Eso me dijo el otro día mi hija mientras cenaba, así, de sopetón, aunque no sin previo aviso. Llevaba toda la tarde mandando señales que yo no sabía descifrar. A veces me pongo en plan racional y se me olvida encender el decodificador de señales sutiles. Así que notando mi torpeza tuvo que mandar un mensaje mucho más claro. Esa frase tan sencilla y a la vez tan complicada de pronunciar por una niña que aún no tiene tres años me hizo recordar al bebé que fue no hace tanto, que necesitaba contacto constante, atención exclusiva, saber que estaba con ella. Y ví que necesitaba mucha mamá porque aunque mamá llevaba toda la tarde con ella, emocionalmente estaba en un mundo paralelo, llamado problemas cotidianos, que últimamente me están pasando factura y además me impiden disfrutar como era habitual de las tardes con mi hija.
De entre las muchas cosas que tengo que agradecerle a la maternidad, a mi hija, una de las más importantes es esa capacidad para darme toques de atención, que hacen que tenga que revolverme, mirar para adentro y volver donde habita lo importante.
-----------------------------------------------------------
La imagen es de Patricia Metola, se llama buscando los zapatos rojos