Ya que tengo mi otro blog más que abandonado, voy a fusionarlos, así cuando me de el "aire" de contar cosas que no tienen nada que ver con la maternidad, utilizaré este mismo espacio.
Hoy quería hablar de mobbing, en este caso en el trabajo. Yo, aunque me de cierta vergüenza confesarlo, lo he padecido dos veces, las dos durante los embarazos de mis hijos. Han sido de tipo leve, pero a mí me fastidiaron bastante, la verdad.
La primera vez fue en una organización a la que llegué por despecho. Venía de pasarme un año de becaria en una empresa de servicios informáticos, en el departamento de Recursos Humanos, al que accedí gracias a un Master que acababa de finalizar. Al cabo de ese año se suponía que me contrataban, pero con unas condiciones increibles. Digamos que si como becaria, por trabajar media jornada cobraba 600 euros, como trabajadora, con horario totalmente extendido (mi compañera trabajaba de 9 a 20 horas) pasaría a cobrar poco más de 500. "Pero valora que tendrás un contrato" me decía mi jefa ante mi cara de póker al oir la cifra. En fin, que me puse a buscar trabajo compulsivamente y dí con una empresa papelera que buscaba a alguien para picar pedidos. El salario triplicaba la oferta como Técnico de Recursos Humanos. Así que allí que me fui.
Al principio la empresa me pareció el paraiso hecho trabajo. La gente estaba relajada, se notaba que cuidaban a los trabajadores, teníamos clases de inglés en la oficina, nos traían fruta y agua, nos sacaban a comer, al teatro y hasta de viaje a Escandinavia. Había mucha flexibilidad en todos los aspectos y tenían previsto dedicar 6 meses a formarnos. Así ví que no sólo consistía en picar pedidos, si no que era un trabajo más interesante, en el que el 50% del tiempo iba a hablar inglés, el 40% en catalán y el 10% en castellano, algo que para mí estaba bien, por aquello de mantener las lenguas vivas. Mi coordinadora, o mi coordineitor, era taaaaan maja, tan enrollada que en la vida pensé que era el demonio vestido de jefa ideal. Cuando ví ciertos roces con una chica que yo pensé que trabajaba muy bien quise pensar que algo habría pasado entre ellas. Más tarde asistí a alguna escena con cierta violencia con otras compañeras (una pelea de gallinas después de haber bebido mucho en una de las comidas a las que nos llevaban para que nos lleváramos bien) y ví que no había tan buen rollo, que la gente llevaba tanto tiempo trabajando junta que habían surgido muchos roces, muchas envidias. Pero eso a mí no me afectaba, me llevaba bien con todos, o eso creía yo.
Fue pasando el tiempo de formación y poco a poco fui cogiendo responsabilidadades y comenzando a trabajar. Cuando una trabaja, pues no tiene tiempo para estar todo el día tomando café en la super cocina que teníamos. A mi jefe (tenía muchos jefes: la coordineitor, un jefe en Madrid que no pintaba nada y otro en Barcelona que era el que partía el bacalao) le había caído bien, o bien pensado la otra persona a la que contrataron le caía fatal, así que yo sola llevaba en un departamento de tres personas el 50% de facturación. Pero yo contenta, dedicándome a trabajar, sin agobios, podía sacar la faena.
Un día me dí cuenta de que la coordineitor me había hecho un desplante como el que no quiere la cosa. Otro día, recién llegada de un viaje, me quedé sola con la caja de shortbreads que traía de regalo para todos. Luego la cosa se desató y no sólo me quedaba sola en la cocina, sino que cuando se levantaban para irse murmuraban en Hebreo entre ellas. En estas me entero de que estoy embarazada y mis hormonas estaban algo desatadas. Así que cuando el nivel de desprecio creció y se transformó en un ataque más directo, mi reacción fue quedarme bloqueada y llorar. Lloraba cuando en una reunión se decían mentiras sobre mí, cosas tan absurdas que no había ni por dónde cogerlas; lloraba cuando leía mails surrealistas en los que parecía metida en una trama; lloraba cuando pasaban por mi mesa y decían cosas despectivas sobre mí. De repente todo lo que yo decía o hacía (o se inventaba la coordineitor que decía o hacía) era motivo de burla o de bronca. Dedicaba tanto tiempo a justificarme, a desmentir, que empecé a cometer errores en mi trabajo. Una mañana me levanté y no podía parar de llorar, y así estuve durante tres días en casa, hasta que firmé el finiquito y me fui, sin decir a los jefes de verdad qué estaba pasando.
Una vez recuperada pensé que tenía que haber aguantado más. Una amiga abogada me decía que teníamos pruebas de acoso. Pero yo sólo quería estar bien, sin pensar que podía estar traspasando toda esa tristeza y angustia a mi hija. No quería acabar el embarazo pensando que tenía que volver a aquel sitio, no quería saber nada de aquel personaje. Muchos meses después no conseguía olvidar a aquella mala persona que manejaba los hilos emocionales de la empresa. Un día, conseguí decirle todo lo que tenía que decirle aunque ella no estaba delante para oirlo y quedé en paz, desbloqueada. Hace poco contacté con una ex compañera, la siguiente en las ansias de joder la vida al personal de la coordineitor, que me contó el final de la historia. Digamos que a todo cerdo le llega su San Martín, o que en el mundo hay justicia cósmica...
La segunda historia tuvo lugar durante el embarazo de Teo. En este caso no sentí el tema como algo personal ya que era acoso y derribo a toda una entidad. Pero de esto ya hablaré en otro momento.