Por Miquel Àngel Alabart. Traducción macarrónica y rápida mía. Publicado en la revista Viure en Família.
Imagen de Claudia Degliuomini
La escena es bien conocida: uno de los hermanos se queja, no ya de tener poco de lo que se reparte, si no de que el otro tenga más. Y no por habitual, deja de sorprendernos.
Mil y una veces oímos a las madres y los padres exclamando hasta que punto sus hijos miden lo que se reparte y reivindican un trato presuntamente igualitario. Pero los adultos occidentales somos los primeros en no haber comprendido, y mucho menos aceptado, las diferencias entre las personas. El "agravio comparativo" genera derechos aceptados por todo el mundo, y no es por casualidad que buena parte de nuestra literatura se base en rivalidades, envidias y luchas por lo que no tenemos.
Reconociendo esto, podemos intentar comprender mejor los celos de nuestros hijos e hijas, y buscar qué podemos hacer para que lo no pasen demasiado mal - ni nosotros tampoco.
El ego no deja de ser una herramienta básica de supervivencia, que nos permite asegurarnos lo que necesitamos para vivir. Esto incluye el instinto de autoprotección, y también el impedir que otros se lleven aquello que es nuestro. Defender el derecho a ser prioritario para los padres que cuidan de él es una necesidad básica de cualquier niño. Y defender la "propiedad" de los propios objetos, que entre el año y aproximadamente los tres o cuatro años son una extensión del propio "yo", es sencillamente defender la propia integridad. Si las actitudes egocéntricas lógicas en estas etapas se prolongaran mucho más allá en el tiempo entonces acaban estableciéndose relaciones más conflictivas.
Una forma de miedo
Todo esto forma parte de la naturaleza humana grabada en los genes, y lo mejor que podemos hacer es aceptarlo con comprensión, acompañar los sentimientos que todo esto genera, evitar los males mayores que se puedan derivar - agresiones físicas o psicológicas excesivas - y esperar tiempos mejores. No queremos decir que los celos tengan sólo unos periodos concretos para aparecer; pero sí que probablemente, muchos episodios posteriores de rivalidad, incluso los que experimentamos muchos adultos, son repeticiones de lo que en esta edad aprendimos.. BAjo formas más sutiles o más sofisticadas, muchos ataques de celos esconden una estructura realmente infantil: se trata del mismo ego inmaduro que, ante la amenaza, reacciona con miedo y con agresiones fantasiosas o reales fuera de medida.
Muchos padres y madres se alteran cuando oyen frases casi sádicas en boca de sus hijos pequeños: "podríamos dejarlo en la calle para que se lo llevaran otros...", dice un niño de dos años y medio refiriéndose al bebé acabado de nacer. ES comprensible que estos padres y madres se horroricen, pero también tienen que entender que el cambio brutal que sufre el mundo de un niño con el nacimiento de un hermano puede ser lo suficientemente difícil de digerir como para que, años más tarde, aún se mantenga una relación conflictiva. Además, nuestra cultura, tan escasa en referentes de vida fraterna, no permite que haya un aprendizaje previo de lo que supone tener hermanos, compartir la vida y los objetos, el afecto de los adultos, etc. Procurar experimentarlo sería una fantástica manera de prevenir el "choque". De otra manera, llegar al mundo teniendo que competir con una criatura que quizás ocupe mucho espacio y que atrae y ha atraido siempre todas las miradas de los adultos no debe de ser fácil. El celoso, entonces, no siempre es el mayor.
A todos estos sentimientos hay que añadir las posibles incidencias que pueden hacer creer a un niño, en su convulso mundo interior, que no es tan importante para sus padres como el otro. Un niño pequeño que, por lo que sea, es dejado a menudo con otros adultos y que experimente sentimientos de abandono, puede imaginar que sus padres están con su hermano o hermana, por ejemplo.
Como se refuerza
Todo esto es lo que se puede vivir de forma natural cuando se es pequeño. Pero, ¿que hace que a menudo estos sentimientos perduren y se enquisten durante mucho más tiempo? La experiencia nos muestra que hay una serie de actitudes que parecen reforzar estos conflictos de rivalidad entre hermanos. Como nos indican los terapeutas estratégicos, a menudo aquello que se hacer para solucionar el problema lo que acaba empeorando la situación. Veamos algunos ejemplos.
Una madre reparte "lacasitos" a sus dos hijos. Le da 5 a cada uno, haciendo énfasis en el hecho de que les da exactamente la misma cantidad, para evitar rivalidades. Más tarde, a la hora de cenar, los hermanos están bien atentos para asegurarse que la cantidad repartida es exactamente igual, y protestan si les parece que no es así. La propia madre ha instaurado la norma de "la misma cantidad". Pero quizás uno de ellos tiene más hambre que el otro. La norma de la igualdad no es siempre ni necesaria ni cierta, ni tampoco conveniente: hay que dar a cada uno lo que necesita, no lo mismo para todo el mundo!
La hermana mayor mira en la tele sus dibujos preferidos, que duran media hora. La pequeña mira unos que sólo duran un cuarto de hora, pero cuando acaba quiere ver más cosas. El padre le dice que ya ha visto bastante. Ella se queja de que la mayor ha visto más tele y el padre le acaba por decir que de acuerdo, que mañana verá más rato. Aquí entra otro factor importante, que es el del orden en la familia. ES lógico que un hermano mayor tenga algunos privilegios. Va con la edad, y es bueno que el pequeño lo reconozca y lo acepte. El reconocimiento de quién es la mayor y quién la pequeña, en este caso, alivia a ambas niñas del esfuerzo de ser siempre iguales. Esto no quiere decir, obviamente, que se tengan que permitir ostentaciones de privilegios, humillaciones o abusos.
Liberar al mayor
Hay que decir también que demasiadas veces se da a los hermanos mayores un peso excesivo en la responsabilidad sobre los pequeños. La expectativa de cuidarles o incluso de quererles choca con los sentimientos descritos, y puede ser muy contradictoria. Podemos pedirles favores, pero teniendo claro que se lo pedimos por nosotros como adultos y no porque tengan que hacerlo.
Cosa de familia
En algunos casos, los niños actúan nos sólo por su propio interés, sino por identificación con otros miembros de la familia. En este caso se pueden estar reproduciendo conflictos que no son del todo suyos, sino de los adultos. Siempre será bueno no animar la alianza de los niños con los adultos en los conflictos de estos últimos, y evitar dar a los niños la posibilidad de posibilidad de posicionarse ante ellos.
Una buena manera de prevenir que se fijen los sentimientos más egoistas es asegurarse que la criatura tiene todas sus necesidades cubiertas, ya desde antes de que haya un hermano. Si ha sufrido una carencia o abandono prematuro lo más probable es que tenga miedo de volverlo a sufrir. El niño que ha sido feliz, en cambio, puede experimentar igualmente sentimientos de celos, pero de una forma más leve, y en todo caso le costará menos superarlos. En definitiva, los celos no es más que el miedo a perder. Si ha tenido un buen vínculo, a la criatura le será más fácil aceptar posibles separaciones o esperas. Aunque en realidad se trata de un camino que hay que hacer y del que se sale casi siempre con más fuerza.
Ha sido el pequeño monstruo
Es frecuente que los niños y niñas que se muestran celosos, sea en el momento del nacimiento de un hermano o más adelante, sufran regresiones como volver a hacerse pis, hablar como lo hacía antes o perder costumbres ya adquiridas. Trastocar el orden familiar genera muchas inseguridad y nada parece estar en su lugar. Muchas madres y padres optan por no darle importancia, ya que la criatura es la primera en avergonzarse. Un cuento muy bonito y divertido sobre esta época es Ha sido el pequeño monstruo, de Helen Cooper, donde una niña proyecta en un "pequeño monstruo" todo aquello que siente pero nadie, ni ella misma, acepta fácilmente. Os lo recomiendo para leerlo... sin buscarle moralejas. ( Y yo añado que también lo recomiendo. Lo cogimos de la biblio por casualidad y alguna vez ha dicho "ha sido el pequeño monstruo", lo que nos ha dado una idea de por dónde andaban sus sentimientos y poder abordarlos).
Paso a paso
Si tu hijo o hija tiene un ataque de celos, párate, mírale e intenta acompañarle:
- Reconoce sus sentimientos poniéndoles palabras: Veo que estás muy enfadada...
- Acepta esos sentimientos como válidos, sin juzgarlos: Quizás querías que yo estuviese sólo por ti...
- Para cualquier intento de traducir estos sentimientos en agresiones.
- Da alternativas para expresar los sentimientos: Si quieres te acompaño fuera y gritas bien fuerte, estoy enfadadaaaaaa!!!
- Dedica un rato a pensar qué necesidades tiene pendientes el hijo o la hija que se siente celoso, procura estar un rato en exclusiva, darle un "extra" de vez en cuando...