Este artículo lo puse hace tiempo en catalán. Es de Miquel Àngel Alabart y fue publicado en la revista Viure en família. Es una traducción mía, de estar por casa, pero así comienzo a quitarme la pereza.
La imagen, extraida del blog de Tipika
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Que lo que pedimos y los que se nos da no siempre coincide es algo que la vida se encargará de recordarnos todos los años que ésta dure. Pero algo que de lo que empezamos a ser conscientes desde bien pequeños.
Un niño, hacia el año y medio de vida, es decir, cuando empieza a formarse una cierta idea de sí mismo, comienza a poner a prueba los límites de su yo (formado básicamente por deseos) y el resto del mundo. Esto, lógicamente, choca a menudo con ese resto del mundo, que en un principio está compuesto, en este orden o no, de madres, padres, hermanos, otros niños y niñas, arena del parque, columpios, gominolas y otros objetos de deseo que no siempre aceptan ser deseados. “Quiero esto que depende de ti, pero tú no me lo das”. Y así, la intrépida criatura descubre la frustración. La combinación de frustración, hormonas, nervios, entorno y otros factores hace que , en determinados momentos esta frustración estalle en forma de rabieta.
No creemos necesario describir al detalle qué es una rabieta. Podemos resumir diciendo que se trata una explosión nerviosa con abundantes sacudidas y otros movimientos más o menos violentos, gritos y, en determinado nivel y según el carácter, golpes de cabeza a alguien, insultos y quizás lanzamientos más o menos afortunados de objetos. Y que todo esto es especialmente frecuente entre los 18 meses y los 4 años, más o menos. Y que acostumbra a venir a continuación de una demanda por parte de la criatura que sus adultos de referencia no quieren o no pueden satisfacer.
Digámoslo de entrada: estas reacciones airadas ante la frustración (a veces una frustración tan pequeña que más bien parece una excusa para reaccionar) es lo más normal del mundo, y podemos ver incluso personas de 30 años haciendo cosas parecidas. La diferencia está en la frecuencia y, en principio el contenido del berrinche (se supone que la mayor parte de gente adulta sabe controlar lo que hace cuando está enfadada..). Por decirlo de una forma algo técnica, la rabieta es una conducta que acostumbran a tener los niños pequeños y que se da como reacción ante un estado emocional de rabia o frustración.
El estrés no ayuda.
¿Pero qué hace que estos sentimientos afecten tanto, en un momento dado, a los niños, sobre todo en estas edades? Todo depende, como siempre de si las necesidades básicas están cubiertas o no. No es lo mismo frustrar una necesidad real que frustrar un deseo imposible o no recomendable de satisfacer. Y además, es fácil que la demanda que se expresa (“yo quería la chaqueta amarilla”) sea la forma que toma otra demanda (“necesito salir a tomar el aire”). Seguramente, si intentamos estar conectados con nuestros hijos, sabremos comprender, ante una rabieta, qué le debe estar pasando, qué necesita realmente. En todo caso, tener las necesidades satisfechas ayuda a prevenir las rabietas. Sencillamente el pequeño estará menos estresado.
Así pues, de entrada, si creemos que nuestra criatura tiene demasiadas rabietas, quizás tendríamos que mirar primero si podemos reducir los factores de estrés en nuestras vidas. De todas formas, las rabietas no desaparecerán sólo por eso. Éstas también tienen la función de descargar la tensión que provoca la frustración ante situaciones cotidianas insatisfactorias. Como decíamos, hay todo un aprendizaje sobre cómo la realidad no siempre se corresponde con nuestros deseos y hay que pasar por esta fase para poder crecer. Lo único que podemos hacer, en todo caso, es acompañar a nuestros hijos en ese camino.
Acompañar
Que la rabieta sea algo normal, no quiere decir que a nosotros nos cueste aceptarla. Los padres también estamos bastante estresados, y además, tenemos tendencia a pensar que los niños razonan de la misma forma que nosotros, aunque no tengan más de 4 años. Creemos que tendrían que entender que hay cosas que, sencillamente, no pueden ser. Pero como hemos visto, no es así. Cuando un niño de 3 años está gritando y protestando porque no le hemos comprado aquella golosina tan deseada ( o peor aún, porque no nos parece adecuado que se quiera llevar 10 paquetes de galletas del súper, o que se quiera quedar dentro del metro cuando tenemos que bajar…), no espera un argumento, ni tampoco quiere calmarse: eso es lo que queremos nosotros!! Pero como no se calma, ni con explicaciones ni con nada, lo más probable es que hagamos lo imposible, desde amenazar a ceder, para que pare el “numerito” (que acostumbra a suceder en medio de la calle, del autobús, de una tienda), con lo que seguramente aún tensaremos más la situación y no ayudaremos demasiado a que se destensen.
El resultado es que el niño comprueba atónito que su berrinche, en principio, espontáneo y casi sólo una reacción física, puede tener algún efecto, ya sea porque provoca atención y emoción en el adulto, ya sea porque consigue lo que pedía. Así que muchas criaturas aprenden a esta edad que en un momento dado una buena rabieta puede tener efectos interesantes.
Antes de llegar a este lío, creemos que vale la pena volver atrás y ver qué le pasa al niño. Éste hace demandas, a veces no realizables, y a veces no sabrá que no lo son y a veces sí lo sabrá (como aquella niña que se quería quedar a dormir en la calle). Dependiendo de su estado de ánimo, acumulación de frustraciones y estrés y de las necesidades del momento (sueño, hambre, atención… incluso la necesidad de llorar y gritar), es posible que de golpe estalle una sonora rabieta. ¿Qué necesita? Antes que nada, necesita saber que toda esa mezcla de emociones es válida, que no lo censuramos, que lo acompañamos.
Cuando hablamos de acompañar nos referimos a mostrarle que le queremos, que estamos allí, respetando su proceso, sin intervenir, pero sin abandonarle. Esto se puede hacer quedándonos a su lado, observando con tranquilidad su comportamiento, y quizás describiéndolo (“estás gritando mucho, parece que tienes ganas de pegarme…” ). También podemos probar a poner nombre a sus sentimientos, describiendo lo que ha pasado (“querías el caramelo y mamá no te lo ha comprado, no? Y te has enfadado mucho”) o incluso intentando adivinar más allá (“debes de estar muy cansada” o bien “me parece que tienes ganas de que esté contigo”). En el primer momento, seguramente no querrá contacto físico, pero estemos atentos para cuando éste sea posible, ya que un abrazo le hará saber que le seguimos queriendo, y además servirá de contención.
Mantener la calma
Hay que decir que buena parte de las rabietas tienen lugar en el “peor momento”. ¿Por qué? Pues seguramente porque también es el peor momento para el niño. Si tú estás estresado, tu hijo también, y la rabieta tiene muchos puntos para aparecer, incluso por las razones menos previsibles. Además, es posible que nuestro estrés hace que estemos desatendiendo sus necesidades, y tarde o temprano, nos lo hará saber. Todo esto puede explicar también por qué nos cuesta afrontar su rabieta:¡ porque es justo lo que menos estamos dispuestos a hacer en ese preciso momento!
Pero también hay otra razón por la que no soportamos las rabietas: la presión social. Una criatura teniendo una rabieta en medio del metro llama, ciertamente, la atención. No todos los padres y madres estamos dispuestos a soportar cien miradas que a nuestros ojos pueden estar diciendo desde “qué poca autoridad tiene esta madre” o “seguro que tiene hambre y este padre no se da cuenta” hasta “que lo haga callar como sea”. Claro que, en realidad, lo que pasa es que nos enfrentamos a las contradicciones entre nuestro instinto y lo que nos han inculcado desde pequeños sobre el lloro, la buena educación, las emociones, la autoridad… Hay que entender, no obstante, que ante su sobredosis de adrenalina y de otras hormonas, lo que el niño espera encontrar es, sobre todo, seguridad, contención y amor incondicional. Por tanto, intentemos mantener la serendidad y pensar que, si no hemos acostumbrado a los niños a reacciones extremas, la rabieta es tan espontánea como el hambre: de entrada no nos están intentado manipular, simplemente se expresan. Ante la elección de “los espectadores” de la rabieta, que “exigen” una respuesta, o tu hijo, que necesita otra ¿con quién te quedas?
Entender todo esto nos puede ayudar a estar más enteros ante las rabietas de los niños, ayudarles y una vez pasada la rabieta, mostrarles otra forma de canalizar las emociones. Podemos enseñarles formas de hacerlo, como por ejemplo que tu hija diga “esto muy enfadada contigo” en vez de darte un golpe, o sencillamente poner nombre a la verdadera necesidad del momento: “me parece que tienes mucho sueño”. Y también explicarles, si es posible, como ante una frustración puede haber elementos “de esperanza”: “ahora no compraremos las golosinas porque ya has comido un caramelo antes, pero recuerda que para cenar haremos macedonia”. Claro que no es la golosina que él quería, pero así es la vida: a veces no es como la esperábamos, pero puede ser igualmente sorprendente y al final quizás acabemos riendo. Si de vez en cuando nos lo recordamos a nosotros mismos y lo transmitimos a nuestros hijos “por contagio”, no deja de ser una sana lección de vida… que se acaba aprendiendo después de muchos berrinches.
El estrés y las rabietas
El estrés infantil es uno de los factores principales que se asocian a la frecuencia e intensidad de las rabietas, ya que precisamente éstas son descargas de energía y toxinas acumuladas. Cuando decimos estrés hablamos de todo aquello que obliga al niño a hacer un sobre esfuerzo para adaptarse a situaciones que no corresponden con sus necesidades.
Evidentemente, son estresantes las prisas, los horarios largos y apretados de escuelas y padres, el abuso de desplazamientos o la falta de tiempo para el juego libre, pero también cosas menos evidentes como el exceso de televisión, los espacios poco adecuados, problemas familiares, cambio frecuente de personas de referencia, ausencia de los padres… es decir, que si a tu hija o hijo está algo estresado… ¡bienvenida la rabieta! ¡Quizás es la mejor manera de desintoxicarse de tanta tensión!
Puntos importantes:
- La combinación de frustración, hormonas, nervios, entorno… hace que en determinados momentos, esta frustración estalle en forma de rabieta, más frecuentemente entre los 18 meses y los 4 años.
- Una rabieta es una explosión nerviosa con abundantes sacudidas y otros movimientos violentos, gritos y en ocasiones cabezazos a alguien, insultos y quizás lanzamientos de objetos.
- Tener las necesidades satisfechas ayuda a prevenir las rabietas, porque la niña o el niño estarán menos estresados.
- El niño necesita sentir que esa mezcla de emociones es válida, que no le censuramos, que le acompañamos.
Algunas pistas ante las rabietas
Plantéate si su demanda es completamente irrealizable. A veces, ahorrarse un conflicto vale la pena, no hace falta ponerse tan tozudos como ellos! Si estás seguro de que no puedes ceder, estas son algunas cosas que puedes probar:
- Intenta mantener la calma. Es mucho mejor para los dos. (Hemos dicho “intenta”, nadie es perfecto)
- Intentar observar al niño poniéndote a su altura sin decirle nada y esperar con paciencia que se le pase (ídem).
- Evidentemente, evitar el daño físico que se pueda hacer o pueda hacer a los demás, si crees que puede ser importante.
- Cuando comience a calmarse, decirle en voz baja palabras que le hagan darse cuenta de que le entiendes (“estás muy enfadado”, “querías tal cosa”…)
- Cuando se deje, darle un abrazo: lo necesitáis los dos.
- Proponerle una alternativa: después de la catasis, ¡necesita aferrarse a algún éxito!
- Si no puedes hacer nada de lo que hemos dicho, pensar: “no pasa nada, no seré el primer padre que pierde los estribos ante una rabieta” y probar suerte la próxima vez.
- Y recuerda: a más estrés, más frecuentes y surrealistas son las rabietas. Trata de reducirlo. Y si vivís en un balneario…bien, en educación no hay reglas exactas.
Si tiene muchas rabietas, tendrás que escoger en qué cosas cederás y en cuáles no. Ser siempre inflexible puede acabar creando una relación demasiado conflictiva. Si aún así tiene muchas, o ya no tiene edad para tener tantas, quizás vale la pena consultar a un profesional.
Que lo que pedimos y los que se nos da no siempre coincide es algo que la vida se encargará de recordarnos todos los años que ésta dure. Pero algo que de lo que empezamos a ser conscientes desde bien pequeños.
Un niño, hacia el año y medio de vida, es decir, cuando empieza a formarse una cierta idea de sí mismo, comienza a poner a prueba los límites de su yo (formado básicamente por deseos) y el resto del mundo. Esto, lógicamente, choca a menudo con ese resto del mundo, que en un principio está compuesto, en este orden o no, de madres, padres, hermanos, otros niños y niñas, arena del parque, columpios, gominolas y otros objetos de deseo que no siempre aceptan ser deseados. “Quiero esto que depende de ti, pero tú no me lo das”. Y así, la intrépida criatura descubre la frustración. La combinación de frustración, hormonas, nervios, entorno y otros factores hace que , en determinados momentos esta frustración estalle en forma de rabieta.
No creemos necesario describir al detalle qué es una rabieta. Podemos resumir diciendo que se trata una explosión nerviosa con abundantes sacudidas y otros movimientos más o menos violentos, gritos y, en determinado nivel y según el carácter, golpes de cabeza a alguien, insultos y quizás lanzamientos más o menos afortunados de objetos. Y que todo esto es especialmente frecuente entre los 18 meses y los 4 años, más o menos. Y que acostumbra a venir a continuación de una demanda por parte de la criatura que sus adultos de referencia no quieren o no pueden satisfacer.
Digámoslo de entrada: estas reacciones airadas ante la frustración (a veces una frustración tan pequeña que más bien parece una excusa para reaccionar) es lo más normal del mundo, y podemos ver incluso personas de 30 años haciendo cosas parecidas. La diferencia está en la frecuencia y, en principio el contenido del berrinche (se supone que la mayor parte de gente adulta sabe controlar lo que hace cuando está enfadada..). Por decirlo de una forma algo técnica, la rabieta es una conducta que acostumbran a tener los niños pequeños y que se da como reacción ante un estado emocional de rabia o frustración.
El estrés no ayuda.
¿Pero qué hace que estos sentimientos afecten tanto, en un momento dado, a los niños, sobre todo en estas edades? Todo depende, como siempre de si las necesidades básicas están cubiertas o no. No es lo mismo frustrar una necesidad real que frustrar un deseo imposible o no recomendable de satisfacer. Y además, es fácil que la demanda que se expresa (“yo quería la chaqueta amarilla”) sea la forma que toma otra demanda (“necesito salir a tomar el aire”). Seguramente, si intentamos estar conectados con nuestros hijos, sabremos comprender, ante una rabieta, qué le debe estar pasando, qué necesita realmente. En todo caso, tener las necesidades satisfechas ayuda a prevenir las rabietas. Sencillamente el pequeño estará menos estresado.
Así pues, de entrada, si creemos que nuestra criatura tiene demasiadas rabietas, quizás tendríamos que mirar primero si podemos reducir los factores de estrés en nuestras vidas. De todas formas, las rabietas no desaparecerán sólo por eso. Éstas también tienen la función de descargar la tensión que provoca la frustración ante situaciones cotidianas insatisfactorias. Como decíamos, hay todo un aprendizaje sobre cómo la realidad no siempre se corresponde con nuestros deseos y hay que pasar por esta fase para poder crecer. Lo único que podemos hacer, en todo caso, es acompañar a nuestros hijos en ese camino.
Acompañar
Que la rabieta sea algo normal, no quiere decir que a nosotros nos cueste aceptarla. Los padres también estamos bastante estresados, y además, tenemos tendencia a pensar que los niños razonan de la misma forma que nosotros, aunque no tengan más de 4 años. Creemos que tendrían que entender que hay cosas que, sencillamente, no pueden ser. Pero como hemos visto, no es así. Cuando un niño de 3 años está gritando y protestando porque no le hemos comprado aquella golosina tan deseada ( o peor aún, porque no nos parece adecuado que se quiera llevar 10 paquetes de galletas del súper, o que se quiera quedar dentro del metro cuando tenemos que bajar…), no espera un argumento, ni tampoco quiere calmarse: eso es lo que queremos nosotros!! Pero como no se calma, ni con explicaciones ni con nada, lo más probable es que hagamos lo imposible, desde amenazar a ceder, para que pare el “numerito” (que acostumbra a suceder en medio de la calle, del autobús, de una tienda), con lo que seguramente aún tensaremos más la situación y no ayudaremos demasiado a que se destensen.
El resultado es que el niño comprueba atónito que su berrinche, en principio, espontáneo y casi sólo una reacción física, puede tener algún efecto, ya sea porque provoca atención y emoción en el adulto, ya sea porque consigue lo que pedía. Así que muchas criaturas aprenden a esta edad que en un momento dado una buena rabieta puede tener efectos interesantes.
Antes de llegar a este lío, creemos que vale la pena volver atrás y ver qué le pasa al niño. Éste hace demandas, a veces no realizables, y a veces no sabrá que no lo son y a veces sí lo sabrá (como aquella niña que se quería quedar a dormir en la calle). Dependiendo de su estado de ánimo, acumulación de frustraciones y estrés y de las necesidades del momento (sueño, hambre, atención… incluso la necesidad de llorar y gritar), es posible que de golpe estalle una sonora rabieta. ¿Qué necesita? Antes que nada, necesita saber que toda esa mezcla de emociones es válida, que no lo censuramos, que lo acompañamos.
Cuando hablamos de acompañar nos referimos a mostrarle que le queremos, que estamos allí, respetando su proceso, sin intervenir, pero sin abandonarle. Esto se puede hacer quedándonos a su lado, observando con tranquilidad su comportamiento, y quizás describiéndolo (“estás gritando mucho, parece que tienes ganas de pegarme…” ). También podemos probar a poner nombre a sus sentimientos, describiendo lo que ha pasado (“querías el caramelo y mamá no te lo ha comprado, no? Y te has enfadado mucho”) o incluso intentando adivinar más allá (“debes de estar muy cansada” o bien “me parece que tienes ganas de que esté contigo”). En el primer momento, seguramente no querrá contacto físico, pero estemos atentos para cuando éste sea posible, ya que un abrazo le hará saber que le seguimos queriendo, y además servirá de contención.
Mantener la calma
Hay que decir que buena parte de las rabietas tienen lugar en el “peor momento”. ¿Por qué? Pues seguramente porque también es el peor momento para el niño. Si tú estás estresado, tu hijo también, y la rabieta tiene muchos puntos para aparecer, incluso por las razones menos previsibles. Además, es posible que nuestro estrés hace que estemos desatendiendo sus necesidades, y tarde o temprano, nos lo hará saber. Todo esto puede explicar también por qué nos cuesta afrontar su rabieta:¡ porque es justo lo que menos estamos dispuestos a hacer en ese preciso momento!
Pero también hay otra razón por la que no soportamos las rabietas: la presión social. Una criatura teniendo una rabieta en medio del metro llama, ciertamente, la atención. No todos los padres y madres estamos dispuestos a soportar cien miradas que a nuestros ojos pueden estar diciendo desde “qué poca autoridad tiene esta madre” o “seguro que tiene hambre y este padre no se da cuenta” hasta “que lo haga callar como sea”. Claro que, en realidad, lo que pasa es que nos enfrentamos a las contradicciones entre nuestro instinto y lo que nos han inculcado desde pequeños sobre el lloro, la buena educación, las emociones, la autoridad… Hay que entender, no obstante, que ante su sobredosis de adrenalina y de otras hormonas, lo que el niño espera encontrar es, sobre todo, seguridad, contención y amor incondicional. Por tanto, intentemos mantener la serendidad y pensar que, si no hemos acostumbrado a los niños a reacciones extremas, la rabieta es tan espontánea como el hambre: de entrada no nos están intentado manipular, simplemente se expresan. Ante la elección de “los espectadores” de la rabieta, que “exigen” una respuesta, o tu hijo, que necesita otra ¿con quién te quedas?
Entender todo esto nos puede ayudar a estar más enteros ante las rabietas de los niños, ayudarles y una vez pasada la rabieta, mostrarles otra forma de canalizar las emociones. Podemos enseñarles formas de hacerlo, como por ejemplo que tu hija diga “esto muy enfadada contigo” en vez de darte un golpe, o sencillamente poner nombre a la verdadera necesidad del momento: “me parece que tienes mucho sueño”. Y también explicarles, si es posible, como ante una frustración puede haber elementos “de esperanza”: “ahora no compraremos las golosinas porque ya has comido un caramelo antes, pero recuerda que para cenar haremos macedonia”. Claro que no es la golosina que él quería, pero así es la vida: a veces no es como la esperábamos, pero puede ser igualmente sorprendente y al final quizás acabemos riendo. Si de vez en cuando nos lo recordamos a nosotros mismos y lo transmitimos a nuestros hijos “por contagio”, no deja de ser una sana lección de vida… que se acaba aprendiendo después de muchos berrinches.
El estrés y las rabietas
El estrés infantil es uno de los factores principales que se asocian a la frecuencia e intensidad de las rabietas, ya que precisamente éstas son descargas de energía y toxinas acumuladas. Cuando decimos estrés hablamos de todo aquello que obliga al niño a hacer un sobre esfuerzo para adaptarse a situaciones que no corresponden con sus necesidades.
Evidentemente, son estresantes las prisas, los horarios largos y apretados de escuelas y padres, el abuso de desplazamientos o la falta de tiempo para el juego libre, pero también cosas menos evidentes como el exceso de televisión, los espacios poco adecuados, problemas familiares, cambio frecuente de personas de referencia, ausencia de los padres… es decir, que si a tu hija o hijo está algo estresado… ¡bienvenida la rabieta! ¡Quizás es la mejor manera de desintoxicarse de tanta tensión!
Puntos importantes:
- La combinación de frustración, hormonas, nervios, entorno… hace que en determinados momentos, esta frustración estalle en forma de rabieta, más frecuentemente entre los 18 meses y los 4 años.
- Una rabieta es una explosión nerviosa con abundantes sacudidas y otros movimientos violentos, gritos y en ocasiones cabezazos a alguien, insultos y quizás lanzamientos de objetos.
- Tener las necesidades satisfechas ayuda a prevenir las rabietas, porque la niña o el niño estarán menos estresados.
- El niño necesita sentir que esa mezcla de emociones es válida, que no le censuramos, que le acompañamos.
Algunas pistas ante las rabietas
Plantéate si su demanda es completamente irrealizable. A veces, ahorrarse un conflicto vale la pena, no hace falta ponerse tan tozudos como ellos! Si estás seguro de que no puedes ceder, estas son algunas cosas que puedes probar:
- Intenta mantener la calma. Es mucho mejor para los dos. (Hemos dicho “intenta”, nadie es perfecto)
- Intentar observar al niño poniéndote a su altura sin decirle nada y esperar con paciencia que se le pase (ídem).
- Evidentemente, evitar el daño físico que se pueda hacer o pueda hacer a los demás, si crees que puede ser importante.
- Cuando comience a calmarse, decirle en voz baja palabras que le hagan darse cuenta de que le entiendes (“estás muy enfadado”, “querías tal cosa”…)
- Cuando se deje, darle un abrazo: lo necesitáis los dos.
- Proponerle una alternativa: después de la catasis, ¡necesita aferrarse a algún éxito!
- Si no puedes hacer nada de lo que hemos dicho, pensar: “no pasa nada, no seré el primer padre que pierde los estribos ante una rabieta” y probar suerte la próxima vez.
- Y recuerda: a más estrés, más frecuentes y surrealistas son las rabietas. Trata de reducirlo. Y si vivís en un balneario…bien, en educación no hay reglas exactas.
Si tiene muchas rabietas, tendrás que escoger en qué cosas cederás y en cuáles no. Ser siempre inflexible puede acabar creando una relación demasiado conflictiva. Si aún así tiene muchas, o ya no tiene edad para tener tantas, quizás vale la pena consultar a un profesional.