en una sociedad altamente conflictiva. Y olvidamos que antes hay muchas otras cosas que se pueden hacer. Lo que aún es más lógico es que el “juez” intervenga “de oficio” en un conflicto doméstico, como la discusión por un juguete. Eso es precisamente lo que hace la madre del caso que nos ocupa. Entonces, ¿tendría que haber dejado que se mataran por el coche de plástico? Claro que no, eso no, lo tendría que haber evitado separando los contendientes. Cuando se están haciendo demasiado daño o realmente se está abusando excesivamente del más débil, es lógico que intervengamos. Pero eso no es actuar como un juez, sino como un vecino solidario, que es otra cosa. Y en definitiva, como padres. No hacerlo en esos casos provocaría mucha inseguridad, evidentemente. Si se llega a una situación extrema, se tendrá que actuar, pero no para impartir “justicia”, sino para evitar males mayores.

La justicia es algo que ni los adultos tienen demasiado claro qué es, pero en todo caso está claro que a los cinco y a los dos años la concepción de lo que es es muy diferente de la que tiene su madre. Injusto es no conseguir nada de lo que quiero, justo es conseguirlo. Y de hecho, a nosotros nos pasa algo parecido con nuestras cosas: justo es cuando yo puedo aparcar donde quiero, injusto es que la grúa se me lleve el coche. Solo que, como dice Carlos Gonzáles, es más fácil ser “justos” con las cosas de los demás… ¿o es que nosotros aplicamos con todas nuestras posesiones eso de que “hay que compartir”? Como siempre, lo que hacemos los adultos es negociar unas normas, y aún así, a menudo hemos de negociar ante conflictos… o incluso acabamos peleándonos, igual que los niños y las niñas (o peor). El reto sería encontrar una solución “justa” para los dos; o lo que es mejor, donde los dos sientan que ganan. En eso les podemos ayudar, pero han de encontrarla ellos.

Curiosamente, cuando a los nueve o diez años jueguen con los compañeros en el patio de la escuela, ningún adulto (en general) no tendrá que imponer las normas. La mayor parte de los niños y niñas de esta edad ha entendido que es más fácil entenderse y jugar si se deciden las normas y se respetan, y por eso pueden jugar a tantos juegos reglados. Pero a diferencia de lo que creen muchos adultos, no es fruto de la intervención insistente del adulto, sino del propio desarrollo y autorregulación de los niños y las niñas con sus iguales. Por eso, como han estudiado Piaget y Vigotski para todos los aprendizajes, lo que mejor facilita el desarrollo (en este caso la capacidad de negociar en los conflictos) , es precisamente experimentar las situaciones y ser libres de ensayar diferentes posibles soluciones.

Observar, esperar, atender

Entonces ¿qué intervención será la más adecuada? Como siempre, lo primero que habría que hacer es observar a los niños y niñas en la situación del conflicto. Es posible que de esta forma podamos detectar si la cosa es tan grave como parece. Los niños y las niñas se expresan fácilmente con gritos, empujones e incluso algún golpe, lo que quieren o sienten, pero después muchos de los pequeños conflictos de los niños evolucionan hacia una solución amistosa, incluso aunque al adulto no le parezca justa. Recuerdo la primera vez que visité “La Caseta”, un centro educativo infantil donde el principio básico es la autorregulación. Vi un grupo de niños y niñas y uno estaba utilizando un juguete mientras los demás le miraban. En un momento dado, otro que le estaba pidiendo el juguete optó por ser más expeditivo, y le dio un pequeño golpe con la mano en la cabeza. La educadora no intervino, observando y esperando a ver qué pasaba. Lo que pasó es que el niño “agredido” miró al otro por primera vez, le dijo “ay, me has hecho daño!” y continuaron jugando todos exactamente tal y como estaban haciéndolo, hasta que al cabo de unos minutos el usuario del objeto decidió dejárselo al que se lo estaba pidiendo. Los niños y las niñas tienen muchos conflictos a lo largo del día, de los que a menudo ni nos enteramos porque los aprenden a resolver ellos mismos. Hay hermanas que han aprendido, en algunas situaciones a hacer pequeños intercambios de dudosa ecuanimidad (¿una pinza por una muñeca?), pero que para ellas son satisfactorios. Pero si nosotros intervenimos, es muy posible que empeoremos la situación. Imaginad qué pasaría si en el ejemplo del centro educativo, la educadora hubiese intervenido diciendo “qué haces? Por qué le pegas? ¿no ves que no se puede pegar?”, o incluso le hubiera castigado. Seguramente el conflicto real – el uso del juguete- no habría siquiera salido a la luz. Y así, los deseos (los dos bien legítimos) de las dos criaturas, no se habrían podido negociar; sencillamente habría ganado uno. Pero además, si la educadora hubiese intervenido también en el conflicto en sí, por ejemplo diciéndole al del juguete “¡ya llevas mucho tiempo con el juguete! Déjaselo ahora mismo!”, no sólo el niño se habría quedado peor que dejándolo por propia iniciativa, sino que además los niños habrían acabado aprendiendo que nosotros resolvemos sus conflictos. Por eso, muchos niños y niñas, ante un problema, lo primero que hacen es buscar un adulto que les saque de él.

Todas las personas, de cualquier edad, nos encontramos diariamente con cosas que queremos o que queremos hacer que dependen de los demás. A veces las pedimos, a veces las cogemos o las hacemos si pedir permiso, a veces esto tiene consecuencias y a veces no; en unas familias o culturas es de una manera en otras de otra. La única forma de saber qué pasa es ir probando… esto a veces nos hace sentir mal. Entonces lo que necesitamos es más un abrazo que un sermón. Pero tener la oportunidad de encontrarse en estas situaciones desde bien pequeños facilita a los niños la capacidad de adaptase a los límites que de forma natural van marcando los demás. No les privemos de esa experiencia.


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Entre hermanos:
Los hermanos son las únicas personas con las que te toca convivir muchos años sin haberlos escogidos y sin obtener nada a cambio. Bien, no es del todo cierto. Se aprende mucho de ellos, pero los niños no son del todo conscientes, sobre todo cuando han de estar en una batalla constante por los juguetes, rotuladores o la play station. Si tener conflictos es un aprendizaje, tener hermanos en una escuela de la vida. Li mejor que podemos hacer cuando les veamos pelearse, es felicitarlos “¡Qué bien, cuánto estáis aprendiendo!”. Es broma, pero es cierto. Eso sí, si intervenir en los conflictos siempre puede ser problemático, hacerlo en los de los hermanos puede llegar a ser fatídico. Se mezclan otras cosas más profundas, como el sentimiento de haber sido destronado, el de haber luchado por el pecho o la atención de los padres en general. Como hemos dicho otras veces, en estos casos vale más la pena intentar satisfacer las necesidades de cada uno de ellos que de intentar ser “ecuánime”. Con esto sólo estaríamos enseñando que todos necesitamos lo mismo, cuando esto no es siempre así.


Algunas frases útiles

Los conflictos de niños y niñas son conflictos de “otros”, no nuestros. Nadie nos obliga a poner solución. Pero sí es responsabilidad nuestra que nuestros hijos e hijas se sientan bien y que se desarrollen como personas. Entonces, la actuación que esperan de nosotros es ésta: que los comprendamos, que les echemos una mano y que les ayudemos a sentirse más seguros. En medio de un conflicto en el que los niños y niñas lo están pasando mal, podemos ir y describir la situación: “Veo que las dos queréis jugar con este coche…”. Y también intentar empatizar con sus sentimientos: “Claro, tú estabas jugando y ella te lo quieres quitar, y tú no quieres, verdad? Por este motivo estás enfadado…”, “tú también quieres jugar con esto porque es tuyo, no? Y ahora lo tiene ella…” . Otra cosa que se puede hacer es hacer que se den cuenta de los sentimientos del otro, sobre todo si le han hecho daño: “mira, está muy enfadada porque ella estaba jugando… no le ha gustado nada ese golpe, le ha hecho mucho daño y está triste…” Todo esto con los correspondientes abrazos – que quizás ayudan más que la frase en sí. Ante un conflicto así, a menudo no hay una “solución” buena: las dos tienen razón!. Sólo les podemos dar ideas: “Tenemos que buscar la manera de que las dos estéis contentas”, “Y si ahora que lo tiene ella, juega un rato más y después te lo deja?”. Otras veces podemos dar una opinión: “a mí me parece que no te costaría nada dejárselo”. Pero muchas veces estas ideas no serán aceptadas y tendremos que dejar que cada uno afronte sus decisiones, aunque tenga dos años.

sábado, 22 de diciembre de 2007

Juegos populares, la cultura autóctona del juego



Otro sobre juegos de la misma autora, que complementa al anterior.

Isabel Fernandez del Castillo

Autora de "La revolución del nacimiento"

Holistika

Muchos niños ya no juegan, sino que “consumen” productos manufacturados de entretenimiento (tele, videojuegos…), una solución fácil con que llenar sus horas de ocio. Es la globalización del entretenimiento.


Desaparecida la calle como espacio de encuentro, las ciudades se han convertido en un lugar inadecuado para los niños, y los parques a partir de cierta edad resultan poco interesantes para jugar. Eso hace que el juego libre en espacios abiertos sea poco menos que misión imposible. Si a eso unimos las largas jornadas escolares, las actividades extraescolares, lo reducido de las familias, y la invasión de los productos de ocio “de consumo”, lo cierto es que jugar, lo que se dice jugar, hoy en día se juega poco. Las consecuencias son ya patentes: obesidad, aislamiento, tele-adicción, hiperactividad o indolencia, conductas anti-sociales, caída del rendimiento escolar…

Muchos niños ya no juegan, sino que “consumen” productos manufacturados de entretenimiento (tele, videojuegos…), una solución fácil con que llenar sus horas de ocio. Es la globalización del entretenimiento. Pero como afirma Victoriano Yagüe, profesor de educación secundaria y autor de varios libros sobre los juegos populares “El juego es el mejor vehículo para el desarrollo de la creatividad y un excelente antídoto contra la educación en exceso tecnificada”.


La rica tradición de los juegos populares

Victoriano Yagüe es profesor de educación secundaria y un apasionado de los juegos populares, pasión que le ha llevado a recopilar esta rica tradición popular en varias obras, como “Juegos para la escuela” o “66 juegos para educar” “El juego es el mejor vehículo para el desarrollo de la creatividad y un excelente antídoto contra la educación en exceso tecnificada”, afirma Victoriano.

Victoriano forma parte de un movimiento actual de expertos en juegos que se han propuesto rescatar del olvido y llevar a las escuelas este aspecto esencial de nuestra cultura autóctona. Y es que antes de existir la práctica del deporte reglado, los niños realizaban un intenso ejercicio físico espontáneo en la calle, simplemente jugando a los muchos y diferentes juegos de la tradición popular. Estos han sido un medio de desarrollo psicofísico y de socialización que ha proporcionado deleite a innumerables generaciones de niños, antes de que el coche ocupara las calles, y la televisión su tiempo.

Victoriano Yagüe lamenta la inexistencia de espacios físicos apropiado para jugar “en los parques no hay ni donde esconderse”, y la pérdida cultural que supone la total sustitución del juego por el deporte: “El deporte, visto actualmente de una forma fría con respecto al juego tradicional, se muestra como un elemento fagocitador de nuestra tradición en lo que a cultura física se refiere, y se extiende por todos los lugares llevando modelos de actividad que no le son propios. Las normas rígidas y los controles estrictos de los deportes de masas empobrecen el espacio de las manifestaciones lúdicas populares y tradicionales donde la riqueza de variantes y matices son ese encanto propio del tiempo de la infancia”.

Siendo en todos los aspectos beneficiosos para el desarrollo de los niños, asistimos a un creciente interés por parte de padres y educadores por rescatar esa tradición, habiendo incluso quien propone que sean enseñados en los colegios, como una asignatura más, y en los campamentos de verano. Y en cualquier caso, son la alternativa a la presión del entretenimiento globalizado de consumo.


Los juegos de siempre

Muchos padres todavía recordamos de nuestra infancia divertidos juegos que casi han dejado de practicarse pero que sin duda harían las delicias de nuestros hijos. Este puede ser el verano para rescatar esas actividades, y lo que es más importante, contagiarnos del espíritu lúdico de aquellos años.

Muchos de esos juegos son colectivos, lo que los hace muy convenientes para los niños de ahora, y muy especialmente para quienes pasan horas solos jugando a los videojuegos. Al contrario que en los juegos virtuales, muchos de ellos violentos y en los que todo está (virtualmente) permitido, los juegos tradicionales colectivos son un interesante medio de socialización, ya que se rigen por reglas que todos deben asumir para poder jugar. Son una forma activa y tradicional de educación para la convivencia, en la que el espíritu competitivo queda matizado por la pertenencia al grupo y estimula el desarrollo de la capacidad de negociación y adaptación. Es también una extraordinaria forma de integrar mente, emociones y cuerpo y de hacer ejercicio de manera que el esfuerzo es inmediatamente premiado por la gratificación que produce jugar.

Pero además, el ejercicio que se practica jugando y no por “hacer ejercicio” requiere mucho menos esfuerzo real, porque nos produce una gratificación inmediata. Decía Ortega y Gasset “El juego es un esfuerzo, pero que no siendo provocado por el premioso utilitarismo que inspira el esfuerzo impuesto por una circunstancia del trabajo, va reposando en sí mismo, sin ese desasosiego, que infiltra en el trabajo la necesidad de conseguir a toda costa un fin”.


Jugar a lo que jugábamos antes

Son varios cientos los juegos populares practicados en las ciudades y pueblos de España, con numerosas variantes por zonas y pueblos.

Algunos de ellos todavía los recordamos:

Juegos de correr y esconderse: Escondite, polis y cacos (civiles y ladrones,……..), escondite inglés…
Cualidades que desarrolla: Percepción del propio cuerpo, agilidad, velocidad de reacción, resistencia. Conocimiento y percepción del espacio, estrategia. Respeto por las normas, trabajo en grupo, socialización y autonomía personal.

Juegos de correr y pillar: Rescate, Pañuelo, Cuatro esquinitas.
Cualidades que desarrolla: Percepción espacio temporal, velocidad de reacción, resistencia. Espíritu de equipo, socialización, respeto por las normas.

Juegos de correr y pillar con canciones: Abuelita qué hora es, Ratón que te pilla el gato.
Cualidades que desarrolla: Coordinación dinámica general, fuerza, agilidad, equilibrio. Autonomía personal, socialización.

Lanzar y evitar pelotas corriendo: Balón prisionero, Naciones

Cualidades que desarrolla: Atención, capacidad de reacción, agilidad, velocidad, resistencia. Espíritu de equipo, respeto por las normas

Juegos de lanzamientos de objetos : La gurria (es el antecesor del jockey)
Cualidades que desarrolla: cálculo espacial, coordinación ojos-mano, puntería, estrategia, coordinación, precisión.

Juegos con teja: La rayuela

Cualidades que desarrolla: cálculo espacial, coordinación ojos-manos, puntería, precisión, equilibrio, estabilidad, estrategia. Respeto por las normas.

Juegos sensoriales: La gallinita ciega

Cualidades que desarrolla: orientación, percepción del propio cuerpo, percepción sensorial: auditiva, táctil y quinestésica (de movimiento), velocidad de reacción, atención, concentración, confianza en los demás.

Juegos de saltar: la comba, la goma

Cualidades que desarrolla: La comba: sentido del ritmo, coordinación, resistencia, respeto por las normas al tener que esperar el turno (en grupo). La goma: Hace unos años tenía seis niveles de altura (tobillos, media pantorrilla, rodillas, medio muslo, cadera, cintura) lo que estimulaba la pericia, habilidad y espíritu de superación de las participantes.

Juegos y deportes no colectivos : Patinar, montar en bici, caminatas por la montaña, subirse a los árboles, correr con aro, ping pong, futbolín… En la playa: palas, pelota, surf, windsurf…

Cualidades que desarrollan: sentido del equilibrio, agilidad, percepción espacio-temporal, resistencia, capacidad de reacción, inmersión en la naturaleza…

Juego infantil e inteligencia


Isabel Fernandez del Castillo
Autora de "La revolución del nacimiento"
Holistika


Los cachorros mamíferos juegan mucho mientras son pequeños, y de esa forma adquieren las habilidades que necesitarán de adultos, de una manera agradable y gratificante. Cuanto más inteligente es la especie, más importante es la etapa dedicada al juego, por eso los niños son los “cachorros” que más tiempo dedican a jugar … si se les deja.


Los adultos a menudo pensamos que los niños juegan para entretenerse, para dejarnos tiempo libre. La realidad es bien distinta. Los niños no juegan para entretenerse, ni para dejarnos tiempo, sino porque es el medio por el que comprenden cómo es el mundo y se integran en él. Jugando desarrollan sus aptitudes físicas, su inteligencia emocional, su creatividad, su imaginación, su capacidad intelectual, sus habilidades sociales .... y al tiempo que desarrollan todo eso, disfrutan y se entretienen. Pero nunca en la historia los niños han jugado menos que ahora. ¿Puede esta revolución silenciosa no tener consecuencias?

Los cachorros mamíferos juegan mucho mientras son pequeños, y de esa forma adquieren las habilidades que necesitarán de adultos, de una manera agradable y gratificante. Cuanto más inteligente es la especie, más importante es la etapa dedicada al juego, por eso los niños son los “cachorros” que más tiempo dedican a jugar … si se les deja.


¿A qué jugamos?

El tipo de juego para el que están preparados los niños viene condicionado por su edad y momento evolutivo, y conocerlo es vital si queremos comprender o compartir sus juegos, ponernos a su altura o, simplemente, no interferir.

Hasta los 7 años, aproximadamente, el niño no distingue realidad de ficción y vive en una atmósfera “mágica”. Todavía no ha desarrollado plenamente su capacidad de abstracción, por lo que muchos pedagogos consideran inapropiado los intentos de “enseñarles” en clave racional. Ciertas pedagogías han estudiado detenidamente el proceso de desarrollo del niño, y ajustan el programa escolar a esta realidad. Es el caso de la pedagogía Waldorf, para la cual el desarrollo de la inteligencia humana tiene un “calendario” de desarrollo propio, y cada etapa es fructífera si se asienta sólidamente en la anterior. Así nos lo explica Elena Martín Artajo, directora de la Escuela Waldorf de Aravaca, para quien la adquisición de habilidades y conocimiento debe estar en función de la evolución de los niños, y no al contrario. Y en estos primeros años, el juego imaginativo y creativo constituye el fundamento para la aparición posterior del pensamiento abstracto y de facultades racionales más complejas. Dicho de otro modo, en esos años jugar parece ser la actividad más seria que se puede realizar.

Bruno Bettelheim también distingue dos fases claras en la evolución del juego infantil: el juego libre, hasta los 7 años, y el juego estructurado, por el que se van interesando a partir de esa edad. El juego espontáneo evoluciona de esta manera:

Hasta los 3 años, el niño toma posesión de su propio cuerpo y progresa en el conocimiento del mundo que les rodea. Es una fase de experimentación con su cuerpo y con su entorno. Sus primeros juegos se basan en la imitación. Los niños juegan a desempeñar las mismas actividades que hacen los adultos, adquiriendo de esa forma habilidades útiles para su vida.

Entre los 3 y 5 años es la edad de la imaginación. Son capaces de crear símbolos a partir de cualquier cosa –una caja de zapatos puede ser un camión, y un rato después una casa de enanitos- y sus creaciones son plenamente reales para él. Los juguetes demasiado “acabados” reducen sus posibilidades de imaginar y simbolizar a partir de formas básicas.

Entre los 5 y los 7 años, su imaginación continúa desarrollándose, de forma que no sólo crean objetos, sino también historias con un hilo argumental cada vez más elaborados. Es la edad del “vale que”. El vale que es el procedimiento por el cual los niños se distribuyen los “papeles” y hacen un primer planteamiento de la historia que van a representar, y que para ellos es muy real. Por ejemplo: “vale que yo era la mamá y tú eras el bebé y yo te llevaba al médico, etc.”. Normalmente, varios “vale qués” durante el juego sirven para distribuir y negociar los “papeles”, y van reconduciendo la historia hacia su objetivo.

Las cualidades que se desarrollan durante estas etapas infantiles son el fundamento mismo sobre las que se asienta la capacidad de materializar y llevar a cabo capacidades más complejas e incluso el trabajo de adulto. “Aquellos que se toman el juego como un simple juego y el trabajo con excesiva seriedad, no han comprendido mucho ni lo uno ni lo otro”, afirma H. Heine. Este tipo de juego es la base sobre la que se despliega cualidades superiores como la imaginación, la creatividad, la perseverancia en el esfuerzo, etc. que pueden resultar seriamente menoscabadas si se impide su ejercicio por medio de, por ejemplo, esa gran neutralizadora de la creatividad, la imaginación y la diligencia infantil, que es la televisión.


Juego libre y juego estructurado

Hasta esa edad los juegos tienen un alto significado simbólico y cumple múltiples propósitos. Afirma Bruno Bettelheim en su obra No hay padres perfectos “los niños se valen de los juegos para resolver y dominar dificultades psicológicas muy complejas del pasado y del presente. Tan valioso es el juego en ese sentido que la terapia por el juego se ha convertido en el procedimiento principal para ayudar a los niños pequeños a vencer sus dificultades emotivas”.

Jugar es para los niños pequeños un acto creativo de primer orden, que no sólo les ayuda a aprehender el mundo sino a resolver sus conflictos y dificultades. Es la edad del juego libre y creativo basado en la imitación y por el que desarrollan su capacidad para crear símbolos e inventar historias a partir de cualquier cosa: una caja de zapatos puede ser un camión, y un rato después una casa de enanitos. Este contenido simbólico de los juegos constituye la base misma de la inteligencia humana, y tienen una “lógica” interna, independientemente de que la entendamos o no.

En esta fase podemos “incorporarnos” a sus juegos imaginativos, pero no conviene “dirigirlos”. Es importante no interferir tratando de dirigir el juego hacia comportamientos más o menos lógicos para los adultos pero que desvíen al niño del propósito intrínseco de su juego. Este autor advierte “cuando no hay peligro inmediato, lo mejor suele ser aprobar los juegos del niño sin entrometerse. Aunque bienintencionados, los esfuerzos por ayudarle pueden desviarle de buscar, y a la larga encontrar, la mejor solución”.

A partir de los 7 años los niños van saliendo poco a poco de su atmósfera mágica, y ya discriminan claramente entre lo que es realidad y ficción, interesándose por otras actividades. A partir de entonces comienzan a estar preparados para los juegos estructurados, con reglas previamente establecidas, que continúan completando su “programa de desarrollo”. Son juegos más activos, más competitivos, en los que el niño vive la exhuberancia de una actividad física intensa y gratificante, mientras aprende a respetar las reglas del juego colectivo y compatibilizar sus intereses con los del grupo.


La familia que juega unida…..

Arrastrados por la vorágine del día a día, por la inmediatez de lo urgente, muchos padres y madres ven poco a sus hijos durante el curso escolar, apenas un rato al final del día. Jugar juntos nos parece un lujo inalcanzable, o incluso una pérdida de tiempo, según el día. Y sin embargo, compartir el juego no es sólo una forma agradable, lúdica y gratificante de hacer ejercicio y disfrutar en familia. Es también una oportunidad para disfrutar de una relación de camaradería más allá de los roles establecidos padres-hijos, un aspecto de la relación familiar habitualmente descuidada pero que puede llegar a ser de inestimable ayuda, por ejemplo, para capear con mayor estabilidad la turbulenta etapa adolescente.

Y es que, quizá, el escaso valor que damos a la necesidad de jugar en la infancia se deba a que hemos perdido a ese “homo ludens” que todos llevamos dentro. Y si cerráramos ahora los ojos e hiciéramos el ejercicio mental de situarnos dentro de –pongamos- 20 años, es posible que nos embargue la añoranza del tiempo perdido, ese tiempo pasado en que tuvimos la ocasión –y no aprovechamos- de disfrutar de ese efímero presente de padres de niños que crecen demasiado deprisa. Pero estamos a tiempo.

Lactancia por Casualidad


jueves, 20 de diciembre de 2007

QUINCE MINUTOS


Françoise Dolto

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Las mamás que trabajamos, disponemos de contados minutos para estar con nuestros hijos. EL rato de verlos es entre cacerolas y sartenes, y el baño diario y el orden de la habitación.
Las que estamos todo el dia con los peques, sentimos que estamos TODO EL DIA con ellos, pero si desmenuzamos la cosa, vemos que ellos anduvieron detrás nuestro durante toda la mañana y nosotras diciéndoles "espera, ahora no, en un ratito." Luego llegó el momento de jugar, y sonó el teléfono y nos enganchamos media hora, y luego se hizo la hora de comer.

Los hemos bañado, les quitamos los piojos y los hicimos dormir la siesta.
Y llega la noche, y estamos hasta la coronilla de ellos.

Pero no hicimos contacto.

Los quince minutos consisten en esto:
Nos sentamos CON LA COLA EN EL SUELO (esto es FUNDAMENTAL) no vale estar en una silla más alta, ni en otra parte. Es a su altura.
Durante este rato, estamos con ellos, EXCLUSIVAMENTE. Esto es que no tendremos el pollo en el horno, ni atendemos el teléfono, ni les enseñamos cómo se juega al dominó. Estamos allí, para ellos, a disposición.
SI eligen hacer un trencito con el dominó, pues bien. Allá vamos.
Esto va para los recién nacidos, y para el adolescente de 15 años. El tema es que cuando nos disponemos a hacerlo, no damos cuenta del escaso tiempo que pasamos con nuestros hijos, de que creemos que estuvimos pero no estuvimos, y comprendemos cuán pacientes y tolerantes son, porque viven aceptando nuestras postergaciones. Claro que cuando se hartan de nosotros y nos lo hacen saber, los tildamos de "caprichosos" y listo. Maravillas del poder adulto, que acalla todo aquello que le estorba.



PRIMER TEMA: La mitad más una de nosotras diremos que no tenemos tiempo.
Y se los creo. Me incluyo.
Pero si sacamos cuentas, pasamos mucho más tiempo aguantando berrinches, o discutiendo, o intentando que ordenen sus cuartos, que se bañen o que colaboren en la casa. Y todo esto es mucho más fácil de lograr cuando ellos ya han tenido lo que necesitaban: a nosotras.


SEGUNDO TEMA: Es prácticamente imposible tolerar media hora allí. Simplemente intolerable.
Se nos ocurren 400 cosas para hacer, para anotar, decimos "un segundito y vengo" y nos escapamos.
Es muy fuerte estar frente a este espejo que son nuestros hijos, simplemente no haciendo nada. Hagan la prueba, las invito!!!!


La consulta de moda son los niños con ADHD (que traducido es algo así como déficit de atención e hiperkinesia). Pero resulta que investigando, son niños que tienen que hacerlo todo "a mil" porque nunca nos tienen en exclusiva para ellos. Nos hablan rápido, juegan poquito rato y no pueden fijar la atención.
Y nosotros...cuánto fijamos la atención en ellos??

A mi, como mamá, la primera vez que me senté con la cola en el piso, me pasó que terminé llorando. Me angustié muchísimo.
Simplemente no podía estar allí, sin hacer nada. Necesitaba enseñarle algo a mi hija, o decirle cómo se jugaba, o intervenir. Me costó -y me cuesta todavía- dejarme llevar, que ellos propongan las actividades, a su manera. Ser uno más, y no su mamá o su educadora.

Estemos disponibles.

Con los más grandecitos (ideal cuando hay celos por el hermanito) es lindo salir a desayunar solos, o a la plaza, a donde sea, solos.

Ocurren maravillas.

Tratemos a los niños como nos gustaría que nos traten a nosotros.
Si nuestro compañero nos tratara así... si nos escuchara mientras se afeita o fríe milanesas...si no se detuviera a mirarnos a los ojos un rato largo...sentiríamos que algo no anda bien. Pues algo no anda bien en la forma en que criamos a nuestros hijos.

Para relacionarnos, necesitamos hacer CONTACTO.

A todos nos es más fácil aceptar que el otro haga lo que tiene que hacer, si ya hemos tenido "nuestro ratito". Los niños son seres humanos, y tienen la misma capacidad de comprensión desde que nacen hasta que mueren (F. Doltó)

LA INTELIGENCIA EMOCIONAL


Este texto se centra en niños con síndrome de down, y muchos de los aspectos de los que habla son para "trabaja" en un aula, pero realmente, en mi opinión se dirige a todos los niños, a nosotras mismas incluso, y puede ser objeto de reflexión. Es bastante largo.



Por Paloma Cuadrado , fuente: Canal Down 21


LAS EMOCIONES ME HABLAN

El conocimiento de uno mismo a través de las propias emociones


¿Cómo pueden “hablarnos” las emociones?


Las emociones son un estado complejo de activación del organismo. A través de ellas percibimos lo que sucede a nuestro alrededor y nos mueven a actuar. Es cierto que las emociones “nos hablan”, son capaces de expresarnos algo, pero con un lenguaje muy distinto al que estamos acostumbrados a escuchar.

Si enseñamos a los niños desde que son pequeños a darse cuenta de sus propias reacciones emocionales les estaremos ayudando a entenderse a sí mismos, pero también a los demás, desarrollando la empatía, la capacidad de ponerse en el lugar de otro y de actuar en consecuencia.

La propia estima y valía del niño, un buen autoconcepto, empieza ya a establecerse en los primeros años de vida y permite a éste enfrentarse a sus problemas, a los cambios. El hecho de potenciar su autoconocimiento emocional será una herramienta muy útil para desarrollar aquellas emociones positivas, aquéllas que más le ayudarán en la vida.


¿Cómo fomentar que los niños se conozcan más a sí mismos?


El conocimiento de uno mismo es un gran paso en la inteligencia emocional: si no nos conocemos a nosotros mismos difícilmente podremos conocer cómo son los demás.

La mayoría de las emociones se expresan de forma no verbal, es decir, sin palabras pero a través del lenguaje corporal. Por ejemplo, cuando nos emocionamos cambia nuestra mirada, orientamos nuestro cuerpo y colocamos las manos de una forma determinada, incluso, llegamos a modular el contacto físico o la propia voz.

Reconocer e interpretar el lenguaje no verbal es complicado, requiere mucho esfuerzo y práctica; sin embargo, es uno de los “ingredientes” fundamentales de la inteligencia emocional.

No conviene someter a censura las emociones, ya que entenderlas constituye uno de los aprendizajes más importantes en la vida de una persona y “disfrazarlas” no contribuirá a desarrollar su madurez emocional. Una vez el niño ha aprendido a etiquetar las emociones básicas se le puede facilitar un mayor conocimiento sobre lo que éstas avivan en él. Se trata de que ellos mismos descubran que sentirse contento, optimista, tiene muchas más ventajas que estar triste o enfadado. Sin embargo, conviene subrayar que tampoco debemos disfrazar las emociones que nos disgustan: estar triste, preocupado, nervioso, enfadado… Todas forman parte de nosotros y para manejarlas, el primer paso es reconocerlas.

Aunque nos parezca algo sencillo muchas veces somos los adultos quienes más fallamos en esta observación y, ante un pequeño contratiempo, nos enfadamos o se nos nota muy nerviosos, transfiriendo así un modelo erróneo a los niños. El adulto constituye el marco principal de referencia de los niños y ha de tener presente la importancia de su propio control emocional. De nada serviría enseñar al niño a estar contento si le llevamos en coche y nos ve nerviosos en un atasco, si se nos cae un plato y ponemos el grito en el cielo, si nos descontrolamos ante cualquier pequeño percance.

¿Cómo podemos ayudar a los niños a “escuchar” a través de su cuerpo las emociones?

Conviene hablar de forma abierta de las emociones propias, que el niño lo vea como algo natural y sea consciente de aquellas que experimenta en sí mismo. Al convivir con un niño con síndrome de Down se ha de estar atento a sus señales emocionales y fomentar su expresión. Si hacemos esto tendremos oportunidad de enseñarle a fijarse en la reacción que el entorno tiene a cada una de sus emociones y de fomentar aquellas más adecuadas. Por ejemplo, si el niño se lo ha pasado muy bien, se ha reído, ha disfrutado, podemos hacerle ver el cosquilleo que siente en la tripa, la sensación de “estar a gusto” que experimenta, a la vez que le remarcamos las consecuencias positivas de dicha emoción: los demás juegan con él, pone muy contentos a otros y le dejan compartir sus juguetes, es muy divertido para todos. Además, conviene indagar con el niño qué situación ha provocado esa emoción. Evidentemente, el nivel evolutivo del niño tendrá un gran peso a la hora de ofrecerle más o menos detalles y de utilizar uno u otro lenguaje.

El modo de interacción de los padres con su hijo determinará en gran parte su capacidad de resolución de problemas, su autonomía y su conducta social. Es necesario fomentar y permitir más la iniciativa del niño, incluso el error. Solamente aprendemos si se nos permite actuar, experimentar emociones y ver con cuál nos sentimos mejor.

Las emociones nos llevan a actuar y algunas de ellas nos permiten afrontar situaciones verdaderamente difíciles. Son estas últimas las que debemos potenciar en los niños como forma de aprender a salir con éxito de situaciones difíciles.

Actividades:

- Ayudarle a que preste atención a cómo dice las cosas cuando está contento pero también cuando siente alguna emoción negativa para él, que vea la diferente expresión entre una y otra.

- Jugar a decir emociones a través de la mímica, de esta forma aprenderá a ver la importancia a las señales corporales y fijarse en ellas.

- Sobre todo con los más pequeños ofrecerles posibilidades reales de elección de emociones, ya que muchas veces no saben con cuál responder a un suceso. Por ejemplo, si el niño se ha caído y no tiene importancia, no conviene hacerle que se concentre en el dolor, sino en lo bien que se lo estaba pasando y animarle a que vuelva a esa actividad. Una opción consiste en identificar situaciones que le hayan ocurrido a él y en las que se haya sentido: contento (cuando llega mamá, cuando nos dan un regalo, cuando vamos al parque, cuando jugamos con un amigo...), triste (cuando hacemos algo mal, cuando se rompe algo que nos gusta mucho, cuando lloramos,...), enfadado (cuando no nos dan algo que queremos, me han pegado, me gritan, otro niño no nos deja subir al tobogán...) etc.

- Podemos utilizar cuentos infantiles con ilustraciones claras para que aprendan a situar las emociones en su cuerpo. Se les harán preguntas a los niños sobre cómo se siente cada personaje, viendo cómo influye a su vez en los demás personajes del cuento. Se cuidará, ante todo, la entonación para enfatizar emociones, exagerando la musicalidad y haciendo pausas para llamar su atención.

- Todos podemos dedicar un rato de la magia de los cuentos a los niños. Se puede fabricar un cuento personalizado sobre situaciones relacionadas con su vida cotidiana, de esta forma el niño se identificará con el personaje y podrá ver cómo sale airoso cambiando sus emociones negativas de miedo o ira por otras más adaptadas. Los cuentos se pueden utilizar para ayudarles a comprenderse, las historias que les ofrezcamos les darán información sobre sus propias emociones.

- Aprovechar el recurso de la música para que sientan emociones en sí mismos y vean cómo afectan a su estado de ánimo.

- Con un guiñol se pueden representar cuentos que escenifiquen situaciones asociadas a emociones. Se les preguntará a los niños la emoción de cada uno de los personajes y las consecuencias que han aparecido. Será un gran recurso para que lo vean y juzguen cuál merece la pena.

- El juego contribuye a que el niño entienda lo que le rodea, a la vez que pone de manifiesto sentimientos que tiene dentro. Permitir que el niño juegue libremente y sin dirigirle de forma constante es sano para él, le permitirá sacar a la luz emociones que tiene dentro.

- El niño desarrollará emociones positivas si le elogiamos lo que hace bien, sin embargo, no conviene adularle de forma excesiva ya que perdería todo su efecto motivador y el niño no aprendería a discriminar cuándo se le está elogiando por su esfuerzo.

- Potenciar los momentos de risa y alegría en la familia, un buen recurso son los juegos cooperativos en los que todos puedan participar y comunicar emociones.

- Acostumbrarles a que no tengan todo “ahora”, que aprendan a demorar poco a poco las cosas que quieren.

- Admitir los adultos que nos equivocamos y cambiamos emociones negativas por positivas. Nadie es perfecto.

El profesor podrá intervenir asimismo con su actuación profesional en el aula, proporcionando pistas para ayudar a sus alumnos para favorecer el contacto personal y la posibilidad de hablar de sentimientos de forma natural. Hay que tener en cuenta que un adecuado acuerdo entre el núcleo familiar y el centro educativo es fundamental para la formación integral del niño y la unificación de criterios. Desde ambos entornos se establecen los puntos de referencia necesarios para su desarrollo socio-emocional.

Para llegar a establecer una relación armoniosa con el niño es necesario aceptarle tal y como es, una persona con sus propias características, pero siempre capaz de mejorar y aprender, incluso en el área de las emociones.


El primer paso en la Inteligencia Emocional

¿Cómo se puede desarrollar la comprensión y expresión de emociones en los niños?

En nuestra cultura no es habitual la educación en expresión verbal y no verbal de las emociones. Es el momento de irles enseñando progresivamente a los niños a poner nombre a las emociones básicas y a captar los signos de expresión emocional de los demás, a interpretarlas correctamente, asociarlas con pensamientos que faciliten una actuación adecuada y a controlar emociones que conlleven consecuencias negativas. Puede aprovecharse cualquier situación para hacer que se fijen los niños en las emociones. Por ejemplo, cuando se sientan contentos, tristes o enfadados, diciéndoselo explícitamente, animándoles a que presten atención a los gestos de cada emoción, a lo que les produce cada una de ellas. Un paso más adelante será hacer que se fijen en las emociones de otros, en cómo se sienten, para que puedan llegar a compartir emociones y tener presente su importancia dentro de las relaciones sociales.

Dichas habilidades se pueden aprender aprovechando cada momento cotidiano en el hogar o en el aula. Sin embargo, enseñar al niño a controlar sus emociones es diferente a reprimirlas. Tendrá que aprender a expresarlas de acuerdo con el momento, la situación y las personas presentes y, en este aspecto, el adulto ha de sentirse cómodo y hacerlo de forma adecuada.

Desde que el niño es pequeño y juega con otros niños será importante ir enseñándole lo que significa el respeto a los demás (mediante el respeto de turnos, prestar juguetes, no mostrarse agresivo), la relación con los demás (saludando y despidiéndose, pidiendo las cosas antes de quitarlas, aprendiendo a iniciar juegos) y la expresión de los propios sentimientos. Esto se convertirá en una tarea mucho más fácil si la educación emocional comienza desde que el niño nace, si procuramos que el entorno familiar sea estimulante para el niño, proporcionándole a menudo expresiones de cariño y diciéndole todo aquello que hace bien.

Actividades

Algunas actividades para iniciar a los niños en el reconocimiento y diferenciación de las emociones básicas son, a modo de ejemplo:

- Proporcionarles un vocabulario relativo a las emociones, para que de esta forma puedan iniciarse en la identificación y comunicación de sentimientos. Es importante brindarles un vocabulario emocional, llamar a las emociones por su nombre: estoy enfadado, estoy triste, siento rabia, estoy contento…

- Pintar con ellos caras de personas que expresen la alegría, la tristeza o el enfado, haciendo que el niño participe y se fije bien en la diferente expresión entre una y otra emoción. Estos dibujos pueden exponerse en un lugar visible de la casa y, cuando el niño manifieste una emoción, llevarle a ese lugar para que intente señalar la que le ocurre a él y se fije bien en ellas. Será una sencilla forma para aprender a etiquetar emociones.

- Plantearle alternativas sobre qué emoción siente en cada momento, para que decida cuál es la que le ocurre. “¿Estás contento o enfadado?”

- Delante del espejo imitar con el niño distintas expresiones que representen estados emocionales, para que observen en ellos y en el adulto cómo cambian los ojos, la boca, la frente, las cejas... con cada una de ellas.

- Realizar caretas con cartulinas, cada una representará una emoción. Se puede jugar a que adivinen qué emoción representa cada careta.

- Con un álbum de fotos se puede pasar un momento agradable y educativo emocionalmente, enseñando al niño cada emoción en sus propias fotos y en aquellas en las que aparecen otras personas. De esta forma cada vez será más capaz de diferenciarlas y reconocerlas en sí mismo y en los demás.

- Durante el juego aprovechar para provocar emociones en los personajes y hacer que el niño se fije en ellas: “Mira qué contento está el muñeco cuando gana en la carrera”.

- Aprovechar cualquier situación de relación social, juego o, incluso, conflicto, para poner nombre a las emociones: “Mira cómo llora Juan, se ha caído y le duele mucho.”

El tiempo que se comparte con los niños es vital para proporcionarles un marco de apoyo en el que se desarrolle de forma adecuada su inteligencia emocional.

La educación de las emociones tiene un gran peso en la prevención de posibles problemas emocionales y en el desarrollo de la personalidad del niño. Esta forma de educación debe ser, sin embargo, un proceso continuo y permanente, se puede y debe realizar a lo largo de toda la vida. La competencia emocional se logra a través de la experiencia, de la práctica diaria, contemplando cada momento como una gran oportunidad para aprender y mejorar en este aspecto.



APRENDO A CONTROLAR LAS EMOCIONES

Una vez adentrados en el mundo de las emociones, ¿cómo podemos lograr que los niños sepan superar aquellas que les producen malestar y cambiarlas por otras más optimistas? No se trata de enseñarles a ocultar sus emociones, ni reprimirlas, sino de aprender a tranquilizarse ante un reto, mirarlo desde otra perspectiva y saber son ellos quienes lo han logrado.

Si desde su nacimiento el niño ha podido disfrutar de un vínculo seguro tendrá una mayor autoconfianza y una mejor capacidad para controlar sus emociones: intentará superar cada reto y tratará de perseverar, aunque no siempre tenga éxito, pero sabrá que cuenta con apoyos en su relación con los demás. Los padres tienen una importancia indiscutible en la educación del niño; por lo tanto, el propio modelo que ellos muestran en el control de sus emociones tiene una gran influencia sobre el desarrollo de su hijo como ser autónomo.

Para establecer relaciones armoniosas con el niño es necesario aceptarle tal y como es, una persona con sus propias características, que tiene capacidades que se le dan mejor y otras en las que necesita más ayuda. Hay que considerar al niño en su globalidad, con la intención de darle las oportunidades que necesita y desarrollar su potencial respecto a todas las áreas: motora, lenguaje, perceptiva, cognitiva, social y emocional. Hay que tener en cuenta que con una actitud protectora, aunque se haga con la mejor intención, se puede llegar a obstaculizar el proceso de autonomía y desarrollo emocional. La persona con síndrome de Down debe ser un miembro más de la familia y no un mero receptor de ayuda familiar. Es necesario ser menos directivo, permitiendo la iniciativa del niño, incluso el error. Ya que solamente se aprende si se les permite actuar.

Es sabido que el optimismo está íntimamente relacionado con el bienestar y la autoestima. Por lo tanto, habrá que ayudar al niño a aceptarse tal y como es y, desde ahí, potenciar sus cualidades que le hacen único.

¿Qué hacer para proporcionar a los niños un adecuado modelo de control emocional?

1. Comunicarnos de forma eficaz

Comunicar supone manifestar actuaciones, pensamientos o sentimientos en situaciones interpersonales. Todo es comunicación, desde un gesto hasta una palabra. Es evidente que existen diversas formas de comunicar: cada persona que observemos tendrá un estilo u otro. Sin embargo, la manera que refleja una madurez emocional es la llamada “comunicación asertiva”, aquella que consigue sus objetivos teniendo en cuenta las señales que el otro transmite. Es la que muestran las personas que hablan seguras y confiadas, con una postura relajada y miran a los ojos de la persona que escucha. Dicen lo que pretenden decir, pero teniendo en cuenta los sentimientos del otro, empatizando con él. Una persona asertiva puede potenciar en el otro emociones positivas y supone un modelo seguro de control emocional.

¿Cómo podemos fomentar la asertividad –es decir, esa transmisión de seguridad y confianza– en nuestra relación con los niños? Poniéndonos a su lado e intentando pensar como ellos, según su edad, lo que les gusta y lo que más les cuesta. Es mejor elegir momentos de distensión para comunicarse, donde la prisa no sea un obstáculo, y mostrar señales a los niños que hagan evidente que se les escucha y que el mensaje tiene importancia para el adulto: asintiendo, mirándole a los ojos, preguntándole, estando próximo a ellos... El hecho de hablar de lo que hace en el colegio, los amigos que tiene, aquello que más le cuesta y lo que mejor le sale, es indispensable para que se sienta comprendido y apoyado.

Esta forma de comunicar, de sintonizar con él, conviene que sea aceptada y generalizada en el hogar y la escuela, para crear una coherencia en el niño y motivarle entre todos. Pero en la comunicación con el niño con síndrome de Down hemos de tener muy en cuenta lo siguiente: el niño entiende mucho más de los que podemos deducir por su capacidad de expresarse verbalmente. De modo que aun cuando él hable o trate de explicar poco, nosotros podemos comentarlo y contestarle con más amplitud, aunque con sencillez, sabiendo que él nos entiende.

2. Desarrollar la afectividad

Demostrar afectividad no es una tarea siempre fácil. Muchas veces las prisas o la rutina hacen que no nos fijemos en su importancia para los niños. El rostro es una parte de nuestro cuerpo que puede proporcionarles información sobre el grado de aceptación y el humor. A través del rostro, el tono de voz y el movimiento corporal el niño puede captar distintas emociones que le proporcionen respuestas ante lo que él hace.

El acercamiento físico, a través del tacto y caricias, es una buena demostración que al niño le ayuda a sentirse a gusto. Sin embargo, no conviene caer en el error; no hace falta premiar siempre que el niño hace algo bien con refuerzos tangibles como golosinas, cromos, muñecos, etc. Es incluso más efectivo el refuerzo social a través de los elogios y manifestaciones afectivas y, sobre todo, ayudará al niño a considerar la importancia de las relaciones sociales a lo largo de toda su vida. Esta es una tarea que se les ha de demostrar desde el principio, desde que son pequeños, porque son como una “esponja” capaz de aprender de las emociones.

3. Controlar la conducta

Los niños han de enfrentarse a numerosas situaciones a la hora de afianzar en su autonomía, aunque muchas veces no saben expresar exactamente sus deseos y necesidades. Todas estas experiencias incomodan al niño, cuyas habilidades motoras y comunicativas son todavía muy limitadas; su autocontrol necesita desarrollarse y pueden reaccionar con rabietas, enfados, o incluso manifestar ira contra el profesor u otro alumno. Lo mejor es permanecer tranquilos, acercarnos al niño y hablarle en un tono suave; de esta forma podrá fijarse en nuestro comportamiento y verá que estar relajado proporciona un mayor bienestar. Otra alternativa es llevarle con suavidad y firmeza a otro lugar y esperar a que se le pase, dejando claro al niño que no hay otra solución, pero que no es un castigo, y que puede elegir otra alternativa si su comportamiento es más adecuado.

El efecto de las expectativas, llamado efecto Pigmalión, muestra que la opinión preconcebida que el padre o el profesor puedan tener del niño condiciona la forma de interactuar con él y afecta, en consecuencia, a su conducta. Si pensamos que, debido a su discapacidad, el niño no va a ser capaz de mejorar en el plano emocional se lo estaremos transmitiendo a él y no se esforzará. Cambiemos, por lo tanto, nuestra forma de verle y pensemos en positivo, convenciéndonos de que, del mismo modo que aprende a hacer fichas o actividades escolares, puede aprender y mejorar en su capacidad emocional.

Muchos niños con síndrome de Down tienen elevadas expectativas de fracaso; por lo tanto hay que lograr que aprendan a ver la relación entre su esfuerzo y el éxito que depende de ellos mismos. Conviene ayudarles a superar dificultades y que lo perciban como un éxito propio, plantearles metas realistas que consigan por sí mismos. Una buena estrategia será potenciarles pensamientos positivos para afrontar retos, “¡Yo puedo!, ¡Lo haré bien!”, que sean ellos quienes se lo repitan para no hacerles dependientes de la aprobación de los demás. Si siempre se les pide por encima o por debajo de sus posibilidades estaremos mermando su motivación. Hay que proponerles actividades y responsabilidades cada vez más difíciles, que supongan un reto para ellos y compararles en sus progresos consigo mismos.

Conviene explicarles de forma sencilla las situaciones nuevas o difíciles, qué les ha llevado a sentirse incómodos o nerviosos, intentando describirles algunas de ellas antes de que lleguen. Esto se consigue realizando una escucha activa entre los padres y el niño, partiendo de sus propias experiencias y planteándoles aquellas situaciones que supieron resolver. Aun así, la exposición a situaciones nuevas o difíciles deberá realizarse de forma progresiva, utilizando técnicas de relajación que planteen al niño una visión más optimista.

Se puede utilizar el juego para que inventen alternativas a un problema y dialogar cuál es la mejor. Mediante el juego simbólico o de ficción, el niño podrá expresar qué situaciones le preocupan más, plantear alternativas y evaluar las consecuencias de sus acciones. El juego es una buena forma para que el niño participe, se exprese y desarrolle sus emociones.

Actividades para trabajar el control de las emociones

Los objetivos serán:

- Desarrollar la habilidad de regular las propias emociones
- Superar tensiones y ansiedades, creando una actitud positiva frente a los problemas
- Conocer técnicas para relajarse

1. Aprendo a respirar

Esta actividad se basa en la importancia de la respiración como proceso para relajarse. De forma sencilla, utilizando dibujos o globos, se les puede explicar a los niños cómo el aire “bueno” entra por la nariz o la boca hasta los pulmones, que se hinchan cuando se llenan de aire, igual que un globo. Después, cuando se espira, sale aire “sucio” y los pulmones se quedan limpios. Les diremos que tomen aire (inspiren) por la nariz y que lo pongan en su tripa, como si fueran uno de estos globos. Estando tumbados pueden ponerse un saquito de poco peso en el vientre, para que vean cómo sube y baja con la respiración. Se practicará la respiración estando los niños tumbados, cada uno en su colchoneta, inspirando aire y espirando. Hay que tener en cuenta que esta actividad debe hacerse de forma relajada, sin prisas, y controlando que los niños no respiren demasiado deprisa para no hiperventilar. Puede acompañarse de música relajante, por ejemplo, Canon en D mayor de Pachelbel, música con sonidos de la naturaleza, Concierto para piano y orquesta nº 21 de Mozart, etc.


2. Aprendo a relajarme (relajación de Jacobson)

Esta técnica consiste en realizar ejercicios de tensión-relajación con cada una de las partes del cuerpo. Hay que ponerse en una postura cómoda y en un ambiente relajado, sin distracciones ni prisas. Es mejor utilizar ropa cómoda y no tener cosas que aprieten: reloj, objetos en los bolsillos, etc. No conviene hacer la relajación después de las comidas. Cada ejercicio se debe realizar 2-3 veces seguidas, alternando 10 segundos de tensión con periodos de relajación de 30 segundos.

Es importante notar la diferencia entre el malestar de tener un músculo contraído y el bienestar que se produce cuando lo relajamos. La relajación se consigue de forma gradual, practicándola progresivamente, mejorando paso a paso. No se consigue todo en un día, lo mejor es ensayar cada técnica varias veces para que noten su eficacia. Se intentará respirar de forma reposada y acompasada a los ejercicios que se propongan. Es fundamental salir despacio de la relajación, después de realizar el último ejercicio hay que inspirar profundamente, mover las manos y abrir despacio los ojos, sin incorporarse de golpe. El recorrido completo comprende las siguientes cinco zonas corporales:

2.1. Ejercicios de los brazos: primero se realizan todos los ejercicios con un brazo y luego con el otro

- Apretar fuertemente el puño, como si apretásemos muy fuerte una esponja... abrir la mano
- Doblar la mano por la muñeca hacia arriba y hacia abajo, muy fuerte... volver a la posición inicial
- Doblar la palma de la mano hacia abajo, como un pingüino... volver a la posición inicial
- Tensar el antebrazo, ¡qué fuertes estamos!... aflojar el antebrazo
- Doblar el brazo por el codo tensando los músculos del bíceps... aflojar el brazo que vuelve a descansar en la posición inicial
- Doblado el brazo por el codo tratar de hacer fuerza, como para bajar el brazo,... aflojar el brazo para que vuelva a la posición de reposo.
- Estirar hacia delante y hacia arriba el brazo extendido a fin de tensar el hombro... aflojar el brazo para relajarlo
2.2. Ejercicios para relajar la cara:

- Tensar la frente levantando las cejas, como si estuviésemos asustados... dejar caer las cejas
- Tensar la frente frunciendo el entrecejo, tratando de aproximar las cejas, como si estuviésemos enfadados ... dejar caer las cejas
- Cerrar muy fuerte los ojos... relajarlos
- Tensar las mejillas estirando hacia atrás y hacia arriba las comisuras de los labios, como una sonrisa muy grande... dejar que los labios vuelvan a su posición de reposo
- Juntar los labios y, apretados fuertemente, dirigirlos hacia fuera de la boca, como si diésemos un beso muy fuerte... dejar que los labios vuelvan a su posición de reposo
- Juntar los labios y, apretados fuertemente, dirigirlos hacia adentro de la boca, como si nos comiésemos nuestros labios... dejar que los labios vuelvan a su posición de reposo
- Presionar con la lengua el paladar superior, como si tuviésemos una patata pegada... dejar que la lengua descanse
- Apretar fuertemente las mandíbulas, como si mordiésemos algo muy fuerte... dejar que la mandíbula descanse permitiendo que los labios queden separados.
2.3. Ejercicios del cuello: (para facilitarlo se puede hacer referencia a un objeto que se sitúe en el lado al que tienen que mirar)

- Inclinar la cabeza hacia la izquierda
- Inclinar la cabeza hacia la derecha
- Inclinar la cabeza hacia atrás
- Inclinar la cabeza hacia delante
2.4. Ejercicios del tronco:

- Levantar los hombros (como si tocásemos con los hombros el techo)... volver a la posición inicial
- Tirar de los hombros hacia delante encogiendo el pecho (como si tuviésemos mucho frío)... descansar
- Coger muy fuerte los brazos por detrás de la espalda... soltar
- Sacar el estómago hacia fuera (como si fuésemos muy gordos)... relajar
- Meter el estómago hacia dentro (como si fuésemos muy delgados)... volver a una posición inicial
- Tensar la parte inferior de la espalda, arqueándola (como cuando nos estiramos muy fuerte al levantarnos)... descansar
2.5. Ejercicios de las piernas:

- Ejercer presión sobre el glúteo (ponernos de cuclillas)... soltar
- Contraer los músculos de la parte anterior del muslo (levantando la pierna hacia delante)... relajar
- Tensar los músculos de la parte posterior del muslo apretando con los talones hacia abajo (hacer que pisamos muy fuerte el suelo)... soltar
- Tensar la parte anterior de la pantorrilla tirando fuertemente del pie hacia la rodilla (tumbados, llevar la punta del pie hacia el techo)... parar
- Tensar los gemelos estirando la punta del pie (tumbados, llevar la punta del pie hacia la pared)... reposar
- Tensar los pies doblando los dedos hacia delante (como si fuésemos un pájaro)... dejar de ejercer tensión



3. Aprendo a relajarme (relajación dinámica)Se les pondrá a los niños música que invite al movimiento. Se les puede proponer que corran al ritmo de la música, unas veces muy deprisa y otras más lento. Los niños notarán cómo, después de haber forzado a trabajar a los músculos de su cuerpo, se sienten más relajados.Otra forma consistirá en enseñarles un globo inflado y animarles a que no toque nunca el suelo, los niños correrán tras él, intentando alcanzarlo. Se les puede proponer que bailen con la música pero que, cuando deje de sonar, se tienen que parar y estar muy quietos hasta que vuelva a escucharse la melodía.

Otros ejercicios de relajación dinámica consisten en imitar animales moviendo todas las partes del cuerpo, bailar de forma individual o en corro, hacer un tren, etc. En cada uno de ellos se utilizará una música que contenga distintos ritmos para que los niños se muevan de acuerdo al sonido que escuchan, parando y volviendo a realizar ejercicios.

Conviene fomentar la participación de todos los niños y proponer cada ejercicio a modo de juego, que lo perciban como algo agradable que les anima a estar contentos y relajados

4. Vamos a imaginar…

Hacer como si fuéramos un coche, un pájaro, una pelota, como si nos vistiésemos, como si apretásemos muy fuerte un caramelo en la mano, como si fuésemos un gato que se estira mucho, una tortuga que se mete en su caparazón, masticamos un chicle, como si pasara un oso muy grande por nuestra tripa, como si hiciéramos agujeros en el suelo con los pies, etc.

Esta actividad puede aprovecharse para diferenciar conceptos opuestos: duro-blando, tenso-relajado, estirar-apretar, frío-caliente.


5. Me voy a la playa. Relajación autógena
Se les describirá situaciones en las que sepamos que han disfrutado, por ejemplo, una playa, la excursión con los compañeros a la sierra, un día en la piscina,... Se irá describiendo con detalle lo que está sucediendo, haciendo alusión a la relajación que siente el niño, el calor que nota por el sol, lo contento que está, etc... Los niños estarán tumbados y se les pedirá que imaginen esa situación. Conviene utilizar un tono de voz suave e ir describiendo la escena con todo detalle, intentando provocar en los niños lo que sentirían en esa situación.

Cuanto más entrenen en esta capacidad de imaginar para sentirse bien, mejor lograrán el objetivo de relajarse.

6. Relajación en el agua

Incluso un día de piscina puede convertirse en un momento que invite a los niños a relajarse y controlar su estado emocional.
Se puede contar con recursos materiales como: una piscina de poca profundidad (la temperatura en invierno será de 35 a 37 grados y en verano de 26 a 30), música clásica o moderna (preferiblemente una que los niños ya hayan escuchado), balones grandes, tablas, etc.

En el agua pueden realizarse ejercicios de relajación profunda o dinámica. Nos situaremos en una zona de la piscina en la que todos los niños puedan pisar el fondo. Para la relajación dinámica se ensayarán ejercicios en el agua recorriendo los distintos grupos musculares:

- Brazos: levantarlos hacia delante, encima de la cabeza y a los lados. Apretar fuertemente los puños. Hacer que tocamos un piano.
- Piernas: los niños se cogerán del bordillo boca abajo y moverán alternativamente las piernas, como para hacer mucha espuma en el agua. Se repetirá el mismo ejercicio boca arriba.
- Pies: boca arriba y apoyados en el bordillo mover las puntas de los pies hacia arriba y abajo.
- Abdomen: agacharse y subir, hacer que somos un molino desplazando los brazos muy de prisa a los lados del cuerpo como si fueran las aspas
- General: sentir el peso del agua, andar y bailar en la piscina notando la presión que ejerce el agua en el cuerpo. Hacer un corro entre todos.
Lo beneficioso sería poder practicarlo durante varios días. Se les pondrá música moderna y, entre una y otra canción, se practicarán ejercicios de respiración. La última canción debe ser lenta, para practicar ejercicios de relajación profunda. Pueden proponerse ejercicios en grupo usando los balones, las tablas, etc.

Conviene fomentar la interiorización del esquema corporal, que aprendan a mover sólo la parte del cuerpo que les pedimos.

¡TENGO AUTOESTIMA!

A lo largo de este programa sobre la educación de las emociones se ha podido comprobar cómo las emociones son consustanciales a la vida de las personas. Mejorar en esta área significa sentirse bien con uno mismo y afrontar situaciones difíciles, siendo conscientes de las propias capacidades y limitaciones. La inteligencia emocional supone, por lo tanto, un aliado imprescindible para aprender a desenvolverse de forma autónoma, permitiendo generar emociones positivas y propiciando la valoración de uno mismo.

Muchos niños con síndrome de Down tienen, debido a su historia personal, muy bajas expectativas a la hora de superar con éxito los retos que se les puedan plantear. En este punto se debe incidir en los programas de inteligencia emocional para actuar sobre estas creencias y que logren progresivamente quererse a sí mismos, motivarse para superar dificultades y valorar aquello en lo que más destacan.


¿Qué es la autoestima?

La autoestima es, en líneas generales, la valoración que hacemos de nosotros mismos. No significa lo que uno es, sino lo que uno cree que es. La autoestima se corresponde con distintas facetas, todas ellas relacionadas:

» Las relaciones sociales: ¿Cómo nos ven los demás?
» El aprendizaje y destrezas: ¿Cómo valoramos lo que hacemos, el esfuerzo y su resultado?
» La familia y el entorno: ¿Cómo nos ven padres, hermanos, profesores, compañeros...?
» Y con la imagen corporal que cada persona tiene interiorizada: si físicamente nos sentimos aceptados.

Una persona con una alta autoestima es capaz de quererse y aceptarse, con todas sus capacidades y limitaciones, y estará, por lo tanto, predispuesta a mejorar y perseverar para superar retos a lo largo de la vida.
Es en la niñez cuando se va desarrollando el concepto que uno tiene sobre sí mismo, a través de las diversas experiencias vividas, lo que ven y oyen en su entorno y las oportunidades que reciben. Sin embargo, hay que decir que la autoestima no es estática, se va forjando en la infancia, pero es susceptible de mejorar para posibilitar una mayor confianza en uno mismo.


¿Por qué es importante la autoestima?

De acuerdo con Díaz-Aguado (1995), el optimismo o, lo que es lo mismo, la atención selectiva hacia los aspectos positivos de la realidad, tiene una gran importancia desde una edad temprana. Está estrechamente relacionado con el bienestar y la autoestima. Hay que decir que, en general, los niños con discapacidades suelen tener más problemas para construir un autoconcepto adecuado. El niño con necesidades educativas especiales puede infravalorarse al enfrentarse diariamente con algunas dificultades. Este riesgo aumenta si las personas más significativas para el niño como los padres, profesores o compañeros niegan la existencia de la necesidad especial y le exigen igual que si no la tuviera. Su autoestima mejorará cuando se le ayude a aceptar su discapacidad y a realizar los esfuerzos necesarios para compensar aquello que más le cuesta.

La baja autoestima que se aprecia en muchos de estos niños no tiene por qué estar causada por su discapacidad, sino por las tareas que se le piden al niño. Si le pedimos que haga cosas demasiado difíciles o simplemente hacemos siempre las cosas por él, estaremos produciendo un déficit en su motivación. Es lo que se conoce como indefensión aprendida, y se puede apreciar en aquellos niños que anticipan el fracaso y hace que cada vez inicien menos intentos para dominar situaciones difíciles. No está relacionado con su discapacidad, sino con su ambiente de estimulación y aprendizaje. Todo ello hace que el individuo sea inseguro y dependiente de la aprobación de los demás. En el ámbito de los niños con síndrome de Down es fundamental proporcionarles experiencias de dominio y reconocimiento en los ámbitos que más dificultad les suponen. Es importante evaluar la capacidad de afrontamiento de cada niño y ayudarle a plantear metas realistas que pueda conseguir de forma independiente.



¿Qué señales hacen sospechar que un niño tenga una baja autoestima?


Muestra una falta de interés hacia lo que le es difícil
Tolera mal cuando algo no le sale como él quiere
Indecisión, necesita siempre la dirección del adulto para hacer las tareas
Desánimo, no confía en sus propias capacidades
Temores ante situaciones nuevas
Timidez, retraimiento
Grandes cambios en su estado emocional
Necesita constantemente que otros le digan si lo ha hecho bien
Se dice frases que anticipan que no podrá conseguirlo como: “No puedo”, “Lo voy a hacer mal”, “No se hacerlo”, “No valgo para nada”...
No persevera ante las dificultades
Se compara frecuentemente con los demás y no elogia el esfuerzo de otros

¿Cómo se puede desarrollar su autoestima?

• Desde que el niño nace, el hecho de sonreírle, acariciarle, responder a sus intentos de comunicación son los primeros signos que generan autovalía.

• Para que el niño tenga un buen concepto de sí mismo debe conocerse. Hay que favorecer que conozca tanto su cuerpo, como su forma de expresar lo que quiere, aquello que le cuesta y en lo que sobresale. Es fundamental ayudarle para que se sea especial en algo, por ejemplo, en su colaboración, aspecto físico, deporte, pintura, etc. haciendo que se dé cuenta de sus logros y lo vea como algo importante.

• Siempre es mejor reconocer el esfuerzo, interés y atención que han puesto los niños, antes que sus resultados. Esto puede concretarse en cualquier ámbito. Por ejemplo, ante una tarea que le cueste conviene elogiar cualquier avance, por mínimo que sea, y hacerle ver la importancia de su esfuerzo. La persona con síndrome de Down tiene que ser consciente de lo que más le cuesta, para que pueda esforzarse y compensarlo, siendo capaz de pedir la ayuda que necesite.

• Desde que el niño es pequeño conviene enseñarle hábitos básicos de higiene, sueño o alimentación e ir disminuyendo nuestra ayuda en actividades diarias que ya puede hacer solo. No conviene hacer las cosas por él. Desde edades tempranas es importante fomentar que el niño tenga pequeñas responsabilidades en casa. Dependiendo de la edad que tenga podrán ser recoger: sus juguetes, ayudar a poner la mesa, responsabilizarse de tareas cotidianas, etc. El hecho de ir progresivamente incrementando sus responsabilidades le proporcionará una mayor seguridad, sabrá que otros le consideran capaz de resolver tareas y le permitirá tener una mayor sensación de valía.

• Es fundamental demostrarle nuestro cariño y aprecio, alabar y elogiar siempre cualquier progreso para que adquiera seguridad en sí mismo. La autoestima es la interiorización que los demás tienen de él y la confianza que en él depositan. Al decirle lo que hace bien le estaremos permitiendo discriminar lo que ha sido fruto de su esfuerzo para que tienda a repetirlo. Estas experiencias le proporcionarán una sensación de control y confianza en sus capacidades. Si, por el contrario, siempre se le dice lo que hace mal, estaremos desarrollando un sentimiento de fracaso. Hay que ayudar al niño a comprender las consecuencias de su comportamiento, a que vea el efecto de sus actuaciones sobre sí mismo y sobre los demás. Le servirá para valorar su propia actuación.

• Se pueden organizar tareas y actividades en las que tenga oportunidad de salir con éxito. No hay que exigirle ni más ni menos de lo que es capaz de hacer y conviene ayudar al niño a establecer objetivos razonables y alcanzables.

• Hay que enseñarle a que no siempre han de prevalecer sus deseos y opiniones. También ha de escuchar el punto de vista y aportaciones de los demás. La “empatía” o capacidad de ponerse en la piel del otro es fundamental. No se debe aprobar todo lo que haga, porque los límites o normas de convivencia son necesarios para garantizar que comprendan qué es lo que se les pide en cada momento. Conviene alabar cualquier comportamiento del niño que implique ayuda y colaboración, no alabar todo, ya que los falsos halagos no les benefician en el fortalecimiento de su autoestima.

• Es importante alabar su opinión e iniciativa en diálogos y el interés por comunicarse con los demás. Animadle a expresar ideas y permitid que haga las cosas a su manera dentro de los límites que se le permiten.

• Fomentad que vuestro hijo exprese verbalmente sus afectos y sentimientos (cuando llore, esté contento, esté enfadado...). Saber identificar una emoción ayuda a controlarla y solucionar sus orígenes cuando son negativas.
• El modelo de los padres y adultos supone un referente fundamental para la formación de la propia autoestima en el niño. Conviene intentar ser un buen modelo de importancia y valía, hablar de nuestros éxitos y virtudes para que ellos también lo hagan.

• No conviene hacer comparaciones con otros niños o hermanos. Siempre es mejor compararle consigo mismo, para que vea cómo cada vez le salen mejor las cosas. El éxito consiste en darles oportunidades para que muestren sus capacidades, la práctica les hará más competentes.

• Por otro lado, hay que cuidar la manera en la que se le dicen las cosas. Expresar primero lo que nos gusta de él y luego lo que nos desagrada refiriéndonos a hechos concretos y no a etiquetas. A la vez, siempre es mejor escuchar a los niños hasta el final cuando hablan sobre sus actividades, amigos, emociones..., sin interrumpir; esto le hará sentir que lo que comunica es también importante para el adulto que está con él.

• En el aula hay que tener en cuenta el efecto de las expectativas, llamado efecto Pigmalión. La opinión preconcebida que el profesor pueda tener del alumno condiciona la forma de interactuar con él y afecta, en consecuencia, a la conducta del niño. Si el profesor piensa que, debido a su discapacidad, el niño no va a ser capaz de hacer algo se lo transmitirá al él de forma directa o indirecta. Con esta forma de actuar el niño irá interiorizando lo que se espera de él y repercutirá en su autoestima.

• Conviene sumergirnos en “su mundo de niño”, implicándonos en juegos infantiles (de movimiento, de comunicación y conocimiento de los objetos, juegos imaginativos, disfraces, construcciones con piezas...) e implicarle en actividades de los adultos (ir a la compra, hacer galletas, poner la mesa...). Debemos amoldarnos a los juegos de cada edad, proponiendo y participando en ellos. Lo más importante, en el terreno que nos ocupa, serán los juegos de relación y expresión emocional. Todos los juegos podemos realizarlos de forma que favorezcan una adecuada relación con la familia y amigos y permitan al niño expresar preocupaciones, miedos, sentimientos, etc.

• En relación a la escuela es fundamental que exista una adecuada comunicación con la familia. Los padres, en relación al niño, deben preguntarle por lo que hace, lo que más le gusta, sus compañeros, etc. Pueden realizarse en casa actividades paralelas sobre los contenidos que se trabajan en el aula, le servirán para reforzarlos y contribuirá a una mayor motivación por el aprendizaje. Conviene premiar su esfuerzo y constancia, aunque los resultados no alcancen lo previsto.

¿Qué actividades concretas les podemos plantear a los niños para favorecer su autoestima?

Los objetivos que se trabajan para fomentar su autovalía serán los siguientes:

• Desarrollar la habilidad para generar emociones positivas
• Facilitar una mejor autoconciencia de necesidades, habilidades, capacidades y limitaciones en el niño
• Motivarse a sí mismos evitando anticipar fracasos
• Valorarse a sí mismos, sintiéndose importantes
• Incrementar su autoestima y desarrollar sentimientos de seguridad
• Desarrollar su motivación hacia el aprendizaje
• Fomentar la asunción de responsabilidades
• Saber perseverar ante las dificultades
• Vencer temores e inhibiciones
• Fomentar un equilibrio emocional que contribuya a proteger la salud y bienestar del niño, expresar sus necesidades y pedir ayuda.


Actividad 1: Yo soy...

Se pueden utilizar una cámara de fotos y cartulinas grandes. Se hará una foto a cada niño y se pegará en el centro de una cartulina. Sentados en círculo se irán comentando las características de cada uno, con la cartulina en el medio para que todos la vean. Se describirá el color de pelo, ojos, si es niño o niña, su simpatía, cualidades, etc. Las cartulinas se colocarán en una pared de la clase para que todos puedan mirarlas y observar lo positivo que tienen. El objetivo de esta actividad es tratar de que los niños vean que no existe otra persona igual que ellos, son únicos y sus compañeros y las personas que les quieren les aceptan tal y como son.

Actividad 2: Los que me quieren

Cada niño traerá fotos de su familia y amigos. Cogerán la cartulina de la actividad 1 y pegarán estas fotos alrededor. En círculo, cada niño irá saliendo al centro y enseñará a los demás quienes son todas esas personas que les quieren, dirá qué actividades realizan juntos, por qué se lo pasa muy bien con esa persona, etc. Al finalizar la actividad los niños colgarán en un lugar visible el póster que han realizado. Cuando un niño sienta alguna emoción negativa a lo largo del curso podemos enseñarle su propio póster para que vea cuántas personas le quieren tal y como es, aunque no le salga todo a la primera.


Actividad 3: ¡Qué bien haces...!


Los niños se sentarán en círculo. El adulto se sentará con ellos y les presentará a “Pepe”, su marioneta. Los niños le saludarán y “Pepe” les dirá que sabe hacer muchas cosas bien: saltará, dará una voltereta, pintará un dibujo, dará besos a los niños, etc... Cada vez que “Pepe” haga algo bien hecho le aplaudirán y le dirán “¡Qué bien haces......!”. A continuación se invitará a cada niño a expresar lo bien que realiza alguna actividad concreta, intentando pedir a cada uno de ellos alguna conducta que le salga muy bien y de la que pueda salir airoso. Conviene animar al grupo para que refuerce a cada niño esa habilidad especial, para que vea su reconocimiento en los demás. Para la realización de esta actividad se deben tener en cuenta las características de cada niño en particular. Previamente a la realización de esta actividad conviene conocer bien a los niños y haber observado, junto a la familia, los puntos fuertes de cada uno para proporcionarle durante la dinámica una situación que le garantice un éxito ante los demás.


Actividad 4: El espejito mágico

El grupo estará en círculo y se irá pasando el espejo de un niño a otro. Cada niño dirá qué es lo que más le gusta de sí mismo y le pasará el espejo a su compañero para que diga otra cualidad. Si a un niño no se le ocurre nada se le animará diciendo que se mire en el espejo y que vea algo que tiene muy bonito, puede ser necesario irle dirigiendo por las distintas partes de su cuerpo para que se fije en cada una de ellas.


Actividad 5: Te voy a decir...


Estando los niños en círculo, uno de ellos sale al centro, los demás le dirán cosas agradables sobre cualidades físicas (pelo, ojos, adornos, ropa,...) o acerca de las competencias personales (simpatía, cooperación, habilidades para ayudar, habilidades para hacer los trabajos del cole...). Cuando todos le hayan dicho algo positivo pasa el siguiente niño al centro del círculo. Cuando un niño no sepa qué elogio puede decir a un compañero, se le puede ayudar diciendo que se fije en sus ojos, pelo, si juega mucho con él, si está contento, etc. Es recomendable que esta actividad se generalice y se haga de forma habitual en el aula. Pueden reunirse todos los niños al terminar la clase, con ayuda del profesor, para hablar sobre cómo se han sentido y, a la vez, darse cuenta de cómo han hecho sentirse a los demás.
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domingo, 16 de diciembre de 2007

Cuando ser padre agobia


TU HIJO. TU ESPEJO (MARTA ALICIA CHAVEZ. ED GRIJALBO)
Cuando ser padre agobia

Copiado por Solecilla en Dormir sin llorar.


Creo que es importante estar atentas a este tipo de sentimientos ya que a partir de su reconocimiento podemos trabajarlos, y seguir afianzando la relación que tenemos con nuestros hijos. Nuestros sentimientos son muy importantes, no les demos de lado.

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«Mis hijos me pesan tanto que algunos días, a escondidas, siento deseos de huir. Si me quedo no es para cumplir con mi deber sino porque sé que una vez que me haya ido no aprovecharé mi libertad, no encontraré esa indiferencia que tanto deseo. Sé, por experiencia, que no descansaría hasta saberlos en paz, responsables de sí mismos, felices si es posible.»

Valiente mujer al atreverse a escribir algo así y mostrar abiertamente un sentimiento que en algún momento de nuestra vida todos los padres experimentamos.


Decía una amiga, abrumada con su bebé de 9 meses y su hija de 4 años: «Ay, Martha, cómo me gustaría que ya fueran grandes y estuvieran casados». Es cierto que ésta es una anécdota curiosa que puede provocar risa. Sin embargo, cuando la cuento en público no son las risas, sino las múltiples reacciones de asombro y desaprobación hacia esa madre agobiada las que me sorprenden: « qué mala!», «pobres niños!», «;Qué bárbara!». Si somos honestos, todos algún día hemos deseado que llegue ese momento, añorado por mi amiga, en que nuestra responsabilidad directa como padres termine.


A veces tenemos ganas de que nuestros hijos desaparezcan por un rato para, por supuesto, luego recuperar los, porque no hay duda de que los amamos, no hay duda de que queremos cumplir con nuestra responsabilidad como padres. Deseamos estar a su lado y compartir nuestra vida con ellos, pero esa otra parte, ese sentimiento secreto que brota en ciertos momentos, es también real.

¡Ah, si los padres habláramos de esto entre nosotros; si nos atreviéramos a expresar ante nuestros amigos esa sensación cuando estamos abrumados! Si nos atreviéramos por lo menos a confesárnoslo a nosotros mismos, qué rápido pasaría, ¡qué rápido podríamos sentirnos de nuevo serenos y en paz! ¿Y por qué no lo hacemos? Porque el solo hecho de reconocerlo nos hace sentir malos, culpables y avergonzados, y además silo expresamos en público somos criticados y juzga dos; ésa es la realidad. Aun cuando cada uno de los padres que escucha una confesión como ésta ha sentido lo mismo alguna o muchas veces, no se atreverá a aliarse al desnaturalizado padre que lo está expresando, por miedo a ese duro juicio que se emitirá sobre él también. Ojalá los padres fuéramos más compasivos los unos con los otros.

En general, los sentimientos de agobio de la madre tienen que ver con sus funciones —desde cuidarlos, ayudarlos con los deberes, atenderlos, hasta cocinar para ellos, limpiar, lavar, etc.—, mientras que para el padre están relacionados con su función de proveedor.

He tenido en mí consultorio una buena cantidad de madres y padres que me expresan su frustración, su desilusión y a veces su resentimiento, por que se sienten usa dos por sus hijos. Las madres se sienten tratadas como sirvientas y los padres como proveedores, y afirman que sus hijos lo único que quieren de ellos es que cumplan lo mejor posible esa función.

En una ocasión, un padre me confesó avergonzado que frecuentemente, en secreto, hacía cuentas de todo el dinero que le quedaría disponible para él si no tuviera que pagar escuelas, comida, ropa, etc., para sus hijos. Al mismo tiempo decía: «Me siento culpable de pensar eso, porque tengo la certeza de que sí quiero hacerlo, en ver dad quiero mantenerlos, con todo mi corazón lo deseo, porque los quiero mucho».


Y es cierto, el hecho de que la responsabilidad a ratos nos pese no significa que no deseemos cumplirla; éste es uno de esos aspectos de la vida donde dos cosas que parecen contradictorias coexisten, se tocan, se juntan y ambas son verdaderas.


Pero ¿qué sentido tendría poder hablar de estos sentimientos secretos sin sentirnos juzgados?, o ¿para qué reconocerlo ante ti mismo si quizá te produzca culpa y vergüenza? La respuesta es así de simple: cuando por mucho tiempo hemos negado y reprimido algún sentimiento, éste va a buscar formas alternas de salir; así son los sentimientos —recuerda que no querer verlos no significa que se vayan—, y entonces desarrollamos ciertos rasgos, como una preocupación extrema por el bienestar de los hijos o un importante y limitante miedo a que les pase algo.

Si bien es normal que los padres nos preocupemos en cierta medida por el bienestar de nuestros hijos, no lo es cuando esa preocupación llega a grados en los que, por ejemplo, no les permitimos salir por el miedo a que algo les pase, o no podemos dormir mientras están fuera de casa o vivimos en una constante angustia por todas las cosas terribles que les podrían pasar. Si le ponemos palabras a esa dinámica inconsciente, diríamos: «No vaya a ser que la vida me tome la palabra y me los quite».

Julia era madre de tres adolescentes, su preocupación alcanzaba tales cotas que cuando sus hijos salían de noche, ella entraba en una verdadera crisis de angustia que desaparecía por arte de magia en cuanto regresaban. Cuando Julia llegó a mi consulta ya empezaba a presentar esa angustia durante el día, ante hechos tan simples como que los chicos asistieran a la escuela; así, necesitaba que ellos la llamaran al llegar, o que estuvieran en permanente contacto desde el lugar donde anduvieran para saber que estaban bien. Los hijos, por supuesto, se sentían abrumados por la preocupación de la madre y ella no podía controlarla.
Cuando cuestioné a Julia respecto a cómo estaba sintiéndose en esos momentos de su vida con su papel de madre, ella contestó rápidamente de la forma en que lo hacen todas las «buenas madres»: «Muy bien, los quiero muchísimo, ellos son lo más importante para mí». Al es cuchar mi hipótesis de que su gran preocupación se debia a que estaba sintiendo rechazo por ellos o en ese momento de su vida estaba cansada y agobiada por ser madre de tres adolescentes, tarea nada fácil, reaccionó justo como reaccionan las «buenas madres»: «Por supuesto que no, Martha, yo los quiero muchísimo, ¿cómo voy a sentir rechazo hacia ellos?».

Dentro de su proceso terapéutico, llegó el momento en que Julia reconoció sus sentimientos y confesó que, con todo su amor por ellos, a veces pensaba que viviria más cómoda y tranquila si no hubiera tenido hijos y que veía con cierta envidia a su hermana soltera que viajaba con frecuencia. Cuando pudo reconocer, tocar, trabajar y reconciliarse con la parte de ella que guardaba Esos sentimientos secretos y vergonzosos, su extrema preocupación disminuyó de manera sorprendente: podía dormir tranquila cuando sus hijos salían, dejó de necesitar que la llamaran constantemente para saber que estaban bien y la angustia desapareció.

Así de maravillosa es la verdad, así de sorprendente es el cambio de sentimientos y comportamientos que podemos experimentar cuando la reconocemos. «la verdad os hará libres!» y reconocerla no significa que haya que gritarla a los cuatro vientos para que el mundo se entere; reconocerla significa que la expresas para ti mismo, es una autoconfesión y sólo si lo deseas la puedes compartir con otro ser humano.


Sin embargo, a veces no basta con reconocer estos sentimientos y es necesario un proceso más largo y pro fundo para resolverlo; en otras ocasiones hay un componente orgánico en esta clase de angustia y es necesario recibir medicación. Lo que sí aseguro es que reconocer tus sentimientos de agobio ante tus hijos, en los momentos en que los sientes, te abre la puerta a la solución. Si lo de seas, trabaja con lo que te propongo en el capítulo 12 para sanar estos miedos.

Ahora soy madre de dos veinteañeros y durante toda su adolescencia, tal como ahora, he intentado ser muy consciente de esos momentos en que me siento especial mente preocupada por ellos, En cuanto empiezo a notar esos sentimientos en mí, de inmediato me exploro a mí misma y me doy cuenta de que estoy en una de esas etapas en que me siento abrumada por la responsabilidad de ser su madre; lo reconozco sin juzgarme, con compasión y respeto hacia mí misma, me digo cosas como: «Te entiendo, no es para menos, estos días has tenido muchas presiones, has estado trabajando mucho, además estás triste por tal cosa o estás pasando un fuerte síndrome premenstrual o simplemente no estás de humor».

Algunas veces decido hablarlo con una de mis queridas amigas que me comprende y me escucha sin someterme a juicio. Sea como sea, siempre me sorprende lo rápido que recupero la tranquilidad y la confianza en la vida bondadosa y en la Divinidad que protege a mis hijos dondequiera que van. Lo cierto es que los amo y, sin duda, quiero estar con ellos.