Al publicar en un blog, a una casi siempre le apetece compartir cosas bellas, momentos especiales, detalles para no olvidar... y claro, suele parecer que una vive en un mundo ideal, que hace muchas cosas, que siempre tiene la sonrisa en la boca. Evidentemente, eso no es así.
Estas semanas hemos hecho muchas cosas, y hemos vividos momentos muy bonitos, especiales. Casi se me olvida esta entrada que tengo en borrador desde hace bastante tiempo. Quería hablar de esos ratos no tan buenos, porque no quiero dar una imagen de maternidad idílica que no se corresponde con la realidad. Lo que pasa es que luego vas captando instantáneas que son las que no quieres olvidar. Digamos que de los malos momentos intento aprender y de los buenos disfrutar. Y estas semanas ha habido mucho bueno, pero con un runrún de fondo, que es del que quiero hablar.
Si hay una sensación que me invade desde hace tiempo, de forma cíclica, es el cansancio. Más bien le llamaría agotamiento. Es sobre todo mental. Me viene por varios motivos. Por un lado, como he compartido abiertamente por aquí, ando montando una escuelita de e-learning y estoy en la parte más difícil, la promoción y captación de clientes. Y como en cada paso que he ido dando en este proyecto, me tengo que enfrentar a mí misma, a mis miedos, a mis limitaciones... y es agotador. La parte positiva es que hasta ahora, voy pasando etapas y voy creciendo como profesional, aprendiendo nuevas cosas, superando retos. Pero ahora me quedo en el desgaste mental. Otro factor, también relacionado con el trabajo es que intentar trabajar y cuidar a dos niños requiere sacar horas de sueño, trabajar de noche, en ratos de siestas. Es como estar a matacaballo, al acecho de momentos libres, en tensión, siempre preparada para ese rato que permitirá seguir avanzando en el proyecto... eso también es agotador mentalmente. A mediados de junio veía que se me iba a ir de las manos el estrés y decidí cogerme "vacaciones". Ya no trataba de buscar esos ratos libres, pero el proyecto seguía en mi mente, con todas las cosas que quería hacer y no estaba haciendo. Fue una renuncia difícil porque había un runrún en mi cabeza generando ideas... para cuando tuviera tiempo, así que tampoco me ha dejado descansar. Y el tercer factor del cansancio, que tiene que ver más con la crianza y el objeto de este blog, es precisamente que criar cansa. Y mucho. Creo que es una de las actividades que más satisfacciones y más sinsabores produce. Bueno, sinsabores igual es utilizar un gran tópico, pero vamos, que te deja agotada al final del día. Estar 24 horas con niños y en esta sociedad (¿dónde está la tribu?), en la que vivimos tan aislados, que nos deja días y días sin hablaro con más adultos que con tu pareja (a la que recibo muchos días con ganas de que realice un rato de relevo para poder estar a solas conmigo misma de verdad), pues deja etapas en las que la energía va justita para sobrevivir.
Esa falta de energía, me ha llevado a momentos difíciles durante estas semanas pasadas, de estar irascible, a la defensiva, susceptible al máximo, de hablar de forma seca, malhumorada y pasándome de directiva a mi entusiasta hija, rebosante de esa energía que a mí me faltaba. Una y otra vez, ante cualquier situación, primero hablaba y luego pensaba, sabiendo que había optado por el tono y las palabras menos adecuadas y más desproporcionadas. Tampoco es que haya llegado la sangre al río, de hecho creo que es algo que sobre todo hemos notado los adultos de casa, los niños han seguido en su tónica de felicidad, afortunadamente. Pero el tono seco y directivo no es algo que quiera fomentar en casa. Sentía que de todo esto yo tenía algo que aprender, que me estaba dando de cabezazos contra algo, contra una puerta que me iba a enseñar algo sobre mí en cuanto la abriera y la traspasara. De momento sigue cerrada, a pesar de haber recobrado algo de energía y sobre todo de calma. Estoy segura de que volveré a llamar a ella.
Mientras tanto, lo que me ha venido bien para superar este momento ha sido por un lado hablar sin tapujos de los sentimientos más oscuros, sin juzgarlos, aceptándolos (tal y como se suele decir que hagamos con los de los niños, cuánto me queda por aprender). Hablar de las cosas es terapéutico. Por otro lado ha sido básico coger perspectiva, saber que en unas semanas retomaré el proyecto, que precisamente es algo que quiero hacer para poder compaginar con la vida familiar, no para sentir justo lo contrario a pesar de estar en casa. Y en tercer lugar, lo que siempre me ayuda cuando combino cansancio y mal humor es bajar el ritmo, sentir que tengo todo el tiempo del mundo, que no hay prisa ni necesidad de acelerarse, que se puede disfrutar de la higuera del descampado de al lado de casa, de cada puerta que pasamos, del agua de los aspersores del parque, de los charcos, de los escalones que nos encontramos, de cada escaparate en el que nos paramos, de la conversación... De repente no hay prisa y la cabeza tiene tiempo para pararse y responder de forma calmada, de repente no siento la necesidad de ser directiva, todo va fluyendo. Pero sobre todo se puede disfrutar cada momento. Los niños tienen que adaptarse al mundo adulto (en una casa, por ejemplo hay que cocinar, comprar, tender lavadoras y un largo etcétera de cosas aburridas), pero creo que el ritmo que llevamos también les genera estrés (si nosotros no sabemos manejar nuestro propio estrés, como para pedirles a ellos que gestionen el suyo...). Bajar a su mundo nos puede hacer disfrutar, ver las cosas de otra manera, sobre todo ahora, en verano, que realmente los días son largos, que no hay prisas de verdad (que las prisas están en la mente), que hay tiempo para difrutar de esas pequeñas cosas mientras se baja a comprar la fruta y el pan.