Hoy cumplo 30 semanas de embarazo, lo que quiere decir que me quedan entre 8 y 12 para ver a mi hijo. Pero ahora, mientras estaba recostada con Laia y olía su cabecita, me venía el recuerdo de su olor cuando era un bebé. Y me han venido unas ganas locas de oler a mi hijo. Ya comenté que cuando le ví los ojos a Laia me enamoré de ella, surgió un flechazo, hubo hasta fuegos artificiales en el quirófano. Pero como mamífera, reconozco que pasé muchas horas olisqueándola, y que esa sensación me transportaba al paraíso terrenal. Es inconfundible y embriagador el olor de un bebé, y mucho más el de tu bebé. Nunca le puse colonia. Tuve mis más y mis menos cuando comenzó a ir a la guardería. Al recogerla yo llevaba mono de su aroma tras varias horas ausente, y lo primero que hacía era abrazarla y olerla. Los días que me la entregaban oliendo a Denenes me invadía una pena enorme, me faltaba algo. Por suerte, aceptaban casi todas mis excentricidades sin decir ni mú y con repetirlo unas cuantas veces dejaron que conservara su aroma natural. Aún hoy sigo teniendo la costumbre, a la mínima que se acerca de besarle la cabeza mientras la huelo.
Ya queda menos para volver a sentir ese efecto de las feromonas con otra cabecita, que olerá a leche materna y a él mismo, por supuesto.