Las personas que tenemos cierta tendencia a las pajas mentales tenemos un momento de esplendor durante las Navidades: que si religión, tradición popular, solsticio de invierno... En este sentido, acabamos pronto en casa: nos hemos dejado llevar por la corriente de celebrar las fiestas, porque nos gusta celebrar las cosas. Para algunas personas puede resultar raro no ser religioso y tener un Nacimiento en casa, pero nosotros hemos ido adaptando nuestras incongruencias según nos ha venido bien en cada momento. Vamos, ejercemos nuestro derecho a ser incongruentes.
De estas fiestas, lo que más me gusta, ya me voy definiendo un poco, es el Adviento. Ya comenté que me gustan estos días de espera, no sólo por las chocolatinas (que en casa no tienen mucho éxito ya que a Laia el chocolate ni fu ni fa), ni por otros pequeños detalles que aparecen diariamente en los bolsillos de fieltro del calendario. Si no por ser como un periodo de puesta a punto en valores, de recuperación. Estos dos últimos años han sido días muy agitados. El año pasado con el ingreso de Teo en el hospital y éste por un periodo de selección en el que he estado inmersa que más bien ha parecido una Ginkana, pero igualmente han sido días que he disfrutado. Son días diseñados a nuestro antojo, en los que nosotros construimos nuestras tradiciones año a año.
Conforme se acercan los días de Navidad y voy viendo ese otro espíritu que lo invade todo, el del consumismo y las aglomeraciones, se me cae un poco el karma a los pies. Es como que quieres irte a otro planeta y volver cuando toda esta oleada haya pasado. Por suerte este año hemos estado con la familia, en plan casero, y creo que nos hemos mantenido un poco al margen de la locura colectiva. Salvo por los regalos. En mi fuero interno quedan restos de la creencia en seres mágicos que vienen a casa y traen los regalos. Es una sensación que me invade y que hace que cada año retrase hasta ese momento inevitable el ir a comprar regalos. De repente soy consciente de que como no intercedamos nadie va a dejar nada en el balcón. Y toca correr un poco. Sé que el año que viene me volverá a pasar. Por suerte no compramos demasiadas cosas y al final es un tema que se resuelve de forma sencilla.
Uno de los grandes temas de elucubración mental es precisamente el de fomentar la tradición en los seres mágicos que traen regalos. Ayer veía la cara a Teo en la Cabalgata del barrio y su mirada me daba la respuesta. Sí a la ilusión, a la magia, a la imaginación, a la espera. Hay quien piensa que es una mentira que les decimos a los niños, y yo, que siempre comento que nunca miento a mis hijos, pues tengo que cerrar un poco la boca y cambiar el siempre por un excepcionalmente. Porque sí, resulta que les cuento una mentira, como cada vez que les cuento un cuento, con el añadido que ellos no saben que es un cuento, de momento. Ya llegará esa fase y no sé si contaré esta historia o daré mi propia versión. Hay a quien le decepciona tanto la mentira que nunca vuelve a confiar en sus padres, y hay a quien sigue viviendo esos días con la misma magia. Supongo que dependerá de la relación que haya, de cómo se diga o se enteren, de cómo se sigan gestionando estas fechas... digo yo.
Con lo que no puedo, y ya acabo, es con el ¿Has sido bueno? y demás. Desde hace unos años, muchas ya lo conoceréis, desde http://www.hassidobueno.org/ vienen recogiendo firmas simbólicas contra esa práctica de la que se abusa tanto en estas fechas.