martes, 29 de enero de 2008

Necesidades emocionales y afectivas del bebé



Un artículo de Julia Rodríguez Cambronero extraído de Néixer i Créixer


Julia Rodríguez Cambronero es psicóloga; trabaja como psicoterapeuta infantil y con adolescentes, y en asesoramiento a padres individualmente y en grupo. Ha trabajado así mismo en Escuelas de Padres, en la elaboración y ejecución de proyectos preventivos con niños, adolescentes y padres, así como en trabajo social, como por ejemplo los grupos de niños gitanos. Otros artículos suyos son “Apuntes sobre infancia, educación y autorregulación”, “Entrevista con la escuela Paideia” y “Una revolución de los sentimientos y de la conciencia”.


Si alguien tiene el artículo “Apuntes sobre infancia, educación y autorregulación”, me encantaría leerlo.


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Algunos de los aspectos más característicos, en general, de nuestras vidas para la mayoría de nosotros son la falta de tiempo y la necesidad de hacer cosas, entendiendo este hacer como algo que se puede medir o cuantificar. Por ejemplo, escribir este artículo es algo que se puede ver y se puede valorar, y sin embargo el periodo que uno pasa reflexionando a solas o sintiendo la emoción que produce la música tendemos a considerarlo como una pérdida de tiempo, porque no se puede medir y porque no está valorado.

En la relación con un bebé, la mayor parte del tiempo que estemos con él va a ser un tiempo que muchas veces no es valorado ni reconocido socialmente, porque se supone que cualquiera puede dar de comer a un niño, dormirlo o entretenerlo. Pero el tiempo que se pasa con un bebé es un tiempo que no es fundamentalmente de hacer sino de ESTAR, de la misma manera que cuando queremos o necesitamos estar con alguien no sólo queremos que se nos atienda, sino que se nos vea, que se nos reconozca, se nos escuche y se comparta con nosotros al menos algunas de nuestras emociones, alegrías o preocupaciones. Cuando en la relación con alguna persona percibimos esto, sentimos que nos llenamos, sentimos que se crea una relación y un vínculo, algo íntimo e interno. Y si estas situaciones se repiten nos damos cuenta de que esta relación y este vínculo se hace cada vez más fuerte, más intenso, con la sensación de que nosotros pertenecemos a esa persona y que esa persona nos pertenece, no en el sentido de la propiedad, pero sí en el sentido de formar cada uno parte de la vida del otro, de sus pensamientos y de sus sentimientos.

Esto es lo que pasa con un bebé, fundamentalmente en su relación con la madre, con la diferencia de que un bebé no puede elegir, por ejemplo, de que depende absolutamente de otras personas para poder cubrir sus necesidades vitales (no puede hablar, no puede desplazarse, no puede comer por sí solo, no puede cambiar de postura...) y de las características propias de todos los bebés: ausencia de conciencia, ausencia de orientación espacio temporal, falta de coordinación corporal e integración de funciones, simbiosis con la madre y desarrollo cefalocaudal. Hablaremos de estos aspectos de los bebés y de su significado, centrándonos primero en la conciencia, en cómo es el tiempo para el bebé y en la simbiosis que mantiene con su madre.

Cuando decimos que el bebé no tiene conciencia queremos decir que no tiene capacidad de razonamiento, sólo percibe, se emociona y siente placer o angustia, alegría, tristeza, miedo, dolor... Muchas veces creemos y atribuimos al bebé comportamientos e intenciones que son sólo del adulto, por ejemplo cuando decimos que un bebé quiere engañarnos o manipularnos cuando llora. Si el bebé no puede razonar, sólo puede actuar de acuerdo a sus necesidades y sensaciones más profundas, pero no puede establecer estrategias o tener segundas intenciones.

La ausencia de orientación espacio - temporal está en relación plena con la conciencia y significa que no sabe dónde está, o en qué semana, día u hora, y sólo o fundamentalmente la madre, con la que establece un vínculo desde el embarazo, es la que le calma con su voz, con su olor y con sus cuidados amorosos y con su presencia.

Cuando el niño tiene alguna molestia sólo tiene sensaciones desagradables que le invaden y ante las que no puede pensar, como nosotros, que es un simple resfriado o un cólico que se le pasará. Si tenemos en cuenta que a nosotros un malestar nos resulta comprensible y nos sentimos tranquilos ante éste cuando sabemos qué nos pasa y porqué, e incluso el tiempo que puede durar, podemos suponer que el bebé, al no tener estos recursos, necesita aun más en estos momentos de una presencia con la que pueda establecer un mayor contacto e intimidad, que reconozca, y con la que ya tiene establecido un vínculo para así poder calmarse ante estas sensaciones nuevas que desconoce y le invaden.

Para el bebé sólo existe el presente, no puede pensar “me siento solo y mi mamá no está pero sé que va a venir dentro de un rato” o “ es de noche y por eso todo está oscuro”, “mi mamá está durmiendo, mañana la veré”. Sólo puede sentirse tranquilo y seguro, feliz, o solo y perdido, o bien molesto y con cierto temor ante cosas que no podemos evitar pero sí en las que se puede sentir también íntimamente acompañado y protegido.

Por todas estas razones el bebé necesita fundamentalmente de una vinculación fuerte, segura, estable, sin interrupciones importantes con su madre, en una relación cálida, en estrecho contacto. Para el bebé el cuerpo de la madre es una prolongación del suyo, tienen una relación simbiótica, para él su madre es él mismo, es la parte de él mismo que desde fuera puede calmarle, proporcionarle todo lo que necesita, y si su relación es placentera él se siente feliz, siente placer y satisfacción y esto hará que su madre y el mundo sean poco a poco reconocidos como algo bueno y agradable, y a su vez se sentirá satisfecho consigo mismo. Si su madre no está, sobre todo en los primeros meses, puede sentirse totalmente perdido, quizás con una sensación parecida a la que nosotros podríamos tener si al despertarnos en la noche, de pronto, no tuviésemos ninguna referencia, si no hubiese nadie y no supiésemos dónde estamos ni qué hora o día es o si existen peligros. Sentiríamos miedo o pánico, y esto es lo que puede sentir un bebé cuando está sólo. Por eso la madre es su gran referencia, su norte, el lugar que conoce e identifica en medio de un mundo totalmente desconocido para él, y este regazo es el regazo en el que se siente protegido.

Gracias a esta simbiosis que mantiene el bebé con su madre, la imagen de la madre y sus sensaciones respecto a ésta poco a poco se van quedando dentro del bebé, produciéndose una introyección, ya que empieza a poder simbolizar. Esto significa que también poco a poco puede esperar durante breves espacios de tiempo la presencia de la madre; es en estos momentos cuando al niño le gusta jugar al escondite, cuando comienza a darse cuenta de que algo puede no verse y seguir estando, aunque necesitará aun mucho tiempo y comprobaciones.

Por otra parte la falta de coordinación corporal significa que en su cuerpo no hay una unidad de acción, sino que siente diferentes partes que no se coordinan, mueve un brazo o mueve una pierna pero no es capaz de coordinar los movimientos, no puede dirigir al principio una mano hacia la madre. Esta coordinación se va estableciendo poco a poco, siendo una auténtica fuente de placer cuando las condiciones del desarrollo del bebé y la relación con la madre son adecuadas, porque comienza a conseguir pequeños logros, dirigir los brazos según su voluntad, juntar las manos, coger objetos, etc. no de forma mecánica sino con sentido.

El desarrollo cefalocaudal significa que comenzará este desarrollo desde la cabeza a los pies, coordinando antes los brazos que las piernas, y teniendo mucha importancia la movilidad de los ojos. El bebé reconoce, conoce y explora sobre todo con los ojos y con la boca.

En realidad todas estas características que hemos referido del bebé están íntimamente relacionadas, la coordinación corporal implica el establecimiento de la conciencia, el reconocimiento del “yo” y “no yo” y la orientación espacio - temporal. De ahí la importancia de una satisfactoria relación con la madre, ya que su relación con ésta o con la persona que le sustituya en su función es la que va a hacer que todo este inmenso proceso de evolución, asimilación y aprendizaje se pueda producir. De otra forma puede seguir creciendo pero posiblemente con lagunas más o menos importantes que imposibilitarán que importantes funciones se establezcan adecuadamente.

La relación con la madre se va a producir sobre todo en el amamantamiento, “ser alimentado es el acontecimiento nucleario de la existencia del lactante”, y para que funcione y funcione bien “la madre no debe ver la alimentación como una actividad limitada en el tiempo, orientada a una tarea, una actividad cuyo objetivo principal es dar alimento y que se termina cuando se ha cumplido este propósito, como parece que ocurre con demasiada frecuencia entre nosotros... En muchos otros países el contacto entre las dos pieles se prolonga... la madre permite que el bebé se duerma sobre su pecho, con el pezón en la boca, y le complace que así sea. Todo esto resulta mucho más fácil cuando el bebé comparte una cama con su madre, o con ella y el padre, como es costumbre en muchas culturas” (Bruno Bettelheim). El bebé necesita el contacto piel a piel durante los tres o cuatro primeros meses, tiempo en el que el bebé puede ser el interés exclusivo de la madre. La lactancia debe entenderse como una relación de comunicación íntima, sin horarios y según las demandas del bebé, con contacto epidérmico, que poco a poco irá estableciendo su ritmo en un diálogo íntimo con su madre.

Por otro lado, “la lactancia artificial, cuando se hace bien, puede sustituir en gran medida a la natural... La razón estriba en que la base de la confianza del niño en sí mismo y en el mundo es el amor que por él siente la madre”. “Los mensajes que recibe el bebé al ser alimentado cariñosamente justo en el momento preciso con la cantidad de leche apropiada, que durará todo el tiempo necesario, el ser sostenido de una manera cómoda pero segura, el agradable contacto de su piel con el de su madre” (Bruno Bettelheim, ”No hay padres perfectos”) hace que las cosas marchen sin contratiempos para el bebé.

Otro aspecto importante de la lactancia es el contacto visual y el propiciar que este se produzca cuando estamos alimentando al bebé, ya que entre el primer y el segundo mes el bebé comienza a dirigir sus ojos alternativamente del rostro de la madre al pecho, lo que comienza a ser los rudimentos de la diferenciación entre el “yo” y el “no yo”, entre uno mismo y el mundo, aunque hasta el primer año aproximadamente no se puede hablar del comienzo de la independencia y de la autonomía.

Para entender un poco más la imprescindible y estrecha vinculación que establece el bebé con su madre, gracias a la cual podrá ir haciendo todas las adaptaciones necesarias sin forzar su propio ritmo y de la que ya hablamos antes al hablar de la lactancia, apuntar también que “desde los cuatro meses y medio de vida intrauterina el feto es capaz de reaccionar a los sonidos”, porque el oído está acabado, existiendo una cierta “memoria intrauterina que irá nutriéndose de voces, música y ritmos” (María Montero), con una especial percepción de los agudos, que hace que a su vez perciba sobre todo la voz de la madre. Es decir la vinculación del bebé con su madre comienza a efectuarse en el embarazo incluso en el ámbito auditivo, y es por lo tanto la voz de la madre la que reconocerá el bebé en el nacimiento. Hacia la primera o segunda semana, sin embargo, se produce el vaciado del líquido amniótico que permanecía aun en el oído, por lo que puede haber una mayor irritación o cansancio del bebé que no reconoce en este momento la voz de la madre y debe suplir el contacto a través de los otros sentidos.

Las adaptaciones, pues, que tal y como hemos dicho el bebé tiene que hacer, son por lo tanto muchas: adaptación a la luz, al sonido, la respiración... en un mundo desconocido en el que necesariamente necesita para vivir una persona que responda y cubra todas sus necesidades, que serán expresadas mediante signos que la madre aprende e identifica gracias a su íntima vinculación. En un momento en que las constantes vitales, como la temperatura, aun no están estabilizadas, y en el que sólo se puede hablar de nacimiento en el sentido del comienzo de la independencia hacia el año, cuando comienza a andar, a hablar, a poder desplazarse y dirigirse “hacia”, distinguiendo el “yo” del “no yo”, las frustraciones han de ser mínimas ya que estas tienen un impacto biológico, contrayéndose en vez de expansionarse, (de la misma manera que nosotros ante un peligro o un miedo continuado tendemos a encogernos, a respirar más superficialmente, a estar intranquilos y desasosegados, con una cierta desconfianza permanente hasta que sentimos que el peligro que nos amenazaba, real o imaginario, desaparece), única manera que tiene el bebé de defenderse y de sobrevivir.

Por último hablar del importante papel del padre, el de proteger el vínculo entre la madre y el bebé, proporcionando seguridad y estabilidad afectiva para que este pueda producirse y perdurar, proporcionando una cierta defensa de éste ante los elementos sociales, y proporcionando una nueva referencia desde fuera de ese vínculo a la madre, cuando es necesario empezar a poner cierta distancia o cuando ya no es necesaria tanta solicitud. Seguramente es un papel secundario en estos momentos, no es uno de los actores principales, pero, como en las películas, sin los actores secundarios las películas no pueden ser las mismas, no pueden tener la misma riqueza ni calidad. Más adelante, en el destete, con el comienzo de la independencia del bebé, el padre tiene otro papel también fundamental.

Lo importante de conocer las necesidades del bebé, de aproximarnos a conocer y sentir cómo vive y cómo siente es que podemos buscar y poner los medios para que cada uno con sus propias circunstancias sociales, familiares e históricas, sin pretender exigirnos que las cosas sean perfectas y sin culpabilizarnos, pero sí asumiendo lo que significa ser padre y ser madre, poder poner las bases que nos permitan propiciar la felicidad del niño, la protección de todas sus capacidades, respetándolo, ya que si el bebé es feliz, nosotros somos felices, pero también cuando más felices son los padres, más feliz puede llegar a ser el bebé. Buscar y poner medios para todo esto significa poder compartir, poder pedir ayuda, poder buscar y tener referencias, no sentirse sólo y aislado en la crianza de un hijo, el trabajo más importante y el que más hay que proteger, ya que no siempre que queremos podemos, mediatizados como estamos todos por las mayores o menores fisuras de nuestra historia (ausencias, temores, carencias) y por otro por las actuales circunstancias familiares y sociales.

De acuerdo con lo que ya hemos dicho acerca de las necesidades emocionales y afectivas del bebé podemos decir que lo que el bebé necesita, hasta aproximadamente los 10 ó doce meses es de la presencia de la madre de forma constante, o de la persona que cumpla esta función, en una relación cálida y amorosa, con contacto piel a piel, en el que el tiempo de espera ante las demandas sea lo mínimo posible, tiempo que podrá ir prolongándose poco a poco, permitiendo a su vez la descarga de tensiones, su propia expresión de emociones a través del llanto, de los gritos, de la necesidad de chupar o morder objetos... , de expresar rabia, pena, alegría, angustia... en las que nosotros seguiremos estando presentes. Necesita que la lactancia se produzca sin horarios fijos, sin prisas, con tranquilidad y calidez, en un auténtico acto de comunicación, permitiendo que el niño pueda establecer contacto visual con la madre; necesita así mismo que se le hable, más que por las palabras en sí mismas por la carga afectiva que estas poseen en la forma de decirlas. Recordar que “siempre tiene sentido responder al llanto de un bebé: siempre tiene sentido recorrer las mentalmente las posibles causas del llanto”, e incluso cuando este llanto no puede ser calmado, por ejemplo porque es un desahogo de una tensión o dolor que no hemos podido evitar, estar a su lado escuchándole, compartiendo su situación y tratando de calmarle.

Es también importante que pueda tener oportunidades de llevarse cosas a la boca, de tal forma que sean muchas más las situaciones de aprobación de sus actos que las negativas, que sean muchas más las veces que decimos sí a sus iniciativas que las que decimos ”no” (no cojas esto, no chupes aquello, no vayas allí). Cuando empieza a reconocer objetos y a descubrir el espacio, hay que procurar que estén sobre todo en lugares que les permitan un amplio campo visual, e incluso antes es importante permitir y estimular la movilidad visual.

La atención en todo este tiempo es preferible que sea lo más individualizada posible, y que si la madre no puede hacerse cargo del bebé en este periodo de tiempo, introduzca a la otra persona poco a poco, con la aceptación del bebé, procurando que ésta a su vez tenga capacidad de actuar maternalmente. No es conveniente para el niño el cambio de la persona que está a su cargo, ya que ésta es una importante referencia, signo de seguridad, y cada vez que esta persona desaparece tiene que hacer nuevas adaptaciones, acusando en muchos casos la pérdida de aquella con la que ya había establecido un vínculo afectivo. Si en todo caso el bebé ha de ir a la guardería, se trataría de buscar una en la que la atención sea lo más individualizada posible, con el menor número de niños, y por supuesto sin objetivos educativos de adquisición de hábitos o destrezas, sino en el que las actitudes sean lo más maternales posibles, para cubrir así sus necesidades emocionales. Posteriormente, el bebé tiene que tener nuevas oportunidades de explorar el medio, no sólo de tocar cosas y de llevárselas a la boca, sino también de gatear y de desplazarse en un medio seguro que le permita tomar iniciativas, ya que poco a poco el movimiento será una nueva fuente de placer, de conocimiento y maduración física y emocional.

El bebé es un pequeño cachorro que hacia el final de esta etapa empieza a hacer pequeñas incursiones en el mundo que existe fuera de su relación con la madre, lugar importante donde está más presente el padre, pero necesitando a la madre como lugar de referencia y de vuelta, como lugar de cálida seguridad y protección que siempre permanece.

En todo este tiempo, el medio debería adaptarse a las necesidades del niño, hasta el máximo punto en que esto sea posible, ya que el niño que debe adaptarse demasiado pronto comienza a vivir el mundo como un lugar en el que no es muy agradable y placentero estar, teniendo que llevar un ritmo que no es el suyo, que supone un estrés, y que hace que el niño pierda contacto consigo mismo, con sus sensaciones, con sus sentimientos, con lo que necesita y desea, (de la misma forma que nosotros cuando estamos una larga temporada estresados sentimos que nos cuesta conectar con lo que sentimos, con nuestro estado de ánimo, a la vez que solemos estar más irritados), lo que en el fondo está impidiendo su auténtica independencia, la capacidad de decidir, de elegir, de ser uno mismo y no de obedecer y acostumbrarse a algo porque no quede más remedio o porque sea la única posibilidad de ser aceptado. Posteriormente vendrán los límites, pequeñas frustraciones... y otros muchos e importantes logros; primero hay que proteger la frágil vida de este pequeño cachorro humano. Y así, de esta forma, ESTANDO, permaneceremos dentro de él, energéticamente, como imagen del mundo, como referencia, como cúmulo de sensaciones y de percepciones, de sentimientos que nos hacen tener nuestro propio lugar en el mundo, en la vida, el íntimo sentimiento de pertenencia y de confianza.

BIBLIOGRAFÍA:
Wipfler, Patty. “Cómo escuchar a bebés lactantes”. Parents Leadership Institute. Palo Alto, 1.990
Bettelheim, Bruno. “No hay padres perfectos”. Ed. Crítica. Barcelona, 1988
Serrano, Javier. “Perspectiva orgonterapéutica de la fase oral primaria”. Revista “Energía, Carácter y Sociedad”. Valencia, 1989
Montero, María. “Aproximación al mundo sonoro intrauterino”. Revista “Energía Carácter y Sociedad”. Valencia, 1.988
Montero, María. “Nacer al sonido”. Revista “Energía, Carácter y Sociedad”, Valencia 1.988

sábado, 26 de enero de 2008

Tomarse con calma las rabietas



Este artículo lo puse hace tiempo en catalán. Es de Miquel Àngel Alabart y fue publicado en la revista Viure en família. Es una traducción mía, de estar por casa, pero así comienzo a quitarme la pereza.
La imagen, extraida del blog de Tipika


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Que lo que pedimos y los que se nos da no siempre coincide es algo que la vida se encargará de recordarnos todos los años que ésta dure. Pero algo que de lo que empezamos a ser conscientes desde bien pequeños.

Un niño, hacia el año y medio de vida, es decir, cuando empieza a formarse una cierta idea de sí mismo, comienza a poner a prueba los límites de su yo (formado básicamente por deseos) y el resto del mundo. Esto, lógicamente, choca a menudo con ese resto del mundo, que en un principio está compuesto, en este orden o no, de madres, padres, hermanos, otros niños y niñas, arena del parque, columpios, gominolas y otros objetos de deseo que no siempre aceptan ser deseados. “Quiero esto que depende de ti, pero tú no me lo das”. Y así, la intrépida criatura descubre la frustración. La combinación de frustración, hormonas, nervios, entorno y otros factores hace que , en determinados momentos esta frustración estalle en forma de rabieta.

No creemos necesario describir al detalle qué es una rabieta. Podemos resumir diciendo que se trata una explosión nerviosa con abundantes sacudidas y otros movimientos más o menos violentos, gritos y, en determinado nivel y según el carácter, golpes de cabeza a alguien, insultos y quizás lanzamientos más o menos afortunados de objetos. Y que todo esto es especialmente frecuente entre los 18 meses y los 4 años, más o menos. Y que acostumbra a venir a continuación de una demanda por parte de la criatura que sus adultos de referencia no quieren o no pueden satisfacer.

Digámoslo de entrada: estas reacciones airadas ante la frustración (a veces una frustración tan pequeña que más bien parece una excusa para reaccionar) es lo más normal del mundo, y podemos ver incluso personas de 30 años haciendo cosas parecidas. La diferencia está en la frecuencia y, en principio el contenido del berrinche (se supone que la mayor parte de gente adulta sabe controlar lo que hace cuando está enfadada..). Por decirlo de una forma algo técnica, la rabieta es una conducta que acostumbran a tener los niños pequeños y que se da como reacción ante un estado emocional de rabia o frustración.

El estrés no ayuda.

¿Pero qué hace que estos sentimientos afecten tanto, en un momento dado, a los niños, sobre todo en estas edades? Todo depende, como siempre de si las necesidades básicas están cubiertas o no. No es lo mismo frustrar una necesidad real que frustrar un deseo imposible o no recomendable de satisfacer. Y además, es fácil que la demanda que se expresa (“yo quería la chaqueta amarilla”) sea la forma que toma otra demanda (“necesito salir a tomar el aire”). Seguramente, si intentamos estar conectados con nuestros hijos, sabremos comprender, ante una rabieta, qué le debe estar pasando, qué necesita realmente. En todo caso, tener las necesidades satisfechas ayuda a prevenir las rabietas. Sencillamente el pequeño estará menos estresado.

Así pues, de entrada, si creemos que nuestra criatura tiene demasiadas rabietas, quizás tendríamos que mirar primero si podemos reducir los factores de estrés en nuestras vidas. De todas formas, las rabietas no desaparecerán sólo por eso. Éstas también tienen la función de descargar la tensión que provoca la frustración ante situaciones cotidianas insatisfactorias. Como decíamos, hay todo un aprendizaje sobre cómo la realidad no siempre se corresponde con nuestros deseos y hay que pasar por esta fase para poder crecer. Lo único que podemos hacer, en todo caso, es acompañar a nuestros hijos en ese camino.

Acompañar

Que la rabieta sea algo normal, no quiere decir que a nosotros nos cueste aceptarla. Los padres también estamos bastante estresados, y además, tenemos tendencia a pensar que los niños razonan de la misma forma que nosotros, aunque no tengan más de 4 años. Creemos que tendrían que entender que hay cosas que, sencillamente, no pueden ser. Pero como hemos visto, no es así. Cuando un niño de 3 años está gritando y protestando porque no le hemos comprado aquella golosina tan deseada ( o peor aún, porque no nos parece adecuado que se quiera llevar 10 paquetes de galletas del súper, o que se quiera quedar dentro del metro cuando tenemos que bajar…), no espera un argumento, ni tampoco quiere calmarse: eso es lo que queremos nosotros!! Pero como no se calma, ni con explicaciones ni con nada, lo más probable es que hagamos lo imposible, desde amenazar a ceder, para que pare el “numerito” (que acostumbra a suceder en medio de la calle, del autobús, de una tienda), con lo que seguramente aún tensaremos más la situación y no ayudaremos demasiado a que se destensen.

El resultado es que el niño comprueba atónito que su berrinche, en principio, espontáneo y casi sólo una reacción física, puede tener algún efecto, ya sea porque provoca atención y emoción en el adulto, ya sea porque consigue lo que pedía. Así que muchas criaturas aprenden a esta edad que en un momento dado una buena rabieta puede tener efectos interesantes.

Antes de llegar a este lío, creemos que vale la pena volver atrás y ver qué le pasa al niño. Éste hace demandas, a veces no realizables, y a veces no sabrá que no lo son y a veces sí lo sabrá (como aquella niña que se quería quedar a dormir en la calle). Dependiendo de su estado de ánimo, acumulación de frustraciones y estrés y de las necesidades del momento (sueño, hambre, atención… incluso la necesidad de llorar y gritar), es posible que de golpe estalle una sonora rabieta. ¿Qué necesita? Antes que nada, necesita saber que toda esa mezcla de emociones es válida, que no lo censuramos, que lo acompañamos.

Cuando hablamos de acompañar nos referimos a mostrarle que le queremos, que estamos allí, respetando su proceso, sin intervenir, pero sin abandonarle. Esto se puede hacer quedándonos a su lado, observando con tranquilidad su comportamiento, y quizás describiéndolo (“estás gritando mucho, parece que tienes ganas de pegarme…” ). También podemos probar a poner nombre a sus sentimientos, describiendo lo que ha pasado (“querías el caramelo y mamá no te lo ha comprado, no? Y te has enfadado mucho”) o incluso intentando adivinar más allá (“debes de estar muy cansada” o bien “me parece que tienes ganas de que esté contigo”). En el primer momento, seguramente no querrá contacto físico, pero estemos atentos para cuando éste sea posible, ya que un abrazo le hará saber que le seguimos queriendo, y además servirá de contención.

Mantener la calma

Hay que decir que buena parte de las rabietas tienen lugar en el “peor momento”. ¿Por qué? Pues seguramente porque también es el peor momento para el niño. Si tú estás estresado, tu hijo también, y la rabieta tiene muchos puntos para aparecer, incluso por las razones menos previsibles. Además, es posible que nuestro estrés hace que estemos desatendiendo sus necesidades, y tarde o temprano, nos lo hará saber. Todo esto puede explicar también por qué nos cuesta afrontar su rabieta:¡ porque es justo lo que menos estamos dispuestos a hacer en ese preciso momento!

Pero también hay otra razón por la que no soportamos las rabietas: la presión social. Una criatura teniendo una rabieta en medio del metro llama, ciertamente, la atención. No todos los padres y madres estamos dispuestos a soportar cien miradas que a nuestros ojos pueden estar diciendo desde “qué poca autoridad tiene esta madre” o “seguro que tiene hambre y este padre no se da cuenta” hasta “que lo haga callar como sea”. Claro que, en realidad, lo que pasa es que nos enfrentamos a las contradicciones entre nuestro instinto y lo que nos han inculcado desde pequeños sobre el lloro, la buena educación, las emociones, la autoridad… Hay que entender, no obstante, que ante su sobredosis de adrenalina y de otras hormonas, lo que el niño espera encontrar es, sobre todo, seguridad, contención y amor incondicional. Por tanto, intentemos mantener la serendidad y pensar que, si no hemos acostumbrado a los niños a reacciones extremas, la rabieta es tan espontánea como el hambre: de entrada no nos están intentado manipular, simplemente se expresan. Ante la elección de “los espectadores” de la rabieta, que “exigen” una respuesta, o tu hijo, que necesita otra ¿con quién te quedas?

Entender todo esto nos puede ayudar a estar más enteros ante las rabietas de los niños, ayudarles y una vez pasada la rabieta, mostrarles otra forma de canalizar las emociones. Podemos enseñarles formas de hacerlo, como por ejemplo que tu hija diga “esto muy enfadada contigo” en vez de darte un golpe, o sencillamente poner nombre a la verdadera necesidad del momento: “me parece que tienes mucho sueño”. Y también explicarles, si es posible, como ante una frustración puede haber elementos “de esperanza”: “ahora no compraremos las golosinas porque ya has comido un caramelo antes, pero recuerda que para cenar haremos macedonia”. Claro que no es la golosina que él quería, pero así es la vida: a veces no es como la esperábamos, pero puede ser igualmente sorprendente y al final quizás acabemos riendo. Si de vez en cuando nos lo recordamos a nosotros mismos y lo transmitimos a nuestros hijos “por contagio”, no deja de ser una sana lección de vida… que se acaba aprendiendo después de muchos berrinches.

El estrés y las rabietas

El estrés infantil es uno de los factores principales que se asocian a la frecuencia e intensidad de las rabietas, ya que precisamente éstas son descargas de energía y toxinas acumuladas. Cuando decimos estrés hablamos de todo aquello que obliga al niño a hacer un sobre esfuerzo para adaptarse a situaciones que no corresponden con sus necesidades.

Evidentemente, son estresantes las prisas, los horarios largos y apretados de escuelas y padres, el abuso de desplazamientos o la falta de tiempo para el juego libre, pero también cosas menos evidentes como el exceso de televisión, los espacios poco adecuados, problemas familiares, cambio frecuente de personas de referencia, ausencia de los padres… es decir, que si a tu hija o hijo está algo estresado… ¡bienvenida la rabieta! ¡Quizás es la mejor manera de desintoxicarse de tanta tensión!


Puntos importantes:


- La combinación de frustración, hormonas, nervios, entorno… hace que en determinados momentos, esta frustración estalle en forma de rabieta, más frecuentemente entre los 18 meses y los 4 años.

- Una rabieta es una explosión nerviosa con abundantes sacudidas y otros movimientos violentos, gritos y en ocasiones cabezazos a alguien, insultos y quizás lanzamientos de objetos.

- Tener las necesidades satisfechas ayuda a prevenir las rabietas, porque la niña o el niño estarán menos estresados.

- El niño necesita sentir que esa mezcla de emociones es válida, que no le censuramos, que le acompañamos.


Algunas pistas ante las rabietas

Plantéate si su demanda es completamente irrealizable. A veces, ahorrarse un conflicto vale la pena, no hace falta ponerse tan tozudos como ellos! Si estás seguro de que no puedes ceder, estas son algunas cosas que puedes probar:

- Intenta mantener la calma. Es mucho mejor para los dos. (Hemos dicho “intenta”, nadie es perfecto)

- Intentar observar al niño poniéndote a su altura sin decirle nada y esperar con paciencia que se le pase (ídem).

- Evidentemente, evitar el daño físico que se pueda hacer o pueda hacer a los demás, si crees que puede ser importante.

- Cuando comience a calmarse, decirle en voz baja palabras que le hagan darse cuenta de que le entiendes (“estás muy enfadado”, “querías tal cosa”…)

- Cuando se deje, darle un abrazo: lo necesitáis los dos.

- Proponerle una alternativa: después de la catasis, ¡necesita aferrarse a algún éxito!

- Si no puedes hacer nada de lo que hemos dicho, pensar: “no pasa nada, no seré el primer padre que pierde los estribos ante una rabieta” y probar suerte la próxima vez.

- Y recuerda: a más estrés, más frecuentes y surrealistas son las rabietas. Trata de reducirlo. Y si vivís en un balneario…bien, en educación no hay reglas exactas.

Si tiene muchas rabietas, tendrás que escoger en qué cosas cederás y en cuáles no. Ser siempre inflexible puede acabar creando una relación demasiado conflictiva. Si aún así tiene muchas, o ya no tiene edad para tener tantas, quizás vale la pena consultar a un profesional.

viernes, 25 de enero de 2008

El biberón de complemento o como cargarse la lactancia




Hacía tiempo que quería poner este artículo de Inma Marcos, ya que la idea de que el pecho es como un grifo, no un recipiente, me ha ayudado en muchas ocasiones a dar seguridad a algunas madres.



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Si quieres una lactancia exitosa lo mejor es partir de la idea de que eres una mujer bien hecha. Si tu cuerpo ha sido capaz de crear un bebé tan hermoso, ¿por que no iba a ser capaz tu cuerpo de alimentarlo?. Si te funciona bien el hígado, los riñones y todo lo demás, ¿por que no te iban a funcionar las glándulas mamarias?.


Prácticamente no existen madres bien informadas a las que les falte leche, y tú no vas a ser una de ellas. TENER O NO TENER, esa es la cuestión...

Tener o no tener no depende de cosas como estar tranquila, ser feliz, descansar lo suficiente y estar bien alimentada. Todo eso ayuda, lógicamente, pero si no lo tienes, la leche también será buena. Piensa que si esos requisitos fueran necesarios, la humanidad entera nos habríamos extinguido ya hace miles de años.

La calidad de la leche SIEMPRE es buena y muy superior a la leche de fórmula. Y la cantidad que tengas depende de cuanto mame tu hijo. Cuanto más le dés, más tendrás. Por ello es importante no romper ninguno de los siguientes puntos:

1- Fuera reloj, el bebé ha de mamar cada vez que quiera y se le ha de dejar hasta que suelte el pecho por si solo.

2- No se le debe meter en la boca nada más: Ni chupete, ni biberón con agua, leche, etc, ni pezoneras. Los bebés que chupan estas cosas pueden confundirse mentalmente. Es muy diferente chupar esos objetos a chupar el pecho, y pueden llegar a rechazar el pecho por confusión. Además todo el tiempo que chupan otras cosas es succión que gastan y leche que dejan de tomar, y tú disminuyes tu producción de leche.

3- Amamantar no tiene que doler. Si acaso los primeros días los pezones pueden estar un poco más sensibles, debido a su falta de "entrenamiento", pero se pasa pronto. Si duele puede significar que está mal colocado, y cuando esto sucede al bebé le cuesta más tiempo obtener poca cantidad. Es decir la succión dolorosa suele ser ineficaz, y si come poco producirás poco.

4- La leche de fórmula proviene de la vaca, y tiene proteínas lactobovinas más difíciles de digerir para el bebé humano que la leche materna. Si le das un biberón de sólo 30cc, le quitará el hambre por dos, tres o más horas y va a dejar de mamar mucho más. Se sabe que los bebés que toman lactancia mixta acaban comiendo menos al cabo de 24h que los que toman lactancia materna exclusiva a demanda. Cuanto menos mame tu hij@, menos leche producirás.

5- Otra cosa muy importante e saber que los pechos NO funcionan como cisternas (que se vuelven a llenar cuando se han vaciado), sino como grifos: abrir el grifo es poner el niño al pecho, cerrar el grifo es cuando el niño suelta el pecho. Esto significa que no puede ocurrir que un niño mame y no saque nada, puesto que los pechos funcionan como un pozo sin fondo del que siempre se puede sacar más agua. Nunca se acaba. Para dejar de tener leche hay que dejar de dar pecho.

Entender esto es comprender que NUNCA tiene sentido dar un biberón de "ayudita", puesto que si tienes la impresión de que se ha quedado con hambre le vuelves a dar el pecho y vuelve a salir más.

Si están los pechos muy blandos y el bebé no para de mamar significa que esta comiendo tanto que no da tiempo a que se acumule la leche, y que estás produciendo mucho. Si los pechos están muy llenos la leche sale más deprisa, si están blanditos la leche sale más despacio, pero saldrá toda la que necesite tu hijo.


Si tienes dudas respecto a tu producción será buena idea que contactes con el grupo de apoyo a la lactancia más cercano a tu domicilio.

Inma Marcos. Comadrona
Alba Lactancia Materna

La importancia de la fase en brazos


Artículo extraído de Crianza Natural. Y es que el embarazo, no dura 9 meses, sino unos cuantos más.


Imagen de Tipika


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Durante los dos años y medio en los que estuve viviendo con los indios de la edad de piedra en la jungla de Sudamérica (no todos seguidos, sino en cinco expediciones separadas con mucho tiempo entre ellas para reflexionar), pude darme cuenta de que la naturaleza humana no es lo que se nos ha hecho creer que somos. Los bebés de la tribu de los Yecuana, más que necesitar paz y sosiego para dormir, dormitaban embelesadamente cuando se sentían cansados, mientras que los hombres, mujeres o niños que los acarreaban, bailaban, corrían, andaban, gritaban o impulsaban las canoas. Los niños jugaban juntos sin pelearse o discutir, y obedecían a los mayores instantánea y diligentemente.

La idea de castigar a un niño aparentemente nunca se les ocurrió a esa gente, ni su comportamiento mostró nada que pudiera llamarse verdaderamente permisividad. Ningún niño habría soñado en interrumpir, incomodar o ser mimado por un adulto. Y, sobre los cuatro años, los niños contribuían más en las tareas de la familia que lo que precisaban de ella.

Los bebés en brazos casi nunca lloraban y, de una manera fascinante, no movían sus brazos, protestaban, arqueaban su espalda ni flexionaban sus brazos o piernas. Se sentaban tranquilamente en sus bandoleras o dormían en la cadera de alguien, desmintiendo el mito que los niños deben “hacer ejercicio”. Además, nunca sufrían de vómitos, excepto si estaban muy enfermos, y no tenían cólicos. Cuando se asustaban durante los primeros meses de gatear o andar, no esperaban que nadie fuera hacia ellos, sino que iban por sí mismos hacia su madre u otros cuidadores para confirmar la necesidad de sentirse seguros antes de continuar sus exploraciones. Sin supervisión, incluso los más chiquitines casi nunca se hirieron.

¿Es su “naturaleza humana” distinta a la nuestra? Algunos piensan que así es, pero, por supuesto, sólo hay una especie humana. ¿Qué podemos aprender nosotros de la tribu de los Yequana?

Nuestras Expectativas Innatas
Inicialmente, podemos intentar comprender completamente el poder de formación de lo que yo llamo la fase de “en brazos”. Empieza en el nacimiento y acaba con el inicio del arrastre, cuando el bebé puede alejarse de su cuidador y volver a voluntad. Esta fase consiste, simplemente, en que el bebé tenga contacto físico durante las 24 horas del día con un adulto u otro niño mayor.

Al principio, meramente observé que la experiencia de ir en brazos tenía un impresionante efecto saludable en los bebés y que no había ningún “problema” que arreglar. Sus cuerpos eran suaves y se adaptaban a cualquier posición que fuera adecuada para sus porteadores; incluso algunos de ellos se colgaban en la espalda mientras los agarraban por la muñeca. No pretendo recomendar esta posición, pero el hecho de que es posible demuestra la extensión de lo que constituye el confort para un bebé. En contraste a este ejemplo, tenemos el desesperado desconfort de los niños acostados cuidadosamente en un moisés o cochecito, suavemente arropados, y dejados ir, rígidos, con el deseo de asirse a un cuerpo vivo que, por naturaleza, es el lugar correcto. Es el cuerpo de alguien que “creerá” en sus lloros y consolará sus ansias con brazos amorosos.

¿Por qué la incompetencia en nuestra sociedad? Desde la infancia, se nos enseña en no confiar en nuestro instinto. Se nos dice que los padres y los profesores saben más y que cuando nuestras sensaciones no coinciden con sus ideas. Nosotros debemos estar equivocados. Condicionados para no confiar o amargamente ignorar nuestros propios sentimientos, resulta fácil convencernos para no creer en el bebé que llora diciendo: “¡Deberías tomarme en brazos!” “¡Yo tendría que estar cerca de tu cuerpo!” “¡No me dejes!” En su lugar, denegamos nuestra respuesta natural y seguimos la moda instaurada, dictada por los “expertos” en cuidados infantiles. La pérdida de confianza en nuestra experiencia innata nos deja leyendo un libro detrás de otro viendo como cada nueva idea falla.

Es importante entender quiénes son los expertos en realidad. El segundo mayor experto en cuidado infantil que existe está dentro nuestro, tan seguro como que reside en cada especie superviviente que, por definición, debe saber cuidar a su prole. El mayor experto de todos es, por supuesto, el bebé, programado durante millones de años de evolución para mostrar su propio temperamento mediante sonidos y acciones cuando el cuidado no es correcto. La evolución es un proceso de refinamiento que ha afinado nuestro comportamiento innato con magnífica precisión. La señal del bebé, la comprensión de esta señal por la gente que lo rodea, el impulso a obedecerla, son todo partes del carácter de nuestra especie.

El presuntuoso intelecto ha mostrado estar pobremente equipado para adivinar los auténticos requerimientos de los bebés humanos. La pregunta a menudo es: ¿Debería tomar al bebé cuando llora? ¿O debería dejarle llorar durante un rato? ¿O debería dejarle llorar para que así el niño sepa quien es el jefe y no se convierta en un “tirano”?

Ningún bebé estará de acuerdo con ninguna de estas imposiciones. Unánimemente, nos dejan bien claro que no deben ser dejados para nada. Como esta opción no ha sido ampliamente defendida en la civilización occidental contemporánea, las relaciones entre padres e hijos han permanecido firmemente como si fueran adversarios. El juego se ha centrado en conseguir que el bebé duerma en la cuna, pero no se ha considerado la oposición sobre los lloros del bebé. A pesar de que Tine Thevenin, en su libro The Family Bed (La cama familiar), y otros han abierto el tema de que los niños duerman con sus padres, el principio más importante no se ha tratado claramente: comportarse contra nuestra naturaleza como especies conduce inevitablemente a la pérdida de bienestar.

Una vez hemos comprendido y aceptado el principio de respetar nuestras expectativas innatas, seremos entonces capaces de descubrir precisamente cuáles son; en otras palabras, qué es lo que la evolución nos ha acostumbrado a experimentar.

El Papel Formativo de la Fase de en Brazos
¿Cómo llegué a ver en la fase de ir en brazos aquella etapa crucial para el desarrollo de una persona? Primero, vi la gente feliz y relajada en la jungla de Sudamérica, cargando siempre a sus bebés sin dejarlos nunca. Poco a poco, fui capaz de ver una conexión entre ese hecho tan sencillo y la calidad de sus vidas. Incluso, más tarde, llegué a ciertas conclusiones sobre cómo y por qué el estar en contacto constante con un cuidador activo es esencial en el estadio inicial del desarrollo tras el nacimiento.

Por un lado, parece que la persona que carga el bebé (normalmente la madre durante los primeros meses, y luego un niño de cuatro a doce años que devuelve el bebé a la madre para alimentarlo) está formando los cimientos para las experiencias posteriores. El bebé participa pasivamente en las carreras, paseos, risas, charlas, tareas y juegos del porteador. Las actividades particulares, el ritmo, las inflexiones del lenguaje, la variedad de vistas, noche y día, el rango de temperaturas, sequedad y humedad, y los sonidos de la vida en comunidad forman una base para la participación activa que empezará a los seis u ocho meses de vida con el arrastre, gateo y luego andar. Un bebé que ha pasado ese tiempo tumbado en una tranquila cuna o mirando el interior de una sillita, o al cielo, habrá perdido la mayor parte de esta experiencia tan esencial.

Debido a la necesidad del niño de participar, es también muy importante que los cuidadores no se queden sentados mirando al bebé ni que continuamente le pregunten lo que quiere, sino que lleven vidas activas ellos mismos. Ocasionalmente, uno no puede resistir darle al bebé un chorro de besos, pero, de todos modos, un bebé que está programado para observar la ajetreada vida que llevas se confunde y frustra cuando dedicas tu tiempo mirando como él vive la suya. Un bebé dedicado a absorber lo que es la vida, siendo vivida por ti, se sumerge en la confusión si le preguntas que sea él quien la dirija.

La segunda función esencial de la experiencia de la fase en brazos parece no haber sido percibida por nadie (incluyéndome a mí, hasta mediados de la década de los 1960). Se refiere a proveer a los bebés de un mecanismo de descarga de su exceso de energía hasta que no son capaces de hacerlo por sí mismos. En los meses anteriores a ser capaces de moverse por sí mismos, los bebés acumulan energía por la absorción de comida y de luz solar. Es entonces cuando el bebé necesita contacto constante con el campo de energía de una persona activa que pueda descargar el exceso no usado de ambos. Esto explica porque los bebés Yequana estaban tan extrañamente relajados y porque no se ponían rígidos, daban patadas o arqueaban la espalda para relajarse ante una incómoda acumulación de energía.

Para poder proveer una óptima experiencia de la fase en brazos tenemos que descargar nuestra propia energía de manera efectiva. Se puede calmar muy rápidamente a un bebé corriendo o saltando con él, o bailando o haciendo lo que sea para eliminar el exceso de energía propio. Una madre o padre que deben marchar de repente a buscar algo no necesitan decir “oye, toma el bebé que voy corriendo a la tienda”. El que tenga que correr que se lleve al bebé. ¡Cuanta más acción mejor!

Los bebés y los adultos experimentan tensiones cuando la circulación de energía en sus músculos está impedida. Un bebé repleto de energía no descargada está pidiendo acción: una carrera a galope alrededor del salón o un baile movido con el niño de la mano. El campo de energía del bebé se aprovechará inmediatamente del del adulto, descargándose. Los bebés no son las cositas frágiles que hemos tomado con guantes. De hecho, un bebé tratado como frágil en este estado de formación puede ser persuadido de que es frágil.

Como padres, podéis llegar a comprender fácilmente el flujo de energía de vuestro hijo. En el proceso, descubriréis muchas maneras de ayudar a vuestro bebé a mantener el suave tono muscular del bienestar ancestral, y de proporcionarle la calma y confort que necesita para sentirse como en casa en este mundo.

domingo, 20 de enero de 2008

Cuándo y cómo quitar los pañales


Carlos Gonzalez
Extraído de su libro ”Bésame Mucho” copiado del foro de Crianza Natural
Imagen de eendar
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Muchas veces se habla de «aprendizaje del control de esfínteres » y eso deja a los padres vagamente intranquilos.

Porqué, aparentemente, un aprendizaje requiere una enseñanza. ¿Quién y cómo ha de enseñar al niño a controlar sus esfínteres, sea eso lo que sea? Pues no, aprender a no hacerse pipí encima, lo mismo que aprender a caminar, a sentarse o a hablar, son cosas que no requieren estudio ni enseñanza.

Existen niños de diez años y también adultos que no saben leer o que no tocan el piano porque nadie les enseñó. Los padres tienen que hacer algo (enseñar a su hijo o buscarle un profesor o una escuela) si quieren que aprenda esa y muchas otras cosas. Pero no hay niños de diez años que no sepan caminar, sentarse o hablar, o que se hagan pipí encima (despiertos).

Todos los niños sanos (y buena parte de los enfermos) controlan perfectamente el pipí (de día) y la caca a los cuatro años o bastante antes. Por lo tanto, la pregunta no es «¿qué tengo que hacer para que mi hijo aprenda a usar el retrete?», pues haga usted lo que haga, tanto si lo hace todo «bien» como si lo hace todo «mal», o incluso aunque no haga nada de nada, su hijo aprenderá. La pregunta es «¿qué puedo hacer para que mi hijo no sufra mientras aprende a usar el retrete?» Y la respuesta es «más vale que no haga nada». O que haga lo menos posible.
Cuando los padres hacen algo, cuando sientan al niño a ciertas horas en el orinal, cuando le obligan a estar sentado hasta que hace algo, cuando le riñen si se lo hace encima, a la larga el niño aprenderá también a ir al retrete, pero será desgraciado en el proceso (y sus padres también). En casos extremos, es probable que ciertas «enseñanzas» desafortunadas pue-dan retrasar el aprendizaje o producir en el niño un rechazo a defecar que se convertirá en estreñimiento.

Pero si no le quitamos nunca el pañal, ¿cómo aprenderá? ¿No seguirá llevando pañal toda la vida? Lo dudo. No conozco a nadie que haya hecho la prueba; pero sospecho que, incluso si los padres no tomasen nunca la iniciativa, todos los niños acabarían por arrancarse el pañal ellos mismos.

Nadie va con pañal por la calle a los quince años. Pero el caso es que los pañales cuestan dinero y cambiarlos cuesta un esfuerzo, y casi todos los padres hacen, antes o después, un esfuerzo para quitar el pañal a sus hijos. En principio, eso no debería traer ningún problema.

El pañal es algo totalmente artificial, un invento relativamente reciente que no busca la comodidad del niño, sino la de sus padres. Los niños no necesitan pañal. Muchos padres le quitan a su hijo el pañal en verano y que sea lo que Dios quiera. Incluso antes del año, cuando saben que es imposible que el bebé controle el pipí y la caca de forma voluntaria. Para hacerlo, por supuesto, es conveniente no tener alfombras ni moquetas en casa, y es necesario estar dispuesto a fregar cualquier rincón en cualquier momento, sin el menor reproche.

Así se ahorra el niño algunas escoceduras por el calor y los padres mucho dinero en pañales. Al final del verano, si (como era de esperar) el niño se lo sigue haciendo todo encima, se le vuelve a poner el pañal y tan contentos. En el primer verano después de los dos años, cuando de verdad hay alguna esperanza de cambio, los padres pueden explicarle al niño lo que se espera de él: «Cuando tengas ganas de hacer pipí o caca, avisa. » Pero, por supuesto, no se harán pesados preguntando cada media hora (basta con que lo expliquen una vez en junio o, como mucho, cada quince días), ni lo sentarán en el orinal cuando no lo ha pedido, ni le reñirán o criticarán ni se burlarán de él por los escapes o por las falsas alarmas, ni mostrarán impaciencia.
Puede ser útil preguntarle si prefiere usar el retrete, como papá y mamá, o un orinal (y que elija el que más le gusta) o un adaptador para el retrete.

Mientras no haya un mínimo control, es prudente ponerle el pañal para salir a la calle. Algunos niños logran el control en este verano, otros en el siguiente. Algunos, por supuesto, alcanzan la madurez entre medias y piden que se les quite el pañal en invierno («¿Estás seguro?» «Sí. » «Bueno, vamos a hacer la prueba. ») Quitar el pañal, decíamos, no habría de traer ningún problema, pero a veces lo trae. Incluso sin obligarles, sin reñirles, sin ponerse pesado y sin hacer comentarios ofensivos, algunos niños se niegan a que les quiten el pañal.

Están tan acostumbrados a llevarlo, que no se imaginan la vida sin él. Explíquele a su hijo que no importa que se haga pipí o caca en cualquier sitio, que no se va a enfadar. Pero si a pesar de todo le pide un pañal, póngaselo sin rechistar. Al fin y al cabo, la idea no fue suya; fueron sus padres los que decidieron ponerle pañal cuando nació y no es culpa del pobre chico si se ha acostumbrado.

Es posible que un niño que al año y medio se dejó quitar el pañal, se niegue a los dos años y medio. No insista, no atosigue, simplemente dígale: «Bueno, cuando quieras que te lo quite, avisa», y ya está. Algunos niños están contentos de ir sin pañal, pero se sienten incapaces de usar el orinal. Notan que van a hacer algo, avisan, pero no quieren sentarse en ningún sitio. Quieren el pañal. A veces, durante una temporada, hay que ponerles un pañal cada vez que han de hacer pipí o caca. A algunos, que juegan desnudos en la playa, hay que ponerles un pañal para que hagan pipí. No se asombre, no se queje, no se ría. Póngale el pañal sin discutir, que ya falta bien poco.

Algunos niños, más tímidos, no se atreven a pedir el pañal, pero tampoco a usar el orinal, e intentan retenerse lo más posible. Algunos llegan a sufrir estreñimiento. Si observa que su hijo deja de hacer caca cuando le quitan el pañal, pruebe a ponérselo otra vez (incluso si no lo ha pedido). No es malo volver a usar el pañal después de unos días o meses sin él. No es un paso atrás ni un retroceso, ni le hace ningún daño al niño. A no ser, claro, que él se niegue. Nos vamos ahora al otro extremo, al del niño que no es capaz de controlarse, pero insiste en que le quiten el pañal o en que no se lo vuelvan a poner si se lo habían quitado en verano.
Como siempre, es importante hablar con el niño y ser respetuoso. Si sólo hay fallos ocasionales, es mejor hacerle caso. Si el control es nulo, tal vez pueda convencerle de que se lo deje poner. Pero si se niega en redondo, si llora para que no le pongan el pañal, si lo vive como un fracaso o una humillación, es mejor también hacerle caso, tal vez intentar llegar a una solución de compromiso («puedes ir sin pañal por casa, pero si salimos a pasear te lo has de poner»).

A veces hay que renunciar a salir de casa durante unas semanas para no tener un drama, lo que no deja de ser una lata. Por eso es importante no ponerse pesados con el asunto, no lanzar indirectas y puyas, que nadie le vaya diciendo al pobre niño «qué vergüenza, tan mayor y con pañales», «a ver si aprendes a ir al retrete de una vez», «si te lo vuelves a hacer encima, te tendré que poner pañales como a una niña pequeña» y otras lindezas. Nunca hay que hablar así a un niño, ni en este tema ni en otros. Todos los niños normales saben controlarse de día, sin necesidad de enseñarles nada.

Si su hijo se sigue haciendo caca o pipí encima después de los cuatro años (salvo algún accidente muy de tarde en tarde con el pipí), consulte al pediatra. Cuando hay problemas, con frecuencia son de origen psicológico (a veces debido precisamente a intentos de «enseñarles» a usar el orinal por las malas y otras veces, manifestación de otros conflictos o de celos). En algunos casos, la defecación involuntaria (encopresis) es consecuencia del estreñimiento: se forma una bola que irrita la mucosa rectal y produce una falsa diarrea. El niño no lo hace a propósito, y las burlas y castigos no harán más que empeorar el problema. Pero las noches son muy distintas.

Aunque muchos niños pueden dormir secos a los tres años, otros muchos se hacen pipí en la cama (enuresis nocturna) hasta la adolescencia o incluso toda la vida. Durante la Primera Guerra Mundial, el 1 por ciento de los reclutas norteamericanos fue declarado no apto para el servicio por enuresis. La enuresis nocturna casi nunca tiene causa orgánica o psicológica, sino que depende de la maduración neurológica y de las características genéticas (va por familias). Algunos niños consiguen no hacerse pipí en un día especial (por ejemplo, en casa de un amigo), a costa de pasar la noche prácticamente en vela. Por supuesto, no pueden hacerlo muchos días seguidos.

Por desgracia, algunos padres no comprenden el enorme esfuerzo que han hecho y se lo echan en cara («en casa de Pablo bien que espabilaste, pero aquí no te preocupas, claro, como estoy yo para lavar sábanas»). Este tipo de comentarios, además de cruel, es falso.

Hace poco, una madre comentaba en un foro de Internet que su hija de siete años se hacía pis en la cama. Otra madre le contestaba así:

Yo estuve haciéndome pis hasta los dieciséis años, y peor que me sentía y más acomplejada que nadie… Me tiraba las noches en vela para no mojar la cama, y en cinco minutos que el sueño me rendía, me hacía pis; estaba desde el medio día sin beber nada, era horrible, y seguía haciéndome pis; me levantaba por la noche a lavar mis sábanas para que no se enteraran… No la regañes, no la responsabilices, es una enfermedad, de pronto un día dejé de hacérmelo. Mi hijo mayor se hizo pis hasta los trece años…

Quisiera explicar aquí una anécdota, en homenaje a un gran pediatra japonés, el Dr. Itsuro Yamanouchi, de Okayama. Visité su hospital en 1988, y me fascinó aquel sabio humilde que seguía atendiendo consultas externas de pediatría a pesar de ser director de un gran hospital. Le acompañé una tarde en su consulta, y él me explicaba en inglés lo que ocurría. —Este niño tiene seis años, y se hace pipí en la cama. Le he explicado a la madre que eso es normal, que no hay que hacer nada, y que yo me hice pipí hasta los siete años. —¡Qué casualidad! —respondí en mi inglés vacilante—. Yo también me hice pipí hasta los siete años. El Dr. Yamanouchi se apresuró (para mi sorpresa) a traducir mis palabras, y la madre me miró con más sorpresa aún y se deshizo en reverencias y agradecimientos. Un rato después, otra madre, mientras escuchaba las palabras del médico, me miró también con asombro y me hizo otra reverencia. —Este niño de diez años también se hace pipí en la cama. Le he explicado a la madre que yo me hice pipí hasta los once años, y tú hasta los siete. —Pero… ¿no me dijo usted que también se había hecho hasta los siete? —Bueno —sonrió el Dr. Yamanouchi—, yo siempre les digo un año más.

sábado, 19 de enero de 2008

Niños que no quieren ir al cole.


Carlos González salió publicado en el número 29 de la revista Mente Sana y recogido en un post de CCC
Imagen de Nicoletta Cecolli


Empezar a ir a la escuela es un cambio importante en la vida de todos los niños:personas nuevas,normas y horarios diferentes...Como todo proceso adaptativo,la escolarización debe hacerse paulatinamente.Tener en cuenta su grado de madurez es la clave para evitar que el niño sufra.

La mayor parte de los alumnos de infantil y primaria -entre los 3 y los 12 años- se lo pasan bien en la escuela. Raramente lloran en la puerta o se agarran a los brazos de su madre o de su padre. Pronto entran en la escuela sin volver la vista atrás. Los padres acaban renunciando a exigir un beso de despedida -"Qué vergüenza,delante de mis compañeros!"-, y el día menos pensado te ruegan que dejes de acompañarlos.

Aunque ocasionalmente puedan quejarse de algún compañero,de alguna "injusticia" de los profesores o de la dificultad de algún ejercicio,van a la escuela ilusionados y sin oponer resistencia. Aún más, a principios de septiembre se aburren tanto en casa que desean volver al cole.

Pero esta situación no es siempre así. Algunos niños sufren en la escuela o se niegan a ir. ¿Cómo podemos ayudarles?.

¿Seguro que está listo?

Naturalmente, no todos los niños crecen a la misma velocidad.A los tres o cuatro años hay niños que todavía no están preparados para separarse de sus padres,del mismo modo que los hay que,con dos años,son más independientes. A veces,en los primeros días de clase,se observa un efecto paradójico: niños que ya habían ido antes a la guardería lloran desconsoladamente,mientras que otros que habían estado siempre en casa,entran -y salen- contentos.

Y es que separarse de la madre sin angustia no es algo que se aprenda,no sirve "acostumbrarse" ni "practicar". Es una cuestión de maduración,de edad. Con un año, no quieren separarse ni un momento de ella; a los cinco aceptan hacerlo; y a los quince, están deseando hacer y deshacer por su cuenta.

Empezar con buen pie

Al niño que separamos de su madre demasiado pronto, lejos de "acostumbrarlo", podemos dejarle el recuerdo de una triste experiencia. No teme a la escuela sino al lugar donde lo pasó tan mal de pequeño. En cambio, el que espera feliz con su familia y sólo va al cole cuando está realmente preparado no tiene malas experiencias que recordar.

Cuando el problema es la corta edad, el tiempo es el mejor remedio. No se trata de "cómo conseguir que mi hija vaya a la escuela contenta", porque eso ocurrirá al cabo de unos meses, aunque no hagamos nada de nada. El problema es "en estos meses que faltan hasta que mi hija vaya a la escuela contenta, cómo conseguir que sufra lo menos posible".

En muchas ocasiones, bastará un poco de comprensión y unas palabras de ánimo. Es importante aceptar la ansiedad del niño - "El primer día da un poco de miedo, ¿verdad?- , explicarle qué hará en la escuela, con quién estará, quién vendrá a recogerle y cuándo. No negar su angustia -"No te pongas así que nadie te ha hecho nada", "Pero si no pasa nada,tonto"- y mucho menos,ridiculizarlo- "Parece mentira, un niño tan grande llorando, qué va a pensar la señorita", "Los otros niños no tienen miedo,eres el único que llora".

Al salir de la escuela,puede que el niño exija más brazos y más atención de la habitual y se pegue como una lapa, o que se muestre malhumorado, gritando, rehuyendo la mirada, protestando por todo. Es importante comprender que éstas son las respuestas normales a la separación, que nuestro hijo necesita comportarse así para sentir que le siguen queriendo y para recuperar la seguridad. Es importante darle esos brazos y esa atención que pide, y tolerar su mal humor sin reñirle ni castigarle.

Una respuesta fría y distante - "Camina que para eso tiene los pies","No seas pesada", "Ahora te estás portanto como un bebé,mamá está enfadada"... - justo en el momento que más nos necesitan, no hace más que empeorar las cosas.

En otros casos no basta con buenas palabras. Hay niños que lo pasan realmente mal. Si las circustancias laborales y familiares permiten otra opción -quedarse un tiempo en casa,o con los abuelos- , es bueno ofrecerla: "si quieres,mañana te quedas en casa en vez de ir al cole".

Muchas veces, el niño declina la invitación: la seguridad de saber que existe una salida, que sus padres le comprenden y se lo toman en serio, le da el valor para continuar. Otros niños necesitarán quedarse en casa durante unos días o semanas. ¿No será eso un paso atrás, no estaremos contribuyendo a que se enquiste la situación y no se adapte nunca a la escuela?. Al contrario: ir un día tras otro, llorando y sufriendo, es lo que puede enquistar la situación.

Algunos niños parece que están contentos el primer trimestre, pero en enero se desmoronan. No debemos pensar que es una tomadura de pelo o un retroceso. Tal vez las vacaciones navideñas les han recordado lo que podía haber sido y no fue: habían llegado a aceptar que "Hay que ir al cole porque papá y mamá trabajan y no hay nadie más que me pueda cuidar", y de pronto descubren que mamá sí estaba en casa -por ejemplo, si la madre tiene vacaciones- o bien que hay otra alternativa y alguien les ha cuidado cuando no había escuela.

Frente al acoso escolar

Claro que también puede haber motivos más duros para no querer ir al cole. Puede haber un "matón" o un grupo de "matones" que mantiene aterrorizados a los demás niños. Puede haber problemas con chicos mayores, a la hora del patio en la entrada al recinto escolar. Unos niños pueden convertirse en víctimas por algún defecto físico, por su torpeza en los juegos, por problemas de aprendizaje o por no llevar ropa de marca; otros, por todo lo contrario, por "empollones","pijos"...No se habla tanto del acoso o los malos tratos por parte de los profesores, pero también se da. Los niños maltratados por su compañeros o profesores pueden callar o incluso negar que han sufrido reiteradamente esos maltratos. Será entonces cuestión de investigarlo.

El rechazo a la escuela no siempre es explícito. Algunos niños tienen,c on demasiada frecuancia, dolores de cabeza o de barriga que desaparecen misteriosamentea los pocos minutos si se quedan en casa. No siempre están fingiendo. Un niño tiene tanto derecho como un adulto a somatizar,a sentir verdadero dolor de cabeza por estrés. De todos modos, tanto el niño que finge como el que de verdad se siente mal tiene un problema y necesitan comprensión y ayuda, no castigos o sermones.

Lo primero,claro, es preguntarle qué le ha pasado, por qué no quiere ir a la escuela. El problema es que no siempre lo explican, porque no quieren o porque no pueden. Habrá que hablar, entonces, con sus profesores y con otros padres. ¿Ha habido algún problema con los estudios,c on los exámenes, con la disciplina? ¿Hay otros niños en clase que no quieran ir a la escuela o que han cambiado de humor o de conducta en los últimos meses? ¿Hay rencillas personales, peleas e insultos entre compañeros? ¿Conflictos con el personal docente?.

Buscar alternativas

Los problemas leves se resuelven pronto con paciencia,apoyo y cariño. Pero no siempre es tan fácil. Si el problema es general,l a acción conjunta de varias familias, respaldadas si es preciso por psicólogos y pediatras,p ùeden conseguir cambios en la conducta de la persona conflictiva... o su expulsión.

Pero a veces se trata de una incompatibilidad personal. Algunos niños necesitan un cambio de aires: otros profesores, otros compañeros, otros métodos educativos. Y a algunos,sencillamente, la escuela no les funciona. Si aceptamos que un adulto quiera ser camionero, vendedor o cantante y que aborrezca el trabajo de oficina, ¿por qué a todos los niños les va a convenir estudiar en el mismo ambiente, con las mismas normas, métodos y horarios?.

De hecho,a juzgar por las estadísticas de fracaso escolar, son muchos los niños a los que la escuela no les sirve. Tal vez por eso hay familias que optan por educar a sus hijos en casa (véase www.educacionlibre.org).

En último término, en caso de conflicto, los padres tenemos que recordar que nuestra lealtad y nuestro deber están con nuestros hijos, no con el sistema educativo.

Donde nace la violencia


REPORTAJE Publicado en El pais Semanal
Donde nace la violencia
ÁNGELA BOTO 30/09/2007
Imagen de eendar

Los expertos llevan años haciéndose una pregunta tan vieja como el hombre. ¿La persona agresiva nace o se hace? La respuesta es clave: en el origen de la violencia está la semilla para la paz. Quizá las caricias y el amor en la infancia podrían resolver este interrogante.

Un investigador descubrió una agresividad casi nula en tribus que mantenían un contacto estrecho con sus hijos
El cerebro es flexible, puede reaprender. Tenemos capacidad para reducir la violencia con un entorno afectivo
Los datos son cristalinos. Entre 2002 y 2006, las muertes de mujeres a manos de sus parejas aumentaron en España un 32,62%. Su maltrato, entre 2001 y 2005, un 143,67%. Entre 2000 y 2004, las agresiones a niños en el ámbito familiar crecieron un 108,67%. Las cifras del Centro Reina Sofía para el estudio de la violencia no incluyen las agresiones de hijos a padres, pero reflejan una realidad preocupante: el mayor incremento de la violencia se está produciendo en el seno de la familia.

"El Homo sapiens es el primate más violento del planeta contra la hembra de su misma especie y contra sus propias crías", escribe James Prescott en su artículo Cómo la cultura modela el cerebro y el futuro de la humanidad. Prescott, ex director del Instituto Nacional de la Salud y el Desarrollo Infantiles de EE UU (NICHD, en inglés) y actualmente director del Instituto de Ciencia Humanística, lleva años persiguiendo el origen neuronal de la violencia humana a través de estudios que analizan la conducta de los monos y las costumbres de diversas tribus de todo el mundo.

Y si se habla de violencia del sapiens sapiens, hay que añadir la que inunda cada mañana los diarios e informativos de todo el mundo. "La violencia humana equivale a lo que se conoce como agresión entre los animales", explica Manuela Martínez Ortiz, profesora de psicobiología de la Universidad de Valencia. "La diferencia radica en que los animales la utilizan para solucionar conflictos de territorio, reproducción, etcétera, pero entre ellos se encuentra sometida a numerosos límites que los humanos han perdido. Nosotros no reconocemos los signos de sumisión del oponente que indican el final de la lucha. No hay límite y se puede llegar a masacrarlo completamente".

Algo ha ocurrido en el camino evolutivo para que el humano tenga formas tan propias de agresión. La neurociencia, la psicobiología y el estudio antropológico de ciertas tribus han aportado pistas interesantes que permiten bucear en los posibles orígenes de la violencia. Y, por tanto, también descubrir las semillas de la paz.

Una vez más, las redes neuronales actúan de caja negra, almacenando claves para descifrar el comportamiento y sus orígenes. La primera constatación neurológica es que el cerebro de un homicida o de un suicida presenta diferencias llamativas en comparación con el de un individuo no violento. En las personas agresivas, los centros ejecutivos ?los que modulan las reacciones impulsivas y a la vez son las regiones más evolucionadas? están ralentizados e incluso pueden llegar a estar completamente desconectados. Por el contrario, las áreas más primitivas, donde se gestionan los miedos y las emociones negativas, están más activas.

La cuestión inmediata es si esas diferencias biológicas siempre estuvieron ahí, si un violento nace o se hace. Más de dos siglos atrás, el filósofo Jean-Jacques Rousseau decía: "No hay pecado original en el corazón. El cómo y el porqué de la entrada de cada vicio pueden ser delimitados". Parece que el pensador francés tenía razón. Con todo el arsenal científico en la mano, Debra Niehoff, neurocientífica experta en el asunto y autora de La biología de la violencia, afirma: "La mayor lección que hemos aprendido del estudio del cerebro es que la violencia es el resultado de un proceso de desarrollo, una interacción entre el cerebro y el entorno".

El análisis podría dar para muchas páginas, pero comencemos por el principio, por el principio de la vida. Es aceptado por todos que las vivencias prenatales tienen una influencia fundamental en el comportamiento. Tras el nacimiento, con el cerebro en pleno desarrollo, las experiencias modelan aún más la arquitectura neuronal y, con ella, la personalidad del adulto. James Prescott sostiene que la violencia está íntimamente relacionada con el placer, o más precisamente con los circuitos cerebrales que dan la capacidad de gozar. En su opinión, las bases fundamentales para el arte del disfrute se adquieren a través del contacto físico y emocional con la madre, la primera fuente de amor. En esos primeros momentos se produce una asociación o disociación neuronal que quedará registrada en los circuitos en los que se gestionan el bienestar y el dolor. "Cuando no se toca y no se rodea de afecto a los niños, los sistemas cerebrales del placer no se desarrollan. La consecuencia de ello son unos individuos y una cultura basados en el egocentrismo, la violencia y el autoritarismo", asegura Prescott.

Este investigador partió de los trabajos con monos de otros científicos ?William Mason y Gershon Berkson? de referencia en esta área de la neurobiología. Se conocen desde hace décadas las consecuencias nefastas de la separación de la madre sobre el comportamiento y la salud de un individuo. Mason y Berkson vieron más tarde que los efectos negativos de la separación podían reducirse si los animales del experimento recibían un sucedáneo de madre: una estructura móvil de plástico con un recubrimiento similar a una piel. El movimiento resultó ser muy importante porque si la madre adoptiva no se movía, tampoco había efecto positivo. Este detalle llevó a Prescott a determinar que el balanceo materno ?que comienza cuando la cría está en el útero? tiene una acción fundamental en el correcto desarrollo del cerebelo. Esta región controla la producción de dos neurotransmisores (noradrenalina y dopamina). Ambos, directamente relacionados con la hiperactividad, la adicción y la agresividad.

A continuación, Prescott quiso ver qué ocurre en humanos, y lo hizo estudiando las costumbres originales relativas al contacto madre-hijo de 49 tribus de todo el mundo. Tal como había predicho, los grupos poco afectivos con sus niños, y con muy poco contacto piel a piel, presentaron altos niveles de violencia en la edad adulta. Sin embargo, la agresividad era casi nula entre los pueblos que mantienen un contacto muy estrecho con sus hijos.

En lo que se refiere a las sociedades llamadas desarrolladas, Jay Belsy, director del Instituto para el Estudio de los Niños, las Familias y Asuntos Sociales del Birkbeck College (Inglaterra) y coautor de un gran estudio del NICHD de 2001 sobre las guarderías, sostiene que los datos del mencionado trabajo, los de sus estudios anteriores y posteriores, indican que los bebés y los niños pequeños que pasan más de 30 horas a la semana en una guardería desarrollan en la adolescencia y preadolescencia una mayor tendencia a ser agresivos, a pelearse y a acosar a otros. Las interpretaciones de los mismos datos son variadas. Algunos expertos son muy críticos con Belsy porque consideran que es un extremista y que exagera los resultados, además de ser un enemigo de los derechos de las mujeres trabajadoras.

Louis Cozolino, profesor de psicología de la Universidad de Pepperdine (EE UU) y autor de The neuroscience of human relationships (La neurociencia de las relaciones humanas), explica que "cuando no hay mucho contacto o existe una falta de cuidados es más probable que el cerebro desarrolle un sistema dirigido fundamentalmente por la adrenalina. Esto dará lugar a un tipo más violento, más agitado. Algo que tiene sentido desde un punto de vista evolutivo. Cuanto menos protegido esté un niño por sus padres, más agresivo tiene que ser para sobrevivir".

La ecuación contraria es igualmente válida. En un entorno de afecto, contacto y amor se activan los circuitos neuronales de la serotonina, un neurotransmisor del bienestar. Dicho de un modo simple, el cerebro registra las experiencias vitales en forma de códigos químicos que crean algo así como un ambiente neuronal específico para cada individuo. Cada vez que interaccionamos con una persona nueva lo hacemos desde ese escenario cerebral que condiciona totalmente nuestra forma de percibir el entorno y la respuesta ante él.

Michel Odent, un conocido obstetra francés, no duda en afirmar que "se producirá una revolución en nuestra visión de la violencia cuando el proceso del nacimiento se vea como un periodo crítico en el desarrollo de la capacidad de amar". La primera hora después del nacimiento es clave para que la biología y la psique reciban una impronta básica contra la violencia, según el médico. La razón es la descarga masiva de una hormona conocida popularmente como la hormona del amor (oxitocina), que se genera en el momento del parto. Ésta desencadena la respuesta maternal y favorece la creación de un fuerte lazo entre madre e hijo. La afirmación de Odent sobre el desarrollo de la capacidad de amar procede de la constatación de que la oxitocina interviene en casi todos los aspectos del amor y del gozo, desde el carnal hasta el puramente fraternal o filial.

En relación con los distintos tipos de amor, Prescott hizo una curiosa observación en su estudio de los indígenas. De las 49 tribus, 13 escapaban a sus predicciones sobre la relación entre contacto físico en la infancia y violencia en la edad adulta. Buscando en las costumbres descubrió el elemento que faltaba: otras relaciones de amor en la adolescencia suplían lo que el entorno más cercano les había negado. Un hallazgo directamente relacionado con uno de los aspectos más fascinantes y prometedores del cerebro, su plasticidad.

"Biología no significa destino", asegura Niehoff. "El cerebro es flexible y puede reaprender. Tenemos herramientas para reducir la violencia creando un entorno seguro y de amor". Y esto es cierto incluso en casos de niños que han sufrido abusos graves en el seno de la familia. Si había alguien que les trataba con amor, que se ocupaba de ellos, y les mostraba que el mundo no era sólo agresión y violencia, se estimulaban los recursos personales para superar el impacto negativo de los abusos. Esto se conoce como resiliencia. "Se produce una transformación cuando alguien se ocupa de estos niños. La cuestión es cuánto tiempo el sistema [el cerebro] se mantiene plástico", dice Cozolino. Obviamente, la prevención parece más sencilla que la reprogramación.

Si el cerebro es flexible, el ADN también, si las circunstancias acompañan. A principios de los años noventa, en plena fiebre del gen de?, un equipo de científicos identificó el de la violencia. Se trataba del fragmento de ADN que produce una proteína encargada de degradar neurotransmisores como la serotonina y la adrenalina, conocida como MAO. Los investigadores sostenían que tener una versión poco activa del gen de la MAO significaba tener tendencia a la violencia.

Casi 10 años después, un estudio del King's College (Londres) que siguió a más de 400 hombres desde su nacimiento hasta la edad adulta demostró que la presencia del gen no era suficiente para que una persona fuera agresiva. El interruptor de la violencia estaba en el exterior. Las personas que tenían el gen defectuoso y que sufrieron falta de atención o abandono emocional durante la infancia se convirtieron en adultos agresivos. Sin embargo, aquellos que también portaban una MAO poco activa, pero que vivieron en un entorno afectivo, escaparon a la predisposición genética.

Parece que las semillas de la paz están en nuestras manos. "La hipótesis es que una crianza adecuada en ausencia de estrés permite a nuestro cerebro desarrollarse de manera menos agresiva y emocionalmente estable. Creemos que este proceso permite a los humanos desarrollar más su potencial creativo", escribía en la revista Scientific American Martin H. Teicher, catedrático de psiquiatría de la Harvard Medical School (EE UU). O como sentencia Prescott: "La transformación de una cultura violenta en una de paz comienza por el individuo que en la infancia es colocado en un camino de aceptación en vez de en otro de rechazo".

viernes, 18 de enero de 2008

Cuidado con el castigo

Tengo algún escrito mío, pero hasta que me atreva a sacarlo de la condición de borrador, voy a continuar con mi recopilación (esto lo digo a ver si así, me animo). Y en cuanto acabe el curso me voy a poner con las traducciones.


Un artículo de Dionisio F. Zaldívar Pérez

Cogido de http://www.criaryamar.com/, que a su vez lo localizó en http://saludparalavida.sld.cu/


La imagen la tomo de http://eendar.blogspot.com/


El castigo es posiblemente una de las prácticas más utilizadas en el seno de la familia. Son diversos los que se emplean como “estrategia educativa”. Sin embargo, el uso sistemático del castigo como acción correctora principal puede acarrear consecuencias negativas que deben evitarse.


Entendemos por castigo cualquier acción que ejecuta una persona, y que causa la aversión del que la recibe, empleado como elemento correctivo o de control con la finalidad de eliminar una conducta o comportamiento molesto o inadecuado.

Entre los castigos más frecuentes se encuentran:

* El tiempo fuera (sacar o prohibir al sujeto permanecer en el lugar o contexto donde ha exhibido una conducta considerada molesta o inapropiada enviándolo a dormir, etc.)
* El retiro de reforzadores o estímulos positivos (prohibición de ver la TV, de salir a jugar con los amigos, etc.)
* El castigo físico (que por supuesto no tiene nada de educativo).

Las causas más frecuentes por las cuales se castiga a un niño son: desobedecer las órdenes o indicaciones de los adultos; actividad excesiva del niño (hiperactividad) que resulta molesta para los adultos; rebeldía (actitud desafiante ante los padres u otros adultos); mala comunicación padres-hijos; irritabilidad, frustración o malestar de los padres.

Es posible que las causas que explican el uso extendido del castigo estén relacionadas con su aparente eficacia y rapidez para controlar o detener el comportamiento inadecuado o molesto. Sin embargo, sobran los ejemplos de niños que a pesar de haber recibido castigo, incluso físico, por mostrar determinados comportamientos, siguen exhibiéndolo tan pronto se presenta la ocasión.

Diversos estudio han mostrado que los efectos supresores del castigo resultan momentáneos, que este no provoca el desaprendizaje del comportamiento castigado, ni ofrece en su lugar otra alternativa más adecuada por lo que en la primera ocasión se activa nuevamente.

El uso sistemático del castigo como acción correctora principal puede acarrear consecuencias negativas, entre las que podemos señalar: daño a la autoestima del niño, quien llega a desvalorizarse (baja autoestima); aparición de estados de tensión, estrés y agresividad; déficit de atención; pérdida de confianza en los padres; ansiedad o culpa de alguno de los miembros de la familia; y empleo de la mentira como medio de evitar el castigo.

Como pueden observarse, si bien el castigo aparece como una “rápida solución” a los problemas de comportamiento infantil, sus efectos no son permanentes y por lo general provocan más daño que beneficio.

Educar requiere paciencia y poder mostrar al educando las alternativas de comportamientos más efectivos, lo que se logra en primer lugar con el propio ejemplo de los padres, la adecuada comunicación con el niño, la exigencia apropiada, pero siempre con amor, con el uso de argumentos directos y lógicos que inviten al niño a reflexionar sobre las consecuencias de su comportamiento, no solo para él, sino también en las afectaciones que pueden provocar en los demás.

El castigo físico nunca puede considerarse como una acción educativa. Por el contrario, es generador de agresividad y aprendizaje de comportamientos violentos que serán mostrados más allá del contexto familiar, ya que pueden afectar no sólo el comportamiento psicológico del individuo, sino también el social.

Los padres que castigan físicamente a sus hijos están contribuyendo a la reproducción de conductas violentas en el ámbito de la sociedad e inducen al uso de la violencia como forma de ejercer el control sobre otros.

Educar es dialogar, es persuadir, es enseñar con el ejemplo. Agote estos recursos antes de imponerles un castigo sus hijos, estos y la sociedad se lo agradecerán.

viernes, 11 de enero de 2008

5 MANERAS EN LAS QUE LOS PADRES PUEDEN MANEJAR SU ENFADO


Otro más del Doctor Sears, traducido por Solecilla.

Dibujo de Patricia Metola, http://tipika.blogspot.com/2006_03_01_archive.html

1-. CURE SU PASADO “ENFADOSO”:

Ser padre puede ser terapéutico. Puede mostrarle cuales son sus problemas propios y motivarle a arreglarlos. Si su pasado está cargado de ira no resuelta, inicie el camino para curarse usted antes de enfadarse y dañar a su hijo. Lo estudios de muestran que los hijos de madres que demuestran ira con frecuencia, son más difíciles de educar. Identifique problemas en su pasado que puedan contribuir a la ira del presente. ¿Fue usted maltratado o duramente castigado cuando era un niño?.¿Tiene usted dificultad para controlar su genio? ¿Nota usted una falta de paz interior?.Identifique situaciones del presente que le hacen enfadar: un trabajo poco satisfactorio, espos@, usted mismo, los niños. Recuerde que es usted espejo de sus emociones. Si su hijo ve una cara crónicamente enfadada, y oye permanente mente una voz enfadada, esa es la persona que será en el futuro con mayor probabilidad.

2-.MANTENGA LA PERSPECTIVA:

Todos tenemos un botón de “enfado”. Algunos padres son tan proclives a enfadarse que cuando explotan el perro se esconde. Pruebe este ejercicio: en primer lugar divida los malos comportamientos de su hijo en “pequeñeces” (molestias) que no merecen la pena el disgusto de enfadarse, y las cosas “grandes” (ponerse en peligro, dañar a los demás y la propiedad) que demandan una respuesta, para su propia tranquilidad y la de su hijo.

En segundo lugar condiciónese usted mismo para que las pequeñeces no le molesten. He aquí unas “grabaciones” que repetir en su mente la próxima vez que su hijo tire algo:
*estoy enfadado pero puedo controlarme
*los accidentes ocurren
*yo soy el adulto aquí
*me enfado con el hecho, no con el niño
*mantendré la calma y así todos aprenderemos algo

Repita estos ejercicios una y otra vez actuando. Añada algunas líneas para decir:
*ops! se te ha caído
*te alcanzo una toalla
*está bien: te ayudaré a limpiarlo

Notará usted un gran contraste entre esto y lo que oyó de pequeño. También se dará cuenta de que no es tan fácil como parece.

Cuando una pequeñez de la vida diaria se produce, usted estará más condicionado para controlarse. Puede respirar profundamente, alejarse, mantenerse frío, planee su estrategia y vuelva a la escena. Por ejemplo: un niño emborrona pintura en la pared: Usted se ha condicionado para no explotar, usted, naturalmente está enfadado y es útil para usted y su hijo mostrar su desagrado. Usted da como respuesta un no firme pero sin gritar. Usted pide un “tiempo fuera”. Una vez que se ha calmado, insístale al niño (si es suficientemente mayor) en que le ayude a limpiar. Tener el control sobre su ira le proporciona al niño el mensaje siguiente “mamá está enfadada, y con razón. No le gusta lo que he hecho pero me sigue queriendo y cree que soy capaz de limpiarlo solo”

Hemos encontrado que tener un enfado a veces es peor para nosotros que para el niño. Nos deja exhaustos. Con frecuencia es nuestro sentimiento tras el enfado lo que nos molesta más, más que el zapato arrojado al water. Una vez que nos damos cuenta de que podemos controlar nuestros sentimientos más fácilmente de lo que nuestros hijos pueden controlar su comportamiento, seremos capaces de sobrevivir a estas etapas de la infancia, y la vida con nuestros hijos será más fácil. Cuando enloquecemos por un niño, no dejamos que la ira crezca tanto que se convierta en furia contra nosotros mismos por la pérdida de control.

EL CÍRCULO DE LA IRA
*enfado con el niño
*enfado con uno mismo
*mas enfado con el niño por hacernos enfadar con nosotros mismos
*enfadado por estar enfadado

Usted puede romper este círculo en cualquier punto para protegerse usted y su hijo.

3-. HAGA DE LA IRA SU ALIADA:

Las emociones tienen un propósito. La ira sana le encamina a arreglas los problemas, en primer lugar porque no dejará el comportamiento de su hijo sin corrección y en segundo lugar porque no le gusta como su mal comportamiento le molesta. Esta es ira útil. Yo siempre he tenido una tolerancia muy baja para los chillidos de los niños. A la edad de 15 meses nuestro octavo hijo, Lauren, desarrolló un chillido que destrozaba los oídos, que hacía subir mi presión arterial como un cohete. O bien mi tolerancia estaba disminuyendo, o bien mis oídos se habían vuelto más sensibles con los años, pero el girito de Lauren pulsaba mi botón de enfado. No me gustaba mi hija por ello, ni me gustaba yo por no gustarme mi hija. Hubiera sido más fácil manejar el problema si yo no hubiera estado enfadado. Pero porque estaba enfadado y me di cuenta de que esto afectaba a mi actitud hacia Lauren, me sentí encaminado a hacer algo con sus gritos, que yo consideraba un comportamiento malo que no encajaba en su , por otra parte, encantadora personita. Así que en lugar de mantener el foco sobre lo mucho que odiaba esos sonidos, lo puse en las situaciones que producían esos chillidos, e intenté anticiparme a esas situaciones. Descubrí que cuando Lauren se aburría, estaba cansada, hambrienta o ignorada, chillaba. Es una personita que necesita una respuesta rápida, y sus chillidos la obtenían. Mi enfado me motivó a encontrar soluciones “para-chillidos”. Me convertí en un padre más sabio, y Lauren un bebé más agradable. Esto es ira útil.

La ira se vuelve dañina cuando no se entiende como una señal para arreglar la causa. Usted la deja crecer hasta que le disgustan sus propios sentimientos, usted y la persona que causa que usted se sienta así. Pasa usted su vida en una batalla por pequeñeces, que hubiera podido ignorar o grandezas que hubiera debido arreglar. Esta es ira dañina.

4-.DEJE DE HACERSE DAÑO:

A menudo la ira crece en el interior así como hacia el exterior, sobre algo que a usted no le gusta, pero como reflejo, después de gastar un montón de energía en la emoción usted se da cuenta de que la situación como está ahora es mejor para todo el mundo. Esta visión no hace empequeñecer, y nos ayuda a disolver futuras llamaradas. Nuestra frase para las equivocaciones irritantes es: nadie es perfecto, la naturaleza gana de nuevo.

5-. ESTÉ PREVENIDO PARA SITUACIONES CON ALTO RIESGO DE DESENCADENAR IRA:

¿Está usted en una situación vital que le enfada? si es así, está usted en riesgo de desahogar su ira con si niño. Perder un trabajo o experimentar un evento con similar pérdida de autoestima, le puede hacer enfadar, con razón. Pero tenga en cuenta que eso hace más fácil que comportamientos de otra manera tolerables de los niños “pequeñeces”, le lleven al límite. Cuando uno está enfadado las pequeñeces se convierten en grandezas. Si es usted repentinamente víctima de una situación que le lleva a estar enfadado, ayuda el preparar a su familia:”quiero que entendáis que papá puede estar preocupado de ahora en un par de meses. He perdido mi trabajo y estoy muy nervioso por ello. Encontraré otro y todo volverá a estar bien, pero mientras, si alguna vez me enfado, no es que no os quiera, sino que tengo problemas conmigo mismo”. Si usted no “vuela su techo” es sabio pedir disculpas a sus niños (y esperar disculpas similares cuando ellos pierden los papeles):”discúlpame pero estoy enfadado, y si no parezco racional o sensible es porque estoy luchando, no es por tu culpa. No me he vuelto loco por ti”. También ayuda ser honesto con uno mismo, reconocer su vulnerabilidad y mantenerse en guardia hasta que el problema causante del enfado se resuelva. Siempre habrá problemas en nuestra vida que no podemos controlar. A medida que nos convertimos en padres más expertos- y personas- aprendemos a darnos cuenta de que la única cosa en nuestras vidas que controlamos son nuestras propias acciones. Como usted maneje su ira puede funcionar en su favor o en contra suya y de su hijo.