La verdad es que estar tan cerca de las llamas, ver cómo los helicópteros echaban agua, cómo sofocaban las llamas y cómo iban apareciendo diferentes focos por toda la montaña fue algo que nos alteró bastante a todos. Esa tarde nos fuimos a la playa y Laia no paraba de hablar de las montañas quemadas. No entendía, como no entendemos la mayoría, que alguien pueda provocar un incendio, matar árboles y animales. Volvimos de noche y aparcamos. Ya estaba extinguido y sólo quedaban algunos camiones de bomberos realizando trabajos. A la mañana siguiente vimos que el fuego había llegado a menos de 20 metros de donde habíamos aparcado.
Las fotos, hechas con el móvil no muestran lo que llegamos a ver.
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