domingo, 19 de julio de 2009

El principe destronado

Hay un libro que me se practicamente de memoria, es El principe destronado, de Miguel Delibes. Por un lado retrata una epoca a traves de una familia acomodada. La religion, la represion, la guerra, arriba y abajo... son elementos que estan muy presentes y nos trasladan a una atmosfera que a mi me resulta asfixiante, tipica de principios de los sesenta. Pero mas alla de esa descripcion realista de aquella sociedad, y para lo que me interesa en este blog, calca a un niño de casi cuatro años, con toda su inocencia, ternura, energia e imaginacion. Un niño que acaba de dejar de ser el principe de la casa con la llegada de una hermana.


Creo que este libro lo lei por primera vez con unos diez años y por supuesto, como me pasaba con Mafalda, no accedi a todo lo que en el se describe.

Ahora lo estoy releyendo y aunque cada vez rechinan mas las amenazas, las palmadas y el lenguaje que se utiliza, que afortunadamente queda muy lejos ya, hay algo que no cambia, la mirada de un niño de casi cuatro años.

La historia comienza a las 10 de la mañana, con el despertar de Quico,


Entreabrió los ojos y, al instante, percibió el resplandor que se filtraba por la rendija del cuarterón, mal ajustado, de la ventana. Contra la luz se dibujaba la lámpara de sube y baja, de amplias alas -el Ángel de la Guarda- la butaca tapizada de plástico rameado y las escalerillas metálicas de la librería de sus hermanos mayores. La luz, al resbalar sobre los lomos de los libros, arrancaba vivos destellos rojos, azules, verdes y amarillos. Era un hermoso muestrario y en vacaciones, cuando se despertaba a la misma hora de sus hermanos, Pablo le decía: "Mira, Quico, el Arco Iris"

Aqui se puede escuchar

Y aqui se puede leer

Tambien se hizo una pelicula, La guerra de papa. Aqui pongo un fragmento, en el que se ve a partes iguales, la represion de la epoca y la curiosidad atemporal de los niños.




Mamá le metió en la boca un nuevo pedazo de carne. Quico la miró. Desenroscó el tapón rojo:
—Es la tele, ¿verdad, Mamá?
—Sí, es la tele; anda, come.
—No quieres que se me haga bola, ¿verdad, Mamá?
—No, no quiero. Come.
—Si como, me hago grande y voy al cole como Juan, ¿verdad, Mamá?
Mamá suspiró, pacientemente:
—No veo el día —dijo.
—Y cuando vaya al cole no se me hace la bola, ¿verdad, Mamá?
—¿Verdad, Mamá?; ¿verdad, Mamá?
—dijo Mamá irritada, sacudiéndole por un brazo—: ¡Come de una vez!
Quico le enfocó sus ojos implorantes con una vaga sombra de tristeza en su limpia mirada azul:
—¿Verdad, Mamá que no te gusta que diga “verdad, Mamá; verdad, Mamá?” —dijo.
Mamá tenía los ojos brillantes, como si fuera a llorar. Musitó: “Yo no sé qué va a ser de esta criatura”.

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Quico volvió a tenderse y se tapó los ojos cerrados con el embozo, pero, apenas lo había hecho, cuando sintió sobre sí un frenético aleteo y chilló de nuevo:
—¡Domi!
La Domi abrió la puerta:
—Buena nos ha caído —rutó—. ¿Qué es lo que quieres ahora?
La voz de Quico era agresiva:
—¡Pues que no cierres!
La Domi dejó la puerta entornada, mas al sentir los pasos que se alejaban, Quico volvió a gritar:
—¡Domi!
—¿Qué?
—¡Pues que se acueste Pablo!
—Pablo tiene que cenar, de modo que ya lo sabes.
—¡Pues... pues... pues que venga Mamá!
—Tu Mamá está ocupada.
—¡Pues quiero que venga!
—A dormir —cerró la puerta.
—!!¡Mamá!!!
Oyó los tacones de Mamá a lo lejos, en el entarimado y la Domi abrió la puerta. Su voz se hizo meliflua, extrañamente acariciadora:
—Quico, hijo, ¿no ves que tu Mamá tiene que cenar?
Los tacones de Mamá repicaban ahora en los baldosines del pasillo. Oyó su voz:
—¿Qué pasa?
—Ya ve, que no se quiere dormir —respondió la Domi.
Pero Mamá ya estaba junto a él y se sentó en la cama de Marcos y le decía suavemente:
—¿Qué pasa, Quico? ¿Tienes miedo?
—Sí —musitó Quico.
—¿Y a qué tiene miedo mi niño?
Quico sacó la mano por el embozo y, a tientas, buscó la de Mamá. Mamá se la oprimió entre las suyas y él notó en seguida el calor protector:
—Venía el Demonio cuando tú no estabas y me llevaba de los pelos al infierno, con el Moro, y luego Longinos me pinchaba y el Soldado iba con el puñal de dos filos, y el Fantasma...
—Huy, cuántas historias; ¿quién te cuenta esas historias, Quico?
La voz de Mamá amansaba sus nervios y, en la penumbra, todo tenía ahora su perfil normal. Dijo Quico:
—La Domi.
—Esa Domi... —dijo Mamá.
Descendía sobre él el sueño, un sueño pesado, irresistible, pero aún oprimió dos veces la mano de Mamá antes de que sus deditos se aflojaran y su respiración se acompasase. Mamá permaneció unos minutos a su lado y, luego, se incorporó quedamente, introdujo la mano de Quico bajo las ropas y abandonó la habitación andando de puntillas. Al llegar frente a la puerta de la cocina, la Domi le salió al paso:
—¿Qué quería el niño, señora?
—Mi mano —dijo Mamá.
—¿Su mano?
—Tenía miedo.
—¡Ah!
La Domi relajó su expresión y en sus ojos brilló una chispa de ternura:
—A saber qué tendrá la mano de una madre —dijo.
Mamá adoptó un gesto duro para replicar:
—Lo malo es luego —dijo—, el día que falta Mamá o se dan cuenta de que Mamá siente los mismos temores que sienten ellos. Y lo peor es que eso ya no tiene remedio.